A lo largo y ancho de la zona suroriental de La Rioja germina del mismo suelo de montaña ibérica mediterránea una pasión por el territorio y por recuperar o mantener sus historias. Un total de 40 municipios componen, total o parcialmente, la Reserva de la Biosfera, una marca declarada por la UNESCO en 2003 que reconoce la homogeneidad geográfica, climática y paisajística de alto valor ambiental de este territorio que abarca la cuarta parte de la superficie regional.
Entre los valles del Leza, Jubera, Cidacos, Alhama y Linares transitan 25 empresas de diferentes ramas productoras, la mayoría del sector agroalimentario, que cultivan a diario delicias gastronómicas desde pequeños núcleos rurales bajo el principio de sostenibilidad. Este es el caso de Mermeladas Encineta, asentada al cobijo de las peñas de Arnedillo. Pilar González es quien gestiona este negocio que comenzó a andar a la par que este distintivo que avala como socialmente responsables a los productos y servicios que se desarrollan dentro de la Reserva.
Le dicen que ha cogido todo el azúcar de su abuelo confitero, quien trabajaba en una fábrica de caramelos en Calahorra. Y lo cierto es que, aunque esta tierra sea de tradición conservera, Pilar ha sabido aportarle diferenciación a sus mermeladas que también lucen el sello Artesanía de La Rioja. «Porque trabajamos de forma muy artesanal. Cortamos y cocemos todo a mano, en perolas grandes, y siempre echando mano de fruta de temporada. Cuidamos mucho las variedades para que salgan lo más naturales posibles, ya que trabajar la fruta en fresco es complicado porque cada año viene de una manera y te toca adaptarte».
Este obrador asentado en el municipio riojabajeño funciona como una pequeña fábrica de conservas, pero la singularidad recae en la amplia carta de sabores que ofrecen. Más allá de los clásicos de fresa, melocotón o ciruela, Pilar deleita los paladares con confitura acompañada de especias, jengibre, canela, vino tinto u orujo evaporados, frutos secos… «Una variedad de productos con los que intentamos siempre recurrir a los proveedores más próximos, aunque no siempre es posible. Nos abastecemos de fruta del entorno del Valle del Ebro y del Cidacos, como las ciruelas Reina Claudia o las peras de Rincón de Soto, pero las fresas, la piña o los cítricos tienen que venir de fuera de la región».
Esta emprendedora que en su día apostó por un enclave rural para desempeñar una actividad artesanal y tradicional consigue poner sus mermeladas en los hogares riojanos y también en aquellos que traspasan las fronteras regionales, con varias tiendas gourmet a las que suministra. Sin embargo, reconoce que «falta cultura en la sociedad para reconocer la importancia de pertenecer a marcas que reconocen valores de calidad y sostenibilidad como la Reserva de la Biosfera».
A este respecto, desde la Dirección General de Calidad Ambiental y Recursos Hídricos aseguran que una Reserva de la Biosfera es, sobre todo, «un modelo de desarrollo socioeconómico además de una protección del paisaje», por lo que los gestores de esta marca trabajan «por fijar población en el territorio». El equipo de técnicos dirigido por Rubén Esteban considera que «esta marca, la primera de responsabilidad social corporativa que existe en un espacio protegido, es un distintivo de sostenibilidad y eso es lo que se ha de demostrar al público».
Reconoce que esta figura de calidad medioambiental con más de 80 productores es todavía «muy desconocida para la sociedad, por eso se han reactivado programas para poner en valor los recursos culturales, patrimoniales, paisajísticos y etnográficos de estas zonas que le dan el valor que el territorio y sus municipios merecen». Para ello se potencia el turismo en sus diferentes versiones, buscando diferentes atractivos dentro de la naturaleza, el geoturismo y, por supuesto, la gastronomía.
En Igea, donde el río Linares baña esta zona montañosa en la comarca de Cervera del Río Alhama, un millar de colmenas constituyen un elemento paisajístico más en plena Reserva de la Biosfera. Una tercera generación de apicultores ha mantenido en pie la actividad familiar, a pesar de los vaivenes del sector protagonizados por los bajos rendimientos de la miel y la alta mortalidad de las abejas, aumentando la producción y los canales de salida año tras año. Ahora son los hermanos Aitor e Iñaki Garteizaurrecoa quienes gestionan el negocio Miel de Pueblo, una sociedad formada en 2019.
«Para formar parte de este proyecto y mantenerlo en pie después de tanto tiempo es necesario sentir mucha pasión y devoción por el sector y por el trabajo, porque es duro. Pero luchamos a diario por revalorizar un producto puro, artesano y de calidad que a su vez está comprometido con el medio ambiente, tal como lo avalan los tres sellos de calidad con los que contamos: Reserva de la Biosfera, Artesanía de La Rioja y Calidad Garantizada», explica Aitor.
Esta pareja abarca toda la cadena de producción de la miel, desde su recolección en las montañas de la sierra hasta su etiquetado en el del municipio y la distribución final. «Trabajamos con plantas melíferas propias de esta zona, como son el tomillo y el romero, que dan mucho polen, y también hacemos miel de bosque, con la que practicamos una trashumancia a Soria. La miel es un producto muy adulterado y con estos sellos de calidad queremos demostrar que fabricamos un producto puro y artesanal. Sin duda, el estar amparados bajo la marca Reserva de la Biosfera es un valor más que se suma al hecho de que provenimos de una cuna de apicultores».
Este manjar natural, sin embargo, ha llevado las inquietudes de estos hermanos mucho más allá. Esta pareja de hermanos pone ahora gran parte de sus esfuerzos en la hidromiel, con la vista fijada en una bodega de elaboración que podrá ver la luz en este próximo 2022: «Queremos que los sellos de calidad que tiene ahora nuestra miel se plasmen también en la hidromiel. Pero más allá del producto queremos que este proyecto promueva Igea en un marco autonómico y nacional y, si se puede, también internacional. La idea es realizar catas y visitas así como formar al público sobre la importancia de la apicultura y reflejar su valor en el entorno». Un sueño que esperan alcanzar de la mano de los maestros hidromieleros Salvador y Clara acompañándoles: «Será como un vino blanco pero con muchos aromas florales».
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