El Rioja

Un viñedo singular para Eugenia de Montijo

Fotos: Fernando Díaz

Un matrimonio francés decidió en la segunda mitad del siglo XIX adquirir una finca en Baños de Rioja para elaborar su propio vino. No se trataba de una pareja ni de una finca cualquiera. Sus apellidos avalaban un pedigrí que confirmaban sus títulos nobiliarios y sus cargos. Luis Napoleón Bonaparte (Napoleón III), presidente de la República Francesa (1848-1852) y emperador francés (1852-1870); y María Eugenia Ignacia Agustina de Palafox-Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick (Eugenia de Montijo), condesa de Baños y de Teba, a la sazón emperatriz francesa consorte.

Casados en 1853, ambos conocían de primera mano el mundo del vino y no eran ajenos a los cambios de la sociedad. Napoleón III, de hecho, estableció la clasificación de Burdeos en “crus” que sigue vigente hoy en día y Eugenia de Montijo apoyó las investigaciones de Louis Pasteur, financió la obra del Canal de Suez y dirigió en tres ocasiones el país galo en ausencia de su marido. Con la proclamación en 1870 de la Tercera República en Francia, el exilio en Reino Unido fue su destino. Tres años más tarde, el emperador sin imperio moría en Londres. La emperatriz sin imperio se retiró entonces de la vida pública, residiendo a caballo entre Farnborough (Hampshire) y Biarritz (Francia).

Finca La Emperatriz | Foto: Fernando Díaz

Murió casi cincuenta años más tarde (1920) en el Palacio de Liria, en Madrid, a los 94 años. Su presencia en este emblemático edificio se explica porque su hermana mayor, Francisca, estaba casada con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia (Duque de Alba, Grande de España, diputado y senador). ¿Qué paso entonces? Resumen rápido por aquello de no liarnos entre herencias: al fallecer sin descendencia, la finca de Baños de Rioja pasa a este último matrimonio. De su hermana y el Duque de Alba pasó a uno de sus hijos, quien vendió la propiedad a unos empresarios de la industria vasca. De estos pasó al conde de Torre Muzquiz y, ya en 1996, hace cuatro días como quien dice, a la familia Hernaiz.

Con Eduardo nos encontramos hace cuatro días, literales, mientras termina de vendimiar una parcela en la que trabajan alrededor de una veintena de personas. “Ayer terminamos el viñedo viejo y hoy nos toca aquí”. Nos recibe en Finca La Emperatriz, la famosa finca de Baños de Rioja donde la esposa de Napoleón III buscó la excelencia vinícola con cien hectáreas de viñedo que ya aparecían en el catastro de Marqués de la Ensenada (1749) y que triunfaron en la Exposición Universal de París (1878). Historia reciente del vino mundial.

Eduardo Hernaiz (Finca La Emperatriz) | Foto: Fernando Díaz

En la entrada al extenso terreno, dos siluetas de Eugenia de Montijo nos flanquean para atravesar su puerta y adentrarnos en un pasillo gigante entre cepas. Estamos en Baños de Rioja, “en los confines del Rioja”, donde el tiempo pasa más lento para las uvas (predomina el tempranillo) de la familia Hernaiz por la influencia del clima más atlántico que mediterráneo, la pobreza del suelo y sus casi seiscientos metros de altitud sobre el nivel del mar. “Haro está a doce kilómetros. Ahí tenemos la sierra de Cantabria, que nos abriga, los montes Obarenes, que son algo más bajos, y la Sierra de la Demanda con el San Lorenzo”, cita Eduardo mientras va dibujando la silueta de los picos con el dedo.

“Aquí estamos separados del Ebro en una zona fría de Rioja”, añade, destacando las características de una terraza que antiguamente bañaba el río Oja. “Es un suelo muy fértil allí donde no hay piedras. Donde sí las hay, las raíces tienen que bajar mucho para sobrevivir y el sufrimiento está asegurado”. Perfecto para la viña. En concreto, una capa de casi medio metro de cantos rodados de color blanco. Eduardo Hernaiz entonces explica que las cien hectáreas de la finca están divididas en veintitrés parcelas diferenciadas por el año de plantación, “realizados con sarmientos de viña vieja”; la variedad de la uva (tempranillo, garnacha, graciano, viura y maturana); la orientación del viñedo…

Finca La Emperatriz | Foto: Fernando Díaz

“Nuestro viñedo singular tiene 32 hectáreas”, apunta, poniendo el acento en que se trata de cepas plantadas en vaso (tempranillo, garnacha y viura) con una edad media de más de sesenta años. Todo empezó en esta finca en 1996, aunque el pasado vinícola de la familia se remonta a muchos años antes en Cenicero con las viñas de los abuelos. “También teníamos algo en Fuenmayor, Hornos y Navarrete”. Tras la adquisición de Finca La Emperatriz, decidieron tomar una difícil decisión. “Conservamos las cepas que tenían más de 65 años y empezamos a plantar cepas nuevas”, indica Eduardo, rememorando que entonces los agricultores, por lo general, no quería viñedos de uva vieja. “Era la época del boom de los precios de la uva. Daba igual casi todo. Se necesitaban kilos y se arrancaron los viejos. Las bodegas tampoco los querían hasta los años 2000”.

Fue precisamente en ese año cuando salió su primera cosecha al mercado. Una vela puesta al aprendizaje y otra al granel. Cuatro años más tarde, cuando Grecia se alzaba con la Eurocopa en Portugal antes de que llegara el reinado futbolístico de España, en los confines del Rioja comenzaron con su apuesta por la calidad. “Empezamos a hacer cosas más especiales y alguna prueba con las garnachas y el tempranillo”. A partir de 2016, el conocimiento adquirido en dos décadas sobre la antigua finca de Eugenia de Montijo se puso en práctica para hacer una apuesta total por el terroir. “Por historia, por clima y por suelo queríamos hacer mejores vinos y más complejos”.

Finca La Emperatriz | Foto: Fernando Díaz

Con un ojo en el pasado -“Miramos lo que se hacía antes en esta zona alta de Rioja”- y otro en el horizonte temporal más lejano, la familia Hernaiz emprendió un camino con el “firme compromiso” de cuidar el medio ambiente y el ecosistema para las generaciones futuras. Así se entiende la sustitución de insecticidas por feromonas, la eliminación de herbicidas para dejar paso a las cubiertas vegetales y el uso de los restos de poda como abono natural. Así han llegado hasta octubre de 2022, donde sus viñedos singulares (Finca La Emperatriz, blanco y tinto) son la joya de una corona que habría portado orgullosa Eugenia de Montijo.

“Finca La Emperatriz es un lugar idóneo para la elaboración de vinos con una larga y valiosa guarda, que es el origen de nuestros vinos de viñedo singular”, añaden desde la familia Hernaiz, aunque Eduardo tiene sus reservas al respecto sobre la vendimia de este año. Al igual que en el resto de la DOCa, las bajas acideces condenan a los enólogos a un trabajo más arduo que en cosechas pasadas. “Ha sido un año excesivamente cálido para los vinos de guarda, aunque la uva está sana y con buena maduración. Los vinos estarán buenos, pero es difícil que aguanten quince o veinte años”.

Finca La Emperatriz | Foto: Fernando Díaz

Su cosecha empezó en Fuenmayor a primeros de septiembre. Son unos veinte días de “cortar uva”, aunque la vendimia dura unos 35. No todo es darle al corquete y a la tijera. “En San Mateo entró el frío y eso ha mejorado mucho la calidad. La uva no ha perdido tanta acidez y ha ganado en maduración”. Por suerte, la lluvia no ha hecho su aparición hasta el puente del Pilar. “Desde hace cuatro o cinco años, el tiempo nos está respetando”, recuerda Eduardo, puntualizando que los “años buenos” son “especiales” en lugares de “climas fríos” como la terraza sobre la que se asienta este gran viñedo singular. Especial como una finca en la que se fijó una emperatriz para crear un imperio vinícola que los hermanos Hernaiz siguen hoy cuidando.

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