La Rioja

«No nos conocemos, pero aquí tienes mi casa»

La sociedad riojana se ha volcado con los refugiados ucranianos. Desde el inicio de la invasión rusa, numerosas iniciativas han surgido a lo largo y ancho de la región. Antes de que la administración consiguiera reaccionar y poner en marcha su lenta maquinaria, la ciudadanía ya se había puesto manos a la obra para acoger a las personas que huían de la guerra en el este de Europa. Primero fueron los ucranianos quienes trajeron a familiares y amigos. Ahora, algunas personas anónimas están acercando a la región a personas desconocidas con el simple objetivo de sacarlas de una tierra plagada de muerte.

Myriam Sánchez vive en Nalda. Su hermano es un joven ucraniano, adoptado hace años por sus padres, y en su casa los lazos con el país siempre han sido estrechos. «Todos los veranos traíamos a un niño a veranear con nosotros y seguíamos manteniendo el contacto con él». En el mismo momento en el que supieron que Rusia había comenzado a bombardear Ucrania, intentaron localizarlo.

«Él es capitán de la aviación en Ucrania y nos pidió que acogiésemos a su mujer y sus dos hijas». No las conocíamos, pero no teníamos ningún problema en hacerlo. Ellas estaban en un sótano de Kiev al cobijo de las bombas que empezaban a caer en la capital. Con ellas se encontraba una prima y su pequeño de ocho años.

«Cuando logramos ponernos en contacto con ella, nos dijo que si salían del país lo hacían los cinco juntos». No se lo pensaron ni un momento y decidieron acogerles también a ellas. «Nuestras casas son normales y sabemos que no podemos salvar a todo el mundo, pero si podíamos salvar cinco vidas, nos dábamos por satisfechos», cuenta Myriam.

Cuando la guerra acecha tu casa, la desconfianza sobrevuela tu mente, pero la necesidad de salir es aún mayor. «Tuvimos que mandarles fotos de cuando éramos niños con su marido para que entendiese, a pesar de que no hablamos el mismo idioma, que lo que queríamos era ayudarles, que éramos de fiar», añade.

Para cuando pudieron ponerse en contacto con ellos, todas los accesos de Kiev menos uno habían volado por los aires. Pronto lo haría el edificio en el que ellas se albergaban. Por suerte, pudieron salir a tiempo gracias a la colaboración de Miriam, quien aún se pregunta qué hubiese pasado con ellas de tardar unos días más en reaccionar.

Una vez que contactaron con ellas, las cadenas de ayuda se fueron entrelazando. «Nos hemos encontrado gente maravillosa por todas partes con ganas de echar una mano». La asociación El Colletero de Nalda fue la primera en colaborar buscando enlaces de cómo ayudar a las dos mujeres y los tres niños. En seguida contactaron con Anabel y con gente en la frontera de Polonia que estuvo dispuesta a colaborar.

«Han sido días de muchos nervios. Sólo teníamos noticias de ellas una vez al día y hasta el último momento no sabíamos si llegaban los autobuses a los vuelos que teníamos preparados para ellas», recuerda. Dos días en la estación hasta que pudieron coger un autobús que les acercase hasta Cracovia. «Tuvieron que pagar a gente para poder ir juntas en el mismo autobús porque las querían separar. Lo más importante era llegar juntas al aeropuerto».

Fue allí donde, una vez más, la solidaridad de los ciudadanos se hizo presente. «Un periodista las tuvo durante dos días en su casa hasta la fecha del avión que habíamos podido coger». Y es que eso tampoco ha sido fácil. «Llamamos a toda la familia, dijimos lo que íbamos a hacer y todos han colaborado dentro de sus posibilidades», rememora, agradeciendo tanta solidaridad.

Este fin de semana, por fin, pudieron coger el vuelo a Madrid. «Mi marido, que ha sido coordinador del 112 en La Rioja durante algún tiempo, empezó a contactar con gente porque había que buscar un medio de transporte para traerlas hasta Nalda».

Ahí ya empezó la solidaridad riojana. Limpiezas Zúñiga, la Asociación de Técnicos de Emergencias en La Rioja (UTESLAR), viejas glorias de Cruz Roja en Calahorra, TodoEmergencias… todo el mundo puso su pizca de colaboración para que las cinco llegasen hasta su nuevo hogar en Nalda. «Sin Titi y Raúl, hubiese sido imposible hacer lo que hemos hecho», cuenta Myriam.

El sábado por la noche estaban ya todos en Madrid esperándolas. «No puedo describir lo que sentí en ese momento, por fin estaban a salvo y allí, como nosotros, había un montón de familias más con carteles, gente que había pasado por lo mismo y que traía a gente que no conocía de nada por el simple hecho de echar una mano en todo este conflicto», cuenta.

Ahora se encuentran con los problemas de la documentación. «La verdad es que vamos trabajando en el error-acierto. De hecho, vamos aprendiendo de los grupos lo que hay que hacer una vez que llegan porque no hay demasiada información», explica Myriam. Una queja que es similar a todos los que estos días están intentando acercar a refugiados a España.

Las primeras horas de Tania y Olana les están sirviendo para intentar descasar. «Han llegado agotadas. Los niños no entienden nada, pero poco a poco les estamos enseñando sus primeras palabras en español». Este martes irán por primera vez al colegio. «Llamé al tutor de mi hijo el viernes y le expliqué la situación que nos íbamos a encontrar. Desde el cole han movido todo para que los niños puedan acudir y hasta han preparado fichas para que puedan ir haciendo cositas», dice ilusionada.

El domingo, casi recién aterrizadas en España, fueron al mercadillo a hacer compra. «Los pequeños vienen sin abrigo. Llevan una maleta pequeña para los cinco y han cogido lo poco que pudieron pillar en unos minutos. Lo han perdido todo».

Ahora necesitan pañales para el más pequeño de la casa. «Ya hay gente que se está ofreciendo a ayudarnos. Es una maravilla la respuesta de las personas más cercanas», se alegra. Sin embargo, le apena que las instituciones estén prácticamente desaparecidas en estos primeros momentos.

«Están preparando todo para la llegada de refugiados, pero es que ya están llegando y muchas veces no sabemos dónde acudir para determinadas necesidades. No se puede esperar. Es el momento de actuar. Quizás esta manera de ayudar no es la mejor, pero sí está siendo la más rápida y la más efectiva. Si nosotros hubiésemos esperado un día más, no quiero ni imaginarme qué hubiese sido de ellas», dice casi desconsolada.

Miriam es consciente de que la ayuda ofrecida no tiene fecha de caducidad. «No sabemos si esto va a ser para unos meses o para un año, pero estamos dispuestos a tenerlos aquí hasta que puedan volver. El pueblo ucraniano es un pueblo de mucho carácter por todo lo que han tenido que vivir. Allí impera el matriarcado y ellas son muy resistentes. Son las que siempre han sacado al país de los problemas en los que se ha visto. Son mujeres que vienen aquí no para que nadie sienta lástima por ellas sino a trabajar en el primer momento en el que puedan hacerlo. Ellas tenían allí su trabajo y quieren seguir valiéndose por ellas mismas».

Desde Kiev aún les llegan noticias de los hombres a los que han dejado a más de 3.000 kilómetros de distancia. «Nos cuentan que Rusia está mandando a críos de 18 años a luchar. Llegan todos los días destrozados a casa por lo que tienen que vivir allí», cuenta Myriam. Ella, de momento, ya ha quitado un poco de horror a esta terrible invasión que tanto sufrimiento está costando al pueblo ucraniano.

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