Agricultura

Los aromas del valle del Jubera, embotados a 1.200 metros de altura

Los aromas del valle del Jubera, embotados a 1.200 metros de altura

Roberto Calvo, junto a dos cuadros de miel en Santa Marina

Roberto Calvo embota los aromas del valle del Jubera desde hace casi tres años en una de las aldeas habitadas más altas de La Rioja. En Santa Marina, perteneciente a Santa Engracia del Jubera, vivían antaño los tíos de su abuela materna, pero poco a poco el frío del invierno campaba más a sus anchas en una vivienda de piedra a la que este joven acudía cada fin de semana desde que era un adolescente y que ahora, con 31 años, constituye ya su nuevo hogar. Una antigua colmena propiedad de su abuelo fue el regalo que tuvo a los 17 años y el que marcó un punto de inflexión en su vida. Desde entonces, Roberto no se ha despegado de las abejas.

Estudió Ingeniería de Montes para poder trabajar al aire libre, que es lo que más le gusta, pero al final la vida le sentó frente a un ordenador durante ocho horas. “Y eso no es lo mío. Eché cuentas y me salieron”. Lo suyo va más con colocarse la careta y gestionar la producción de miel desde las alturas, una explotación que ha creado desde cero, aunque con la ventaja de contar ya con el pabellón agrario que su familia usaba para meter el ganado. “Unas instalaciones que, a día de hoy con los costes y las normativas vigentes, hubieran sido difíciles de construir aquí en la sierra”, opina.

El trabajo en la capital riojana ya es cosa del pasado, pero mantiene en activo todavía sus servicios de asesoría externa a explotaciones agrarias y que constituyen unos ingresos extras. Si a eso se suma el cuidado de ganado equino, la cosa mejora todavía más. Roberto cuenta también con unas 15 yeguas y un caballo, algo que mantiene “más por afición que por la rentabilidad económica que supone porque lo que implica es mucho trabajo extra”, reconoce mientras suenan de fondo los cencerros colgados al cuello. Así que es ya un praeño más, como se les conoce a los vecinos de esta aldea por eso de que hay muchos prados a su alrededor donde pasta el ganado.

Ahora Roberto se reparte las horas de luz entre dar de comer a sus animales y desinfectar el material y preparar las cajas de cara a la primavera para sus cerca de 250 colmenas, lo que para él es ya “trabajo de oficina”. Son meses de menor carga de trabajo en las colmenas antes de que llegue la primavera y la época de recolección en septiembre, pero siempre tiene algo que hacer. Reconoce que la apicultura no pasa por sus mejores momentos, con un cambio climático que amenaza al buen desarrollo de las abejas y un aumento de costes difícil de asumir. Aún con todo y con ello, el ganadero no se desmoraliza viendo cómo su proyecto de vida, aquello que vio desde chaval en su familia, se ha hecho realidad.

Es por ello que este modelo de negocio está tan vinculado al territorio, manteniendo un manejo en campo tradicional y preservando la raza local de la abeja ibérica sin cruces comerciales. Un animal que, aunque no sea tan productiva, se adapta mejor al clima de alta montaña y a los inviernos, aunque ahora menos habituales, tan duros. “Es algo que me da para vivir y con lo que pretendo dar un valor añadido, porque este producto se comercializa siempre envasado y a través de la venta directa. Además, cuento con una sala de extracción bastante singular”, remarca este apicultor sobe el que constituye así su principal fuente de ingresos.

Ha mantenido el quehacer tradicional que aprendió de su familia, evitando así la alimentación artificial y dejando a las abejas más miel para pasar el invierno aunque eso implique no vender ese producto. “Es otro tipo de mentalidad, pero como la miel que ellas fabrican no hay alimento más completo y adecuado”. Y a su vez también ha ido incorporando maquinaria nueva para optimizar los procesos: una extracción mecánica con centrifugadoras eléctricas, un filtrado para quitar algún resto de cera, la decantación en bidones y, finalmente, el envasado. “Pero sin pasteurizaciones ni calentamientos, sin ningún tipo de alteración para intentar mantener la pureza que se muestra en el campo también en el bote”.

Lo hace bajo la marca El Praeño, para dejar evidencia de sus raíces y el apego que tiene hacia ellas, y con dos tipos de miel: milflores, llegada de los montes de Jubera, Lagunilla y Robres del Castillo donde practica la trashumancia y extrae principalmente tomillo, y de bosque, que sale del entorno de Santa Marina. “Porque jugártela todo a una cosecha es arriesgado, así que si un año viene malo en la sierra, igual consigues librar con lo que produces en el valle. Además, como últimamente suele haber bastantes bajas durante el invierno, viene bien la trashumancia porque partimos las colmenas en zonas bajas y cuando las subimos a la sierra son colmenas que ya pueden entrar en producción”, insiste.

Roberto tiene claro que ahora su vida está en Santa Marina, hasta donde llegó “con mucha ilusión”, pero reconoce que “todo depende de cómo evolucione el tiempo, el campo y el comercio para comprobar si se puede continuar con este proyecto”. En la aldea no hay jóvenes de su edad (solo residen cuatro personas de forma habitual en el municipio) ni alternativas de ocio, pero no piensa en un futuro fuera de aquí: “Esta forma de vida por el momento me gusta y es rentable. En cuanto a lo de socializar, lo bueno es que nos solemos juntar los ganaderos jóvenes de la sierra de este valle y los de Cameros porque hay bastante relación. Es una forma de crear vínculo entre el sector, entre quienes apostamos por vivir y trabajar en unas zonas rurales más aisladas, tanto jóvenes como de otras edades. Al final sabes que tienes apoyo para cualquier cosa o problema que te surja, como puede ser quedarte atrapado en la nieve o que se te ponga un animal enfermo. Un día por mí y otro por ti”.

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