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Tinta y tinto: ‘La vuelta de Badajoz’

El día antes de las elecciones autonómicas y municipales de 2019, la UD Logroñés se jugaba media vida en Badajoz. Primer partido de la primera ronda del playoff de ascenso a Segunda. 0-1 ganaron los blanquirrojos con gol de Ñoño para felicidad riojana y delirio de los trescientos desplazados, quienes salieron a festejar por los bares pacenses hasta altas horas de la madrugada. Con la alegría en el cuerpo y la resaca en la cabeza, el domingo se antojaba como un infernal día de vuelta desde Extremadura hasta La Rioja. Casi 700 kilómetros de distancia y algo más de seis horas en coche.

La jornada electoral de los blanquirrojos de Badajoz comenzó con la misma lentitud que el día después de una boda. Ambiente cargado en la habitación, ducha larga, desayuno-almuerzo-comida para reponer fuerzas y pocas ganas de movimiento. Pero había que viajar. Y votar. Conforme iban pasando las horas y las urnas se iban llenando de votos, mi amigo Santiago -nombre ficticio- se iba poniendo cada vez más nervioso. «No llegamos. No llegamos». Sólo tenía un objetivo y lo iba a cumplir a toda costa. «Hay que llegar a Logroño antes de las ocho». Es posible que incluso se saltara alguna norma de circulación por aquello de acortar tiempos y participar en la fiesta democracia. Al fin y al cabo, los riojanos sabemos que ir a 156 tampoco es ir tan rápido.

A punto de cumplirse las 20 horas del 26 de mayo de 2019, los tres jóvenes que habían salido a mediodía de Badajoz entraban por la circunvalación de Logroño. Por suerte para Santiago, su colegio electoral se situaba en el polideportivo Las Gaunas. Fácil y cercano acceso. Encaró la recta desde la rotonda junto al campo de fútbol con un ojo en la carretera y otro en el reloj, recorrió los últimos metros de República Argentina y dejó el coche en doble fila. Prácticamente a la misma altura que la puerta del recinto por aquello de que una línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Echó el freno de mano, pulsó el botón de las luces de emergencia y salió corriendo como alma que lleva el voto con el DNI en la mano como si fuera un décimo de lotería premiado el 22 de diciembre.

Santiago llegó a tiempo y unió su papeleta a la de otras 18.737 personas que eligieron a Pablo Baena (Ciudadanos) como su candidato preferido. Su satisfacción al volver al coche era casi más grande que la vivida en Badajoz 24 horas antes con el gol de Ñoño. «Pues ya estaría». Quitó el freno de mano, pisó el embrague, metió primera, pulsó el botón de las luces de emergencia y aceleró convencido de que el partido naranja conseguiría, esta vez sí, formar parte del Gobierno de La Rioja en coalición con un PP que entonces presidía José Ignacio Ceniceros.

Menos de cuatro años han pasado desde entonces y Santiago ya no sabe ni quién es el actual líder de Ciudadanos en La Rioja. Tampoco le importa e incluso dentro de la formación naranja es posible que nadie lo tenga claro. De hecho, ningún cargo -mantienen cuatro diputados en el Parlamento y dos concejales en Logroño como dirigentes destacados- ha dado un paso al frente en sus primarias para optar a liderar una candidatura que se antoja igual de fracasada que la de UPyD en 2011. Pese a los esfuerzos de muchos riojanos y españoles como mi amigo, que una vez creyeron en un verdadero partido de centro que sirviera de bisagra entre PP y PSOE, el fracaso electoral rubricó el delirio al que Albert Rivera condujo a su propia formación.

Mientras en el resto de partidos se cosen a puñaladas por un puesto, una vez solventados los respectivos problemillas internos para liderar las candidaturas, en Ciudadanos nadie quiere poner su cara para el cartel electoral. Verás tú para encontrar a alguien que quiera situarse en el número 32 de la lista al Parlamento. Porque si por lo menos fuera el último, el 33, tendría algo de poético como cuando en la ópera muere el protagonista. Así, en 2023, sólo cuatro años después de que la formación naranja hubiera tenido en la mano el cambio más importante de la política española de los últimos tiempos, todo se ha polarizado y hemos vuelto a la política de bloques. Izquierda y derecha. Buenos y malos. Mi amigo Santiago sólo quiere sacar a Perro Sánchez de La Moncloa para que deje de acabar con España, al igual que a Concha Andreu del Palacete para que deje hundir La Rioja.

Y esto me lleva a una reflexión recurrente que el otro día comentaba en el pequeño Logroño del poder con uno de tantos dirigentes apartados por Concha Andreu. En 2019, 73.706 personas votaron en La Rioja al bloque de la izquierda (PSOE y Unidas Podemos) frente a 78.785 que votaron al bloque de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox), mientras que el Partido Riojano se quedó en 7.489 y sin representación. Sin embargo, los socialistas sumaron mayoría con sus actuales socios (IU y Raquel Romero, expulsada de Podemos en 2022) y rompieron así veinticuatro años de gobiernos populares.

Por tanto, a la espera de ver cómo evoluciona en votos la coalición de Rubén Antoñanzas con Inmaculada Sáenz (España Vaciada) y el nuevo proyecto de Alberto Bretón con los díscolos del PR (lo más probable es se acaben inmolando ambos proyectos por dividir al electorado regionalista), sólo hay una pregunta que hacerse. «¿Hay suficientes alicientes para que más de 3.000 votos cambien de bloque?». Y en esa respuesta está el resultado del 28-M en La Rioja, más allá de lo que digan las encuestas.

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