El Rioja

El viaje de nunca acabar

Llevan décadas recorriendo España en busca de campañas agrarias y no se plantean otra vida

Asoman un viejo Seat Córdoba y una furgoneta Ford Transit aún más antigua al fondo del camino, sobre las hileras de cepas. Sus depósitos han sido recargados varias veces desde que salieron de Jaén rumbo Alcanadre hace algo más de un mes. Y ahora, después de hacer parada en Ribafrecha y Ventas Blancas están aparcados en una viña del término de Santa Engracia del Jubera.

Esas ocho ruedas, con sus ocho ocupantes, recorren la península durante meses en busca de las campañas agrícolas de cada temporada donde la vendimia no es más que otra estación más en su plan de viaje. Pero sus manos son también parte de Rioja, un parte importante e igual de protagonista que la figura de cualquier técnico de bodega que amasa con mimo sus vinos. Porque gracias a ellos sale adelante una campaña más bajo el sello de la denominación.

La diferencia es que en esta cadena de producción que implica a tantos personajes, este primer eslabón que se tiñe las manos y sus prendas de mosto al cortar racimo por racimo no suele catar el producto final para el que está dedicando varias semanas al año. Pero no se han desplazado hasta aquí para eso. Es más, su vista ya está puesta en el próximo destino: de vuelta a Jaén para inicar la cosecha de la aceituna que les ocupará durante unos cuatro meses.

A esta cuadrilla de marroquíes, la mayoría procedentes de la ciudad de Rabat, todavía le falta algunos días para emprender el viaje a la que ya es su casa en la provincia andaluza, porque hace décadas que dejaron atrás su país de origen. Driss, de 34 años, llegó hace casi 20 a España. Con este cumple ya ocho en la vendimia de Rioja (la mitad de ellos trabajando en la zona de Nájera) y asegura que vendrá a estas tierras unos cuántos años más.

Driss posa con cunacho cargado de uvas al hombro | Foto: Leire Díez

Ya es medio día y mantiene un ritmo ágil tijera en mano cortando uva, cargando cunachos al hombro y volviéndose a agachar. Pero también tiene unos minutos para hablar. Hace un alto en el renque, coge el último el racimo y presta atención. A pesar de los años que lleva en la península, su castellano no es muy bueno pero sí comprensible. Lo justo para hacerse entender, porque él entender entiende a la perfección. Pero mientras escucha, mira fijamente como si quisiera comprender las palabras a través de los ojos.

“Aquí se trabaja mejor. Más caro que Marruecos. Allá se paga poco, por eso venimos. Pero aquí también mucho trabajo, la viña es dura”. En realidad todos los cultivos los son, asegura. Antes de poner un pie en la viña ya lo ha hecho en las fincas de fresas de Huelva y después, en mayo, en las de ajos de Cuenca. Pero no siempre ha estado vinculado a tierra firme. Ante de buscar una nueva vida en la península, el pan que llevaba a casa provenía del mar, y reconoce que es mejor ser agricultor que pescador.

Unas filas más allá, Amar y Jmili, dos jóvenes sordomudos observan con interés la conversación. Sonríen y con gestos hacen ver que ya la jornada empieza a hacerse más cuesta arriba, y todavía quedan varias horas por delante. Otros compañeros evitan distracciones y apenas levantan la cabeza por encima de las hojas de la parra. “A ellos no les gusta hablar”.

Vendimia en Santa Engracia del Jubera | Foto: Leire Díez

Pero Bikich parece que sí. Se sube el cunacho al hombro y posa con gracia. Él también lleva más de media vida en España. Sin haber cumplido la veintena (ahora ya tiene 44) ya tenía el permiso de residencia. Primero vino solo, en ferri, y reconoce que fue difícil: “Mucho miedo. Era joven…”. Los primeros años los pasó viviendo en alojamientos habilitados por sus “jefes” para cada una de las campañas a las que acudía. “Jaén, Córdoba, Huelva, Murcia…”. Pero al poco logró hacerse con una casa del alquiler y traerse a su familia de Rabat.

Pero no ha sido en Rioja cuando ha visto uvas por primera vez. Ya en su país natal trabajaba la vid, y es que Marruecos arrastra una tradición vitícola desde hace siglos por eso de que fue colonia francesa, aunque hay registros de que ya desde la época romana existía este cultivo. Hasta allá llevaron los galos su pasión por el vino estableciendo hectáreas y hectáreas de cepas, aunque a día de hoy apenas quedan poco más de 6.000 hectareas y no toda la poroducción va destinada a la vinificación. Fue la independencia en 1956 y las nuevas políticas europeas hacia los vinos extranjeros lo que motivó este cambio de tendencia.

“Allí hay mucha syrah. ¿Tú conoces?”, pregunta Bikich refiriéndose a la uva tinta de origen francés. Pero sobre todo se cultivan variedades resistentes al calor y al ‘chergui’, el viento del desierto que pone en riesgo a la planta secando las raíces de las cepas cuando sopla fuerte. Eso sí, la fresca brisa del Atlántico desempeña un papel crucial y positivo en la calidad de estos vinos.

Pero este marroquí también prefiere trabajar aquí que al otro lado del Estrecho. “Mejores condiciones”. Y ya piensa en el futuro de sus hijos, que aunque todavía están en la escuela, ya cree que seguirán sus pasos nómadas por la península. Vikich tampoco conoce otro trabajo que no incluya sus manos. “Toda la vida trabajando mucho. Siempre en el campo, desde niño”.

Lacrichi posa con cunacho cargado de uvas al hombro | Foto: Leire Díez

Desde Uxda, en la frontera de Marruecos con Argelia, viene cada año desde 1992 Lacrichi. Su residencia habitual no está en Jaén, como ocurre en el caso de sus compañeros de fatigas, aunque hasta allí va cada otoño para recoger la aceituna. Él viaja a España para cada temporada y aguanta en la península durante siete u ocho meses hasta que ya no hay campañas de recolección. “El resto del año, en Marruecos, no trabajo. Gano suficiente en España para cuidar a mi familia allá”, apunta mientras no para de cortar y el tractor con la pala apura detrás suyo. “No podemos hablar mucho. Tengo que trabajar porque luego vamos a otra viña”.

Al igual que en gran parte de la denominación, la vendimia ya está llegando a su fin con cerca de 400 millones de kilos en bodega. Y eso se nota en el paisaje de Rioja. Menos tractores, menos remolques y menos cuadrillas. Aunque ya este año se ha notado desde el principio de la temporada la menor afluencia de trabajadores desplazados. Lacrichi asegura que es porque la uva en Rioja ha madurado más tarde que otros años y muchos de sus compañeros están en otras campañas: “Sobre todo en Cáceres para la pimienta roja, y también en Murcia. Están Teniendo trabajo cerca de casa no quieren venir aquí. Es normal”.

Será por eso que “hay mucha facilidad para encontrar trabajo en vendimias”. Aunque estos ocho agricultores marroquíes hace tiempo que no vienen en busca de empleadores. Cada año llaman a las mismas puertas y duermen en las mismas camas. Su residencia durante este mes de cosecha se la aporta un agricultor de Alcanadre para el que cortan uva. “Aquí siempre tenemos trabajo, pero cada vez hay más máquinas”, reconoce. Así apuran los últimos días que les quedan en La Rioja para cambiar las cepas por los olivos. Y detrás de esa vendrá otra campaña, y detrás otra. El viaje de nunca acabar para los nómadas de la vendimia.

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