La Rioja

Calahorra y Ángel Oliván protagonizan el anuncio de la Lotería de Navidad

En Calahorra la historia era bien conocida. Incluso el Consistorio calagurritano había dedicado en 2021 una sala del Museo de la Romanización a contar las hazañas del chocolatero Ángel Oliván. Pero lo que pasó en 1932 en la ciudad es una de esas ‘Historias Extraordinarias’ que ha querido destacar este año Loterías del Estado en sus anuncios radiofónicos.

Pero ¿cómo empezó la historia de Ángel Oliván? Pues con un número muy similar al que años más tarde tocaría en la Lotería de Navidad a la cofradía de la Vera Cruz. Si todos los calagurritanos tienen grabado a fuego aquel 8.103, un número muy similar fue el que le hizo a Ángel Oliván hacerse con tres millones de pesetas que le dieron para mucho. Fue el 8.182 y fue en el mismo sorteo de Navidad, pero justamente setenta años antes.

Era un hombre ya mayor, soltero, con pocas amistades. Regentaba una tienda de ultramarinos donde ahora está ubicado el Museo de la Romanización. “Cuentan que empezó a dilapidar dinero, el año que derribaron las viejas escuelas donde aprendiera las primeras letras”, y decidió construir unas nuevas, pero su tiendecita no daba para ahorrar lo suficiente y convencido de que no había otro camino posible pensó en la lotería.

“Después de exigir a la lotera un mutismo absoluto, se gastó dos mil pesetas en un billete…”. Un año, otro, hasta 1932, cuando le sonrió la suerte. A la lotera le quedaban dos series enteras y tenía dos pedidos: el del señor Muerza y el del señor Oliván. “Le daremos el número más viejo al señor Oliván, como es soltero y viejo no le hace falta el dinero”, cuentan las crónicas de esos días.

Y ese número feo le dio la suerte a él y a toda la ciudad. Premiado con tres millones de pesetas. Toda la serie completa a excepción de una participación de cinco pesetas que le dejó a un sobrino.

A los tres años desapareció la vieja chocolatería: en esa casa y las cuatro adyacentes se alzaba un bello palacete de dos pisos, con salones, galerías, azotea de invierno y de verano, salas de juego, comedor de diario y de invitados, tres cuartos de baño y ascensor, la única casa con ascensor en ese 1935 de toda la ciudad. Su Chrysler de 44.000 pesetas tampoco pasó desapercibido en la ciudad. Sus chocolates ya se echaban de menos entonces.

Pero no sólo pensó en él, el buen Ángel Oliván. Cumplió su objetivo y edificó lo que desde entonces es el colegio que lleva su nombre. Además, aprovechó otra parte para arreglar diferentes calles de la ciudad. El premio no sólo le vino bien al soltero, desde entonces, de oro de la ciudad, sino a toda Calahorra.

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