La Rioja

La crisis sanitaria no deja a Quel sin el reparto del pan y el queso

Nada es igual en tiempos de pandemia. Por mucho que se intenten mantener las tradiciones, nada es lo mismo. Esta mañana en Quel la procesión iba en solitario desde el municipio hasta la ermita, los vecinos la veían desde las ventanas haciendo caso al Consistorio y a la cofradía, que habían pedido no acompañarla; se podía aparcar perfectamente al lado de la ermita de la Transfiguración, sólo estaban los medios de comunicación de casa y las medidas sanitarias provocaban que el almuerzo de los cofrades casi ni se tocase.

“Hemos hecho una especie de simulacro por mantener la tradición, pero no nos hemos sentado para poder comer o beber algo al aire libre”, decía uno de ellos. Algunos se asomaban a la balconada pero nada de lanzamientos, nada de gente saltando en la calle… “A ver cuándo volvemos a poder hacer como siempre”, era el suspiro de todos los asistentes.

El origen de estas fiestas, consideradas de las más antiguas de La Rioja, se remonta al año 1479, cuando la población de la Villa de Quel quedó mermada por una epidemia de peste a la que solo sobrevivieron 17 de sus 50 habitantes.

Los vecinos se creyeron castigados por sus pecados, por lo que decidieron pedir perdón y acabar así con la peste. Para ello salieron en procesión desde la Iglesia Mayor de la localidad hasta la ermita, cruzando en su recorrido todo el pueblo e incluso bordeando la orilla del Cidacos. Con ellos llevaron trece candelas, conocidas también como hachas, en honor a once santos de la zona, a la Virgen María (representada en Quel por la Virgen de la Antigua) y al Santo Cristo.

Las velas fueron consumiéndose, pero aquellas consagradas a la Virgen y a Jesucristo resistieron más que las demás, “tanto como lo que cuesta subir y bajar a Arnedo”, un hecho que los vecinos consideraron milagroso pues las trece velas eran todas iguales en tamaño.

La tradición se ha mantenido casi intacta durante más de cinco siglos y los vecinos de Quel ha cumplido con esta fiesta, declarada de Interés Turístico Regional por el Gobierno de La Rioja en el 2004, de manera interrumpida desde 1479 hasta nuestros días. Con el paso del tiempo, la fiesta creció, congregando a cada vez más vecinos de las localidades cercanas, atraídos por la comida ofrecida por la Cofradía y por la singularidad de la fiesta, lo que derivó en una disputa por conseguir una ración. Esa espera y disputa son dos de los hitos relevantes de la fiesta y a día de hoy simulan la necesidad vivida en aquella época.

El año pasado ya decidieron que esta fiesta no podía dejar de celebrarse y encontraron la forma de hacerlo. Dos panes y cuatro trocitos de queso en una bolsa entregada en mano a todo aquel que se hubiese apuntado. Este año más de lo mismo. Cinco puntos de reparto: uno en la ermita, otros cuatro en la plaza del pueblo. “Mejor así”, decía un abuelo mientras recogía su pan y su queso. “Que otros años sólo los que más saltan pueden cogerlos”, apuntaba.

Fernando Bretón es el hermano mayor de este año. “Me lo pensé a la hora de convertirme en cofrade porque vivo en Madrid pero creí que había que seguir con la tradición familiar”, comentaba.

Una jornada de recuerdo a esos vecinos que, como en estos tiempos de pandemia, vivieron rodeados de muerte y enfermedad y consiguieron que el reparto del pan y queso se siga recordando después de los siglos.

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