El Rioja

La revolución de las mentes inquietas

José Gil y Vicky Fernández trabajan a diario para poner otra vez a Rioja en boca de todos

José Gil y Vicky Fernández a las puertas de su calado en San Vicente de la Sonsierra | Foto: Leire Díez

Hace años que circula por Rioja una corriente de reivindicación que avanza sosegada por las diferentes subzonas, buscando las sombras de las cepas pero dejando a su paso una hilera de emoción y ambición que sale a la luz cada otoño. Es ahí cuando esos nuevos aires se afianzan y crean valor, demostrando que esta denominación tiene muchas ‘minas’ de rubíes todavía por explotar.

Son jóvenes viticultores, arraigados a su tierra y sin la intención de abandonarla. Mentes inquietas con ganas de salir de la cotidianidad, de la zona de confort, y dejar volar la imaginación. “Sólo así sabrás que tú también puedes crear un estilo y personalidad propios”. José Gil, de 31 años, tenía un asiento consolidado y seguro bajo los mandos de la bodega familiar Viña Olmaza, en San Vicente de la Sonsierra, con los mercados fijados e instalaciones suficientes. Allí empezó a hacer sus pinitos como enólogo, con un cien por cien raspón, otro sin raspón, una parcela de garnacha… Pruebas que no llegaban a nada en concreto pero que le iban abriendo la mente mientras su abuelo le metía el gusanillo por el mundo del vino.

Pero llegó el día en el que quiso buscar otra silla, una más inestable todavía por restaurar. José dio un salto al vacío en 2016 con todo un mundo por recorrer, pero lo hizo de la mano de Vicky Fernández, que se ha convertido en su compañera de vida y de vendimias. Llegada desde Algorta, ha aprendido a podar, llevar el tractor y entender la viña en todas sus estaciones. A su carácter y determinación se unen la templanza pero a la vez los nervios durante vendimias de José, y ambos forman el tándem perfecto para crear un vino con terruño y, sobre todo, con pasión. En manos jóvenes que a la vez crean riqueza en el municipio.

José Gil y Vicky Fernández a las puertas de su calado en San Vicente de la Sonsierra | Foto: Leire Díez.

“Solo hay que salir fuera para saber que aquí puedes recrear lo mismo con tu propia personalidad. Creo que es la mejor formación, gastarte el dinero en probar cosas diferentes para enfocar tu camino. Y también buscar ciertos espejos en los que fijarte. He probado vinos, sobre todo de la Borgoña, con los que me ha explotado la cabeza. Y es esa filosofía también la que queremos plasmar en la bodega, la de la Borgoña y el Rioja antiguas, con familias dedicadas al viñedo que vivían con 30.000 o 40.000 kilos de uva y hacían su vino. Queremos recuperar una Rioja de origen, recuperar el sabor de los pueblos, porque las mismas variedades se comportan de diferente forma en unas zonas u otras y estas no dejan de ser meras antenas del paisaje”, apunta con sentimiento. Es decir, reflejar el contenido y no el continente, la tierra y no la bodega, el pueblo y no una marca.

Y ellos lo han conseguido. Comenzaron comprando algunas parcelas y recorriendo los primeros mercados con sus poco más de 2.000 botellas de aquella primera añada de 2016. Y resultó que el vino que habían elaborado daba sus frutos. “Aunque nos cerraron algunas puertas al principio, poco a poco fuimos recibiendo más y más pedidos”. Y, por supuesto, también tienen espejos en Rioja en los que se han querido ver reflejados, como las jóvenes microbodegas que hace varios años formaron la plataforma Rioja’n’Roll bajo una filosofía de elaborar vinos con los que sea la tierra la que hable.

“Ahí está por ejemplo Roberto Oliván, de Tentenublo, que es como un hermano mayor para mí; o Eva y Óscar, de Alegre & Valgañón, que reflejan muy bien el esfuerzo por sacar algo así adelante porque empezaron elaborando vinos sin tener viñas en propiedad”. Y no se olvida de su amigo Miguel Merino, al que incluso le venden parte de su uva, “aunque Miguel ya juega en un nivel mucho más superior, pero ha creado valor en su zona”. Algún día José y Vicky también serán ese espejo en el que otras mentes inquietas busquen referencias. Son parte de la revolución.

José Gil y Vicky Fernández a las puertas de su calado en San Vicente de la Sonsierra | Foto: Leire Díez

Por el momento se conforman con las 20.000 botellas que esperan lanzar de la añada 2021. Han logrado aglutinar seis hectáreas de viña, una de ellas a renta distribuida en tres pequeñas parcelas viejas. Pero reconocen que adentrarse a día de hoy en el mercado de la compra de viñedo en Rioja es un deporte de riesgo solo para los bolsillos más pudientes donde la ilusión de los proyectos jóvenes en muchos casos no tiene cabida. “Por eso hay que demostrar con los vinos que hay gente muy capaz de poner a Rioja en el lugar que se merece, porque tiene un gran potencial para ser una de las mejores denominaciones del mundo, lo que pasa que en los últimos años parece que nos hemos dormido o acomodado”, apuntala José.

La andadura hasta llegar al escalón donde están ahora no ha sido aún así pan comido. Hasta la campaña anterior elaboraban en un pequeño espacio en la bodega de la familia, pero ya desde noviembre la pareja comenzó a buscar un lugar propio y más amplio donde diseñar sus vinos. Una tarea, eso sí, para la que tuvieron que armarse de paciencia. “Por el día íbamos a podar las viñas y después nos recorríamos los pueblos de la zona en busca de cualquier bodeguita o espacio que alquilar. Labastida, San Vicente, Samaniego… Estábamos dispuestos a elaborar en cualquier garaje. No pedíamos gran cosa, y cuando encontrábamos una que nos acomodaba, a los días se echaban para atrás y decían que no. Hay muchas bodegas abandonadas y no entendemos que no les den uso porque también es una forma de ayudar a los jóvenes que se ponen por su cuenta y no pueden comprar unas instalaciones”, insiste el joven.

José Gil y Vicky Fernández en su calado de San Vicente de la Sonsierra | Foto: Leire Díez

No fue hasta hace unos meses cuando lograron dar con la bodega ideal a escasos cuatro kilómetros de su calado de crianza en la ladera del castillo de San Vicente. Una nave industrial ubicada en Briones que cuenta con toda la maquinaria de elaboración porque su dueño ya hacía algún que otro vino para autoconsumo. En tres depósitos de hormigón (también cuenta con alguno de acero inoxidable) van a elaborar su vino de pueblo para recuperar las antiguas tradiciones. Y del mismo modo no pierden las viejas costumbres de criar esos vinos al fresco de las cuevas que reposan bajo el castillo de San Vicente y en las que los vinos José Gil permanecen sumidos en un sueño profundo.

En un futuro esperan que su aventura vaya un paso más allá: “Nos gustaría tener nuestra propia bodega, una pequeña rodeada de viñedo en la zona de la Cóncova donde tenemos la viña joven de garnacha, bajo el Toloño. Pero ahora toca ahorrar y estamos contentos con lo conseguido hasta ahora”. Esta pareja, además, crea valor con la vista puesta en los sucesores de Bodegas José Gil. “Queremos que nuestros hijos se encuentren con una Rioja mejor, más respetuosa con el medio ambiente, y vivan la tierra como lo hacemos nosotros, disfrutando de ella”.

Pero mientras tanto, y más a corto plazo, sus enseñanzas como buenos mentores de la viña y el vino se las transmiten a mentes jóvenes, con manos todavía por curtirse, que encuentran en este mundo desconocido todo una fuente de sensaciones. Este año les ha acompañado durante toda la vendimia y algún que otro día más un chaval de Las Arenas (Vizcaya), conocido de Vicky: “Nadie daba un duro por este chico, que en su vida había pisado la viña. Ni siquiera un pueblo. Pero nos ha sorprendido a todos. Ha cortado uva, cargado cestos y, en bodega, también ha ayudado a descubar, limpiar depósitos… Ha hecho de todo, ha vivido el proceso de principio a fin y los cortes que se lleva de vuelta a casa dan buena cuenta de ello. Así que lo esperamos el año que viene”, ríe José al tiempo que lanza otra reflexión: “Podríamos haber contratado a una cuadrilla más experta para la campaña, pero queremos formar a chavales que puedan apreciar la viña de otra forma, viviendo las vendimias como se hacía antes: en una gran familia”.

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