Llega el 9 de junio y, una vez más, tiene lugar el Día de La Rioja. Una celebración y afirmación de la identidad riojana y de la consecución de su logro más relevante: la institucionalización política como Comunidad Autónoma. Sin duda alguna, un salto cuantitativo y cualitativo para dicha región. Han pasado más de cuatro décadas desde que en las calles de La Rioja sonase ‘La Rioja existe, pero no es’, la imbatible canción de Carmen, Jesús e Iñaki.
También han pasado más de cuatro décadas desde que una bandera de cuatro barras horizontales (rojo, blanco, verde y amarillo) hiciese su aparición como signo y símbolo de la identidad riojana. Y han pasado más de cuatro décadas desde que una sociedad, la riojana, demandase una autonomía propia, casi sin saber qué implicaba, haciendo un salto al vacío, como una afirmación de lo que se era. Una sociedad que se ha ido construyendo, con sus luces y sus sombras, pero que sería otra muy diferente, seguro, de no ser Comunidad Autónoma.
Nos pilla este Día de La Rioja en un cambio de gobierno, de Concha Andreu (PSOE) a Gonzalo Capellán (PP). Y es un momento para incidir en el momento en el que nos encontramos, una época de transformaciones en la que la variable territorial es clave. Atrás ha quedado una campaña que se ha movido entre el triunfalismo y el optimismo desaforado de unos y el pesimismo y el catastrofismo de otros.
Uno entiende en qué consiste el juego electoral, pero ni vivimos en una suerte de paraíso terrenal ni tampoco en un infierno dantesco. Sin embargo, no es menos cierto que refleja la ambivalencia en la que siempre nos movemos los riojanos, entre ese sentimiento de euforia en relación a que somos una región privilegiada, con una gran calidad de vida, y con ese complejo de inferioridad por nuestras dimensiones.
El Día de La Rioja no debe quedarse como una fecha conmemorativa, que recuerde lo conseguido, sino que debe tener una mirada hacia adelante. Para ello, precisamos de un proyecto de región, un proyecto con unos mínimos en el que se alcancen acuerdos entre los partidos políticos y los agentes económicos, sociales, culturales, etc. Ha habido algún intento, pero no funcionó. Habrá personas que dirán que eso es imposible, que estoy soñando. Y sí, entra dentro de lo inimaginable en tiempos de polarización y de maximalismos.
La Rioja, como otras muchas regiones, está en una nueva encrucijada. Es un momento de cambio que se ha acelerado en la última década con la evolución de la globalización, ocupando un lugar periférico en el nuevo tablero territorial, siendo un proceso global y especialmente significativo en Occidente. Es cierto que podemos presumir de ciertas fortalezas, algunos indicadores económicos, otros más cualitativos como la percepción de la calidad de vida, etc. Pero no es menos cierto que los datos vinculados al reto demográfico, la situación del sector primario, la reducción del secundario, etc., nos van condicionando.
En este contexto, ¿qué Rioja queremos ser?, ¿qué queremos ser? Seguro que me responden que una sociedad en la que las personas puedan realizar sus proyectos de vida, en la que tengamos los Derechos y Servicios cubiertos, en la que seamos felices (esto, lo he escuchado). Pero, ¿cómo lo vamos a hacer? Porque, en estos momentos, necesitamos afinar con las decisiones y acciones. Necesitamos huir del cortoplacismo, de los triunfalismos y de los derrotismos, a partes iguales.
Nos toca cambiar. Nos toca ser más ambiciosos. Nos toca ser más creativos e innovadores, conceptos que se utilizan de forma banal y superficial, pero que hay que tener en cuenta. Así que, tenemos que ser conscientes del momento en el que nos encontramos, para que en poco tiempo no nos llevemos ciertas sorpresas. Debemos también aprender de los errores pasados, algunos se vienen reiterando, ser autocríticos. Y necesitamos ese proyecto de región con unos puntos básicos y mínimos. La Rioja existe, ha conseguido ser, y nos toca decidir, otra vez, ¿qué queremos ser?
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