No hay forma de librarse de la campaña electoral. El frenesí político impregna todos los aspectos de nuestra vida. Hasta la hora a la que te suena el despertador ya te posiciona a favor de unos u otros. También si no tienes despertador. Lo mismo pasa al encender la radio, al abrir la nevera o al revisar el palo que te pega Hacienda en la declaración de la Renta. Condiciona incluso la elección de bar para echar un vino tranquilo, ya que de ello dependerá la ‘musiquilla de fondo’ que repite sin cesar el jefe del garito. Salvo que te montes en un taxi, donde no hay escapatoria ni de la derecha ni de la COPE, la jornada es un continuo impacto político en función de tus actividades. Porque tampoco es lo mismo ir un rato al gimnasio municipal que echar un pádel. Ni recoger al hijo en la puerta del cole concertado con tu Q7 que andar tres minutos desde la puerta del cole público hasta la puerta de casa. Porque más que ilusiones, yo creo que Los Chichos querían cantar que son elecciones. «Todo es una mentira. Todo se lo lleva el aire. Hay veces que me pregunto, pero no sé contestarme. Porque todo lo que piensas tú son elecciones».
La cosa ha llegado hasta el punto de que el ligoteo en las discotecas también depende de la campaña electoral. La culpa la tienen las pulseras. La fiesta de la democracia es la nueva fiesta del semáforo. El secreto del éxito ya no depende ni del atractivo físico ni de hacer reír ni de saber bailar. Los grandes clásicos del arrejuntamiento nocturno han saltado por los aires en favor de lo que cada uno lleva en la muñeca. No tengo ningún dato que lo corrobore, pero tampoco ninguna duda sobre el bajón de visitas que habrá notado Tinder en estas semanas. Quién quiere hacer «match» virtual a dos kilómetros de distancia, con lo que cuesta iniciar una conversación repleta de preguntas banales hasta que llegan las emocionantes, pudiendo hacer «match» en plena efervescencia del sábado noche al ver que la persona de enfrente luce tu misma pulsera. O no. Porque en estos tiempos del poliamor y de relaciones abiertas, uno ya no sabe. Quizás en ese momento el cuerpo te pide tirarte al bando contrario por aquello de tener siempre tema de discusión o crees que puedes formalizar un pacto más rápido que los propios dirigentes políticos. ¡A por la gran coalición!
Los más ávidos de acercamiento carnal han aprovechado la situación para echarse al bolso una pulsera de cada y cambiar la indumentaria según se tercie el escenario. Las mentiras sobre gustos musicales o lecturas se han transformado en furtivos cambios de complementos políticos para lograr un ‘match’ que acapare la atención o para el despiste en caso de falta de interés. No todo va a ser entregarse a las bajas pasiones por la afinidad política. La campaña electoral también tiene límites. Y estadísticas. Porque a los más duchos en la demoscopia, sus conocimientos sobre la intención de voto bien pueden valerles el triunfo amoroso. Lo comentaba el otro día exponiendo esta teoría con un miembro del equipo de Gonzalo Capellán, cuyas tiras han hecho furor en jóvenes y mayores. «Date cuenta de que si llevas la pulsera de Gonzalo, las probabilidades de hacer ‘match’ superarán el 40 por ciento. Si llevas la del PSOE, la cosa andará por el 34 por ciento». De ahí que llevar pulseras del bipartidismo se convierta en casi garantía de éxito con tres de cada cuatro potenciales rollitos rendidos por la muñeca.
Entrando al detalle de los candidatos, lo cierto es que las pulseras se han convertido en las nuevas camisetas con mensajes que llevaban los mendas lerendas en los 90. «Punks not dead». «¡Yes, very well fandango!». Concha Andreu ha lucido estos días una de la Guardia Civil; Henar Moreno continúa con una tricolor de la II República; Gonzalo Capellán ha apostado por el Camino de Santiago y La Rioja, entre otras; Ángel Alda va a pelo y Conrado Escobar ha hecho unas nuevas con su lema para el tramo final de la campaña. Es una pena que el alcalde de Logroño, Pablo Hermoso de Mendoza, no se haya lanzado a la carrera pulseril como Estados Unidos y Rusia se lanzaron a la carrera espacial. Suyos eran los mejores mensajes de la legislatura para tales vestimentas. «¿Quieres vivir en una calle triste y plagada de coches? Vota al PP». «Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo». «Hay negacionistas de las obras». «Los tristes son agotadores y hay mucho triste en las instituciones». «Sonreíd un poco, que bastaste dura es la vida para estar agostados». «La gente debe saber que no va a poder aparcar gratis debajo de casa».
Descartado lo de hacer pulseras por parte de los ‘hermosers’, el ‘match’ entre sus creyentes ha quedado reducido a aquellos que se encuentran de frente en los ciclocarriles a contraflujo, aquellos que consiguen demostrar que tienen dominada la técnica para salir de una turborrotonda holandesa sin morir en el intento y aquellos que llevan una cajita en la bici para transportar la compra. Los más osados también dicen que conocerse a las puertas de un aparcamiento cubierto para bicicletas ya es sinónimo de haber encontrado el amor para toda la vida, pero por el momento la única técnica que se ha comprobado como buena es la de las pulseras. Por suerte, tenemos elecciones generales en diciembre y europeas en abril. Casi un año por delante en el que, por fin, los políticos han puesto las cosas más fáciles en un asunto a la ciudadanía. Aunque sólo sea para lo solteros.
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