El Rioja

La herencia de unos locos por el blanco

“Era el sueño de mi abuelo, que heredó este terreno, y también el de mi padre”

Vendimia en el viñedo singular Alto Cantabria, de Bodegas Valdemar

Sobre un altiplano rociado por el sol desde que amanece hasta que se acuesta, a unos 490 metros de altitud y con Logroño a sus pies, lucen veintitrés hectáreas donde se reparten parcelas de tempranillo tinto, tempranillo blanco y viura. Todas ellas mimadas como las alhajas de la casa porque de sus raíces emanan joyas auténticas, mucho antes de que en 2017 el Consejo Regulador de la DOCa Rioja la bendijera con la acreditación de la nueva indicación de Viñedo Singular.

“Era el sueño de mi abuelo, que heredó este terreno, y también el de mi padre, a pesar de que les tacharon de locos al apostar por el blanco en esta maravilla de finca. Ahora nosotros los estamos haciendo posible casi medio siglo después”. La familia Martínez Bujanda y todo el equipo que rodea Bodegas Valdemar sitúan Alto Cantabria en el ‘top 3’ de los mejores viñedos de esta compañía, pero Ana, copropietaria de la firma, confiesa que, “si hay que elegir, este se lleva el pódium por el vínculo emocional que nos une”. También porque tiene los mismos años que ella. Además, pone la mano en el fuego porque su padre Jesús, ya cuarta generación de esta saga familiar, piensa lo mismo.

La revelación de que aquella finca plantada en 1975 sobre el Monte Cantabria tenía un valor especial no llegó hasta 14 años después, cuando Jesús vendió toda la primera añada que salió al mercado, la del 89, a Pedro Subijana. El chef andaba en busca y captura de un vino blanco especial que impresionase a sus comensales y fue en Rioja donde lo encontró. Aquel blanco fermentado en barrica, el primero en España, fue un triunfo total para las cocinas del Akelarre, pero sobre todo para la familia de Valdemar. Habían sembrado una semilla de un gran blanco que por aquel entonces no abundaban en el país y que hizo estrechar los lazos entre el bodeguero y el cocinero más allá de una relación comercial.

La formación en el mundo del vino no acompañaba al abuelo Jesús, la mente forjadora de este proyecto, pero sí lo hacía la experiencia que ganó recorriendo países y descorchando botellas de blancos, así como plantando viña y estudiando los terrenos. “Era un verdadero apasionado de los blancos y quería conseguir algo especial”. En aquella época sí se veían blancos envejecidos en barrica, pero no fermentados. Ahí estaba la apuesta fuerte de los Martínez Bujanda. “Un vino de parcela cien por cien que nació cuando todavía no existía ese concepto en Rioja y gracias al cual el tiempo nos ha dado la razón demostrando que ni mi padre ni mi abuelo estaban tan locos”, ríe.

La mayoría de las botellas viajaron a San Sebastián, pero la familia se quedó unas pocas a buen recaudo que todavía conserva en perfecto estado. Ana se transporta a los recuerdos de su padre y su abuelo y revive aquellas primeras vendimias en la finca Alto Cantabria: “El tipo de suelos, la altitud, la temperatura, la luz… Es que no tiene nada que ver la composición del terreno ahí arriba a la que se puede encontrar unos metros más abajo. Realmente lleva siendo un viñedo singular desde el principio porque ya sabíamos que esto era especial, que esta viura que daban esas cepas eran especiales, y por eso ese vino se ha elaborado única y exclusivamente con las cepas de la parcela”. Incluso el tempranillo blanco tiene otras características que no hubiera mostrado de estar plantado en otro sitio, pero estas cepas aún son jóvenes para portar la etiqueta de ‘Viñedo Singular’.

Por si fuera poco, Valdemar se ha puesto el sombrero también con el primer espumoso de Viñedo Singular en Rioja que ha salido al mercado este año: Finca Alto Cantabria Viñedo Singular Brut Nature. Pero para que su segunda añada llegue a buen puerto todavía no están las aguas muy encauzadas. “Tendríamos que vendimiar la viura la semana que viene, pero tenemos que comprobar la evolución de la acidez porque si viene algo más baja de lo habitual, como están vaticinando, igual no nos interesa usar esas uvas para el espumoso y destinamos el vino resultante para el Alto Cantabria Blanco Viñedo Singular”, tantea el enólogo de la firma, Antonio Orte.

Y es que estas son unas burbujas que solo pueden descorcharse aquellos años que vengan con una calidad sublime bajo el brazo. Cepa a cepa, descubriendo esos racimos que cuelgan y cortándolos con delicadeza como si de gemas preciosas se trataran. Prácticamente, una de las uvas que antes se recoge en Valdemar para asegurar una frescura que perdure en el tiempo. El Consejo Regulador dicta que estos vinos de gran añada han de aguantar 36 meses de crianza, pero la familia Martínez Bujanda no despierta a estas botellas hasta pasados mínimo los 40 meses. El descanso de los vencedores que defienden una imagen y unos valores.

Por suerte, finca Alto Cantabria goza de ser un viñedo “muy regular”, más allá de las variaciones meteorológicas caprichosas de cada año. “Por eso es capaz de colgarse el título de ‘Viñedo Singular’. Aquí desde mayo o junio tenemos que atender las aptitudes de las parcelas para demostrar que son capaces de sacar adelante estos dos vinos de gran calidad reconocida. Y, más que el trabajo en campo, lo que implica la gestión de esta finca es un control mucho más exhaustivo para demostrar que la cepa se regula por sí misma, sin apenas intervención. Es decir, que logra ese equilibrio, ese menor vigor, de manera natural, porque aquí sería impensable tirar uvas antes de vendimiar o realizar muchos despuntes (además de que lo prohíbe el pliego de condiciones del Consejo Regulador)”, recuerda Orte.

Es el tempranillo blanco de Alto Cantabria el que ya reposa en bodega para estas fechas. La vendimia 2022 ha llegado a Valdemar con unas dos semanas aproximadamente de adelanto respecto al año anterior, sobre todo en los blancos, donde buscan sacar la máxima frescura y acidez. Aunque los rendimientos este año vengan más bajos por la sequía (pocas parcelas cuentan con riego), la calidad, en palabras del enólogo, “se verá repartida de forma irregular en función de las zonas”. Ahora avanzan con el sauvignon blanc y seguido irán a por la viura.

Un equipo que ha sabido sumergirse en el territorio de una denominación dispar en busca de la singularidad de cada terruño, desde las fincas que rodean la capital riojana hasta los pedregales de Rioja Oriental con su Finca del Marquesado, escarbando para demostrar que siempre hay un tesoro por descubrir. La “tranquilidad”, coinciden propietaria y enólogo, que da tener el control sobre tu trabajo es algo maravilloso. El que Bodegas Valdemar gestione cerca de 300 hectáreas de viñedo en propiedad (apenas cuentan con cinco pequeños proveedores) es la clave de unos proyectos que comienzan dando sus primeros pasos de puntillas pero acaban pegando zancadas que dejan toda una huella común tras los vinos dibujada en el camino.

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