Agricultura

Diego Fernández: “El futuro del olivar riojano está en su mecanización”

Diego Fernández: “La prosperidad del olivar riojano está en su mecanización”

Su experiencia previa trabajando en un explotación de olivos en intensivo asentada en La Rioja Baja le animó finalmente a adentrarse en el sector agrícola. Esta vez, sin embargo, siendo él su propio jefe. Su afición por trabajar rodeado de tierra, sin embargo, le viene de más atrás, de ver a su padre en el campo día tras día. Ahora, y tras la jubilación de su progenitor, Diego Fernández gestiona como agricultor profesional diferentes cultivos en el término de Sojuela desde hace tres años, donde los olivos se cuelan entre pequeñas parcelas.

Exactamente unas cuatro hectáreas entre olivos centenarios y otros más jóvenes que se asientan en fincas cuya orografía y dimensiones las hacen idóneas para estas plantaciones. “Lo bueno de trabajar para uno mismo es la libertad que tienes a la hora de organizarte, aunque también dependes mucho de los mercados y sus fluctuaciones”, apunta este ingeniero agrónomo de 29 años.

No obstantes, se muestra satisfecho por la decisión que un día le llevó a tener su propia explotación agrícola: “Son muchas más las ventajas que inconvenientes”. Como por ejemplo, asentarse en el medio rural, en el pueblo donde ha vivido desde siempre, y dedicarse a algo que le entusiasma y que además genera riqueza en el entorno.

Aunque su actividad principal se focaliza en la gestión del viñedo, preservar un “patrimonio agrícola” como son los olivos que han acompañado a su familia durante generaciones es un todo privilegio. “Este es un gran potencial que se debe potenciar en La Rioja junto a las variedades autóctonas. Una forma buscar salidas en los mercados oleicos frente a la competencia que viene del sur y que en términos de volumen resulta imposible de igualar, donde una almazara puede llegar a molturar lo que aquí recoge toda la DOP”, asegura Diego.

Aplaude, en este sentido, la labor que desde la Finca La Grajera se está haciendo con el estudio y recuperación de variedades minoritarias y casi desconocidas, así como con la elaboración de aceites experimentales. Apostar por ese factor calidad es la vía de escape del aceite con sello riojano cuyo principal canal de comercialización se sitúa lejos de los lineales de los supermercados.

“El hecho de que su consumo se focalice principalmente en el sector hostelero ha afectado notablemente en los precios percibidos por el agricultor, pero confiamos en que el proceso de vacunación avance y eso repercuta de forma positiva en la rentabilidad de estas explotaciones”, señala.

La última campaña para Diego fue “bastante buena en cuanto a cantidad se refiere”, pero reconoce que el problema de la rentabilidad de las explotaciones en La Rioja es la gestión de la mano de obra: “Muchas no están preparadas para una recolección mecánica, bien con cosechadora o abanico, y eso incrementa mucho los costes de tiempo y dinero. Por eso el futuro de los nuevos olivares en La Rioja debe encaminarse a un tipo de explotaciones en intensivo o superintensivo que permitan su mecanización para asegurar una mayor rentabilidad”.

En su caso, mantiene los olivos centenarios heredados, pero cuenta con una finca joven de royuela con un marco de plantación apto para el uso del abanico. Eso sí, recalca que no todas las variedades se pueden llevar a las explotaciones de intensivo o superintensivo: “La arbequina suele ser la oliva ideal para las grandes plantaciones por su porte pequeño que facilita la recolección con cosechadora, pero luego el paraguas se puede usar en otro tipo de variedades y con marcos de plantación más amplios”.

Para hablar de las más antiguas del territorio riojano, Diego enumera algunas como la negral o la redondilla que componen esas pequeñas fincas familiares de olivos que superan sin problemas los cien años. “Aquí juega un papel crucial el factor nostalgia. Son olivares que carecen de rentabilidad económica alguna pero que, sin embargo, se siguen manteniendo por el valor histórico y familiar que engloban, de ahí que su destino sea el autoconsumo, mayormente. No se puede dejar que desaparezca este patrimonio natural y agrícola que también favorece el mantenimiento del entorno de los pueblos”, incide este joven agricultor.

Y ante la dificultad de mecanizar este tipo de olivares, “solo queda la alternativa de apostar por esas variedades autóctonas y minoritarias como salida para su potenciación, por el nivel de calidad de los aceites resultantes es muy bueno, ya sean de grandes o pequeñas explotaciones”. Una opción por la que, según Diego, han de apostar las almazaras riojanas para ofrecer un producto diferente dentro del mercado nacional. Y es que el olivar, además del oro líquido que deja a su paso, “es un cultivo bastante cómodo de gestionar gracias a las labores puntuales que conlleva a lo largo del año, el escaso uso de tratamientos y la facilidad para compaginarlo con otros trabajos agrícolas”.

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