El Rioja

Mártires de las piedras y viñas con historia

Miguel Merino, mártires de las piedras y viñas con historia

Malva es una perra fiel. Aunque bastante asustadiza. Repleta de energía. El color de su pelo resulta en determinadas situaciones un problema. No es complicado confundirla con un corzo, también por su tamaño. Como los que se pueden ver de vez en cuando en lo alto de Mendiguera. “Esto no lo tengo muy claro, pero no me extrañaría que Mendiguera signifique monte rojo”. Porque a Miguel Merino le preocupan estas cosas: “‘Mendi’ es montaña en euskera. ‘Guera’ podría haber ido derivando de la palabra ‘gorria’ (rojo en euskera). Bueno, nos vamos a quedar por el momento con esta duda”.

Vive con curiosidad, y hasta un sencillo paseo de invierno lo convierte en una oportunidad para compartir información, para indagar y descubrir desde la observación constante el origen del entorno. Te lleva de paseo y aprendes muchas cosas, porque sencillamente él ya ha paseado antes por ahí acompañado por otras personas a las que escucha, pregunta, apunta y de las que aprende. Y lo comparte, en un gesto de generosidad y al mismo tiempo de una buena metodología para elaborar grandes vinos. “Es que mira, ahí arriba, la tierra es más roja, más ferrosa. Nada tiene que ver con la que estamos pisando, más amarilla, más arcillosa”.

Miguel Merino observa la finca de viura con el melocotonero justo en el centro.

Vamos dejando Briones a nuestra espalda. Cogemos distancia con la Sonsierra, nos dirigimos hacia el sur. No se necesita ver la nieve que ya decora la Demanda para advertir que el paseo está fresco, porque ganamos altura y el viento requiere de un esfuerzo extra. Motivo suficiente para aligerar el paso. Pero hay una razón más importante: “Vamos a darle ritmo. A menos cuarto tenemos que recoger a Lena”. Porque en los pueblos, por supuesto, también se concilia, y a veces resulta si cabe más complicado que en la capital.

“Pero antes te quiero enseñar una viña que acabamos de adquirir. Para mí es una joya que hemos logrado salvar a tiempo”. Se refiere Miguel Merino, viticultor de Briones, a una viña “de una fanega, unos 2.000 metros”, aclara al de la ciudad. Estaba lista para ser arrancada porque requería, como los abuelitos, de muchos cuidados y al anterior propietario no le compensaba, pensando exclusivamente en su rendimiento. “Es difícil encontrar en Rioja viñas viejas solo de variedades blancas”.

Recuerda en este punto Miguel cómo “en Rioja se plantaban las variedades blancas en las esquinas de las parcelas porque resisten mejor”. Y las zonas buenas estaban reservadas para las tintas. Así que observa esta viura de 1956 con un punto de devoción, con profundo respeto. Alguien de Briones tomó una decisión valiente en 1956. “Vamos a darle el cariño que merece”. Se reconforta en sus propias convicciones: “Ahora se está subvencionado arrancar este tipo de viñas para poner espaldera. Pero el paisaje del Rioja lo conforma también este viñedo viejo”.

Lagar medieval en la zona de Los Mártines, al sur de Briones.

Andamos por tierras viejas, buscamos piedras con historia. “Te voy a enseñar una cosa que me tiene fascinado. Me habían dicho que al sur del Ebro solo había dos”. Pero él, en uno de sus paseos, asegura haber encontrado un tercer monumento a la cultura vitivinícola. Y está encantado. Es hombre de largos paseos, entre piedras y viñas, con sus historias. “Aunque ahora mismo es un poco más complicado pasear”, reconoce. “Hernán ya anda y complica por el momento dar un paseo largo. Pero cuando era bebé, me lo echaba a la espalda, y con Malva nos dedicábamos a pasear por la zona”. Fue cuando descubrió un tercer lagar medieval a cielo abierto. La tercera generación de Bodegas Miguel Merino mama la cultura del vino recostado sobre las espaldas de Miguel y Erika.

Desde lo alto se observa perfectamente la Senda de los Ángeles. Se afina el recorrido partiendo desde los cipreses del cementerio de esta localidad riojalteña. “Va subiendo por ahí hasta que llega a esta ermita”, empieza a explicar Miguel, que se planta ante la Ermita de Los Mártires. Data del siglo XV, corona el alto de Mendiguera, expuesta al viento, al sol, protegía al Briones medieval de las pestes que diezmaban por entonces poblaciones enteras. “Porque la Senda de los Ángeles sube hasta aquí, hasta la ermita, pasando por el cementerio, y las cosas no se hacían tampoco entonces por casualidad, tenían un motivo”. Cercano a la ermita, un terreno removido, con montículos, señala, si se mira bien, que ahí hay algo oculto: “Un poblado al que enviaban a los enfermos de peste para proteger a los sanos”. Y ahí vivían su destierro donde esperaban sanar o finalmente pasar por la Ermita de Los Mártires antes de recorrer por última vez la Senda de los Ángeles hasta el cementerio.

Ermita de Los Mártires, que data del siglo XV, protegida por dos nogales; muy expuesta al viento, la lluvia y el frío.

Piedras con historia, viñedos con historias que contar. “Pero ahora hay que recuperarla para disponer en unos años de un viñedo de viura blanca ecológico que nos permita aumentar un poco nuestra producción de blancos”, apunta Miguel. Pero sonríe pícaro a la espera de que llegue el calor. Espera a que el frutal plantado en el medio de la viña traiga una nueva cosecha. “Melocotón de viña. No puedo pedir más”. El melocotonero eleva el perfil de esta finca de una fanega en labores de cuidado desde hace unas semanas. “Hemos hecho una cava, y ahora estamos trabajando para hacer una escorrentía”. Se trata de protegerla lo más posible tras unos años de cierto abandono. “Es que justo encima, en esas piedras, hay una fuente, de la que bebían los antiguos habitantes del destierro. Queremos evitar que entre el agua a la viña”.

Ha empezado una intervención meticulosa para regenerar una viña de viura plantada en el año 1956. Irán sacando el herbicida visible en el hilo para transformarlo en viñedo ecológico. “Esto lleva su tiempo”, remarca Miguel. “Mira, ahora mismo hay poco vigor por la falta de cuidados”. No se ha labrado lo suficiente y la viña se hace cómoda. Sus raíces no profundizan, se nutren en capas superficiales lo que se refleja en el escaso vigor de sus sarmientos. “Hay que labrar, labrarla mucho, para romper esas raíces superficiales y obligar a la vid a que vaya hundiendo sus raíces en la tierra. Irá recuperando el vigor perdido”.

Miguel analiza las necesidades de esta viña que estaba lista para ser arrancada.

Así se pone en forma un viñedo viejo, unas viuras plantadas en 1956, en el paraje de Los Mártires, donde pronto, tras una larga caminata visitando piedras, Miguel y su familia se comerán un melocotón de viña, se refrescarán en la fuente cercana, almorzarán a la sombra de dos nogales junto a la Ermita, desde donde se contempla Briones y buena parte del Valle del Ebro, la Demanda y se siente el peso de la historia. “Aquí hacemos vino, pero sobre todo aquí es donde vivimos”. Porque Miguel Merino y su familia han tomado la decisión de vivir la experiencia de ser un viticultores y bodegueros desde que se levantan y hasta que se acuestan. “Para hacer vino aquí, hay que estar aquí”, concluye Miguel Merino, que seguirá paseando entre piedra y viñedos con historias que contar.

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