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Llorente, el chaval que nunca quería perder

Llegar a Rincón de Soto es ver sí o sí a alguien dándole patadas a un balón. Para poder aparcar el coche hay que molestar a cuatro críos que no levantan un palmo del suelo. Ahí andan, dándole patadas a la pelota mientras los padres echan una cerveza en la terraza de enfrente.

NueveCuatroUno ha quedado con amigos de Fernando Llorente unas horas después de que haya anunciado su retirada. Iván, Josi, Pinilla, Santi y otro Josi. Solo tienen buenos recuerdos de su amigo de la infancia. Todos han hablado con él en la última semana pero a ninguno les dijo que iba a anunciar que colgaba las botas. «Sabíamos que quería dejarlo, que tenía alguna cosa en el extranjero, pero que ya no se quería mover de España».

Tenía que ser en el Totem, el bar que allá por 2010 se convirtió en la sede de todos los rinconeros que querían gozar con el papel de su vecino en el Mundial de Sudáfrica y que es el refugio del futbolista cuando vuelve al lugar donde dio las primeras patadas a un balón.

En las pistas rojas del colegio era donde Fernando destacaba ya desde pequeño. Pinilla lo recuerda bien: «Jugábamos en el colegio con los mayores, que eran muy buenos. Nosotros éramos muy malos, nos quedábamos todos atrás, él cogía el balón, se regateaba a todos y volvía para defender, nosotros sólo nos teníamos que quedar atrás. Ya era una máquina».

Así empezó a jugar con mayores que él. Iván recuerda cómo «el tendría 8 años y jugaba con nosotros, que teníamos 12, y no es que no desentonase, es que era el mejor de todos». Y es que las horas en las pistas rojas fueron innumerables. «Había que salir del colegio, correr a casa a por la merienda e ir a toda leche a las pistas, porque si llegabas a las cinco y cuarto te quedabas sin jugar porque ya estaban hechos los equipos».

Esas horas se complementaban con más minutos en la calle cuando el patio del colegio cerraba. «No había día que nos fuésemos antes de las diez a casa, siempre dándole al balón». Pinilla lo confirma: «Ni sé las veces que tuvo que cambiar mi padre los cristales de la bajera, no había mes que no le rompiésemos uno». «Y correr delante de algún vecino al que se lo habíamos roto, que al final siempre nos pillaban porque iban a la librería que tenía su madre y se lo contaban».

Allí, en esa pequeña librería de pueblo, también hacían sus trastadas. «Venían cromos de futbolistas en unos chicles y siempre estaba quitándole a su madre para conseguirlos, yo creo que alguna vez le tuvo que dar alguna subida de azúcar porque se los comía a puñados».

Y es que donde los demás ven a un hombre calmado, incluso parco en palabras, ellos ven otra cosa. «Era una lagartija, no paraba nunca quieto, y ya de pequeño tenía mala leche. No había ni un día que yo no me fuese llorando a casa porque alguna me caía, si hasta me hice unos meses del Barça porque me obligó», cuenta Josi.

Iván también recuerda las fiestas de Calahorra. «Su padre era matarife, íbamos a ver el primer toro y después nos íbamos con él al matadero y mientras ellos trabajaban, nosotros hacíamos de las nuestras».

Luego el chaval que revolucionaba la calle se fue a Bilbao a seguir creciendo. «Recuerdo que le decía: ‘Pero, por qué no haces de las tuyas en el campo’, y que él me contaba que en el Athletic le mandaban hacer el juego de estar en el área, nos sorprendía a todos porque siempre ha sido muy chupón». En este momento es donde destacan la capacidad de trabajo del futbolista. «Todo se lo ha ganado a base de esfuerzo».

«Lo que no le gustaba era perder», coinciden todos. «Daba igual a las cartas que a la petanca con los abuelos, que también jugábamos, o a la Play. Si veía que iba a perder desenchufaba el aparato. Hemos estado noches enteras jugando a las cartas porque hasta que no ganaba él, no terminaba la partida».

Después llegó el Llorente futbolista. «Es que me cuesta llamarle Llorente porque para mi siempre ha sido Fernandito», dice Iván. Para sus amigos de cuadrilla era ‘El Conra’. Pinilla ha viajado por media Europa viéndolo. «No se ni los países que he visto con él, me llevaba al campo pero también a museos, a tiendas…». Iván recuerda aquella semifinal de la Champions. «Fue la del Ajax contra el Tottenham, habían perdido en casa 0-1 e iban perdiendo 2-0 y consiguieron el 2-3 y pasar a la final. Fue la hostia».

Todos son conscientes de que Fernando consiguió poner en el mapa a Rincón de Soto. «Si dices que eres de Rincón de Soto todo el mundo te dice ‘de donde Fernando Llorente’, da igual a donde vayas». Eso y las peras. «Hasta que llegaron las dos cosas (Fernando Llorente y la Denominación de Origen), que fue más o menos al mismo tiempo, todos nos conocían por los puticlubs, nos cambió para bien».

Alaban su forma de ser. «Creo que nunca ha sido consciente de lo que era realmente, porque con nosotros siguió siendo uno más y eso que venía menos a Rincón de lo que nos hubiera gustado a nosotros y posiblemente a él». Aunque no lo ven viviendo en Rincón de Soto («Es un tío muy urbanita»), están seguros de que vendrá más que hasta ahora.

Todos tienen en la cabeza el día que tras el mundial llegó al pueblo para salir al balcón del ayuntamiento. «Bajó a firmar autógrafos y había cientos de personas que querían hacerse fotos y que les firmase algo. Dijo que no se movía de allí hasta que no se fuese todo el mundo con su firma». Así es Fernando, el futbolista pero también el amigo.

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