Firmas

Tinta y tinto: ‘Saber marcharse’

Una “bomba de humo” es algo considerado como “alta traición” en el protocolo de las salidas nocturnas. Todos sabemos que hay una persona especialista en este tipo de emboscadas en cada cuadrilla. Cuando menos te lo esperas, cuando ya la noche se ha puesto rumbera, miras hacia todos los lados en busca del amigo perdido aunque insconcientemente ya sabes que está camino de casa. La decisión dura décimas de segundo y sus consecuencias perduran toda la vida. Lo mismo puedes acabar conociendo en ese momento el amor como en una pelea a navaja o compartiendo un kebab con varios desconocidos. Abandonado a tu suerte, sólo hay puerta grande o enfermería como posibles finales de la faena.

Hay en las “bombas de humo” una especie de arte a analizar. No vale sólo con marcharse. Hay que saber marcharse. Lo primero, sin que te pillen. Si al encarar la salida eres detectado como tránsfuga, tendrás que mentir. “Iba al baño”. Y estarás más vigilado que Messi en el Clásico. Lo segundo, con decisión. Si te vas, te vas. No sirve luego quedarse en la calle hablando con alguien que te encuentras en un estado etílico peor al tuyo. Paso firme y directo. Lo tercero, sin mirar atrás. Si en el momento en el que pones un pie en la acera comienza a arder el bar, los heridos tendrán que apañárselas solos. Tú ya estás de camino a casa y no puedes volver bajo ningún concepto.

Para estas enseñanzas siempre podemos recurrir a Amanece que no es poco, una película que deberíamos ver obligatoriamente una vez al año para seguir aprendiendo con todos esos detalles que se nos han escapado en los visionados anteriores. En esta obra maestra de José Luis Cuerda hay un hombre que se muere “divinamente” y el doctor lo comenta orgulloso porque nunca había visto a nadie morirse tan bien en toda su carrera: “Qué irse, qué apagarse, con qué parsimonia, con qué graduación. Estoy disfrutando que no te lo puedes ni imaginar”. Entonces, el hijo del moribundo le pregunta al médico si su padre sufre y este le dice que seguro que sí, que a la fuerza. “¿No ves que se le está yendo la vida?”.

Hay que saber marcharse incluso en la muerte. No hace falta llegar al extremo del Ché Guevara y su idílico “más vale morir de pie que vivir siempre de rodillas” porque entre el blanco y el negro tenemos una escala de grises preciosa sobre la que discutir. Sin embargo, basta ver los ejemplos de Iker Casillas en el Real Madrid o Andrés Iniesta en el FC Barcelona para darse cuenta de que hay salidas y salidas. El primero, en solitario en una sala de prensa donde sus lágrimas estaban llenas de tristeza por ver cómo el club de su vida le daba la espalda. El segundo, en un estadio donde sus lágrimas estaban llenas de alegría por ver cómo el club de su vida le homenajeaba con todos los honores. Dos leyendas, dos finales distintos.

Lo mismo podemos llevarnos al terreno político. No sé qué tendrá la ‘res pública’ que a todo el mundo enloquece. Será el poder. Serán los focos. Será el salario a final de mes. Será el ego. Será el coche oficial. Será el odio en las redes sociales convertido en adrenalina para el día a día que no te hace falta ni desayunar. Dos ejemplos nacionales de no saber marcharse: Felipe González y José María Aznar. Dos ejemplos nacionales de saber marcharse: José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Finalizadas sus etapas como presidentes, unos intentan seguir influyendo en gobiernos que ya no les pertenecen mientras otros permanecen en un segundo plano dedicados a sus asuntos.

Descendamos al terreno regional. ¿Alguien se acuerda de Pedro María Sanz Alonso? Veinte años gobernando La Rioja para ser un ciudadano más cuando pasea por la calle o disfruta de su chalé en Villamediana. Ya lo avisó en su despedida en Igea: “Aquí vuelve el Pedro Mari, el hijo de Jesús y Alejandrina”. En cambio, no es extraño toparse con José Ignacio Pérez en cualquier acto del PSOE como si todavía fuera uno más del engranaje del Gobierno. Dos maneras distintas de dejar sus respectivos cargos al frente de la comunidad para echarse a un lado. O no. Cosas de saber marcharse.

Y en el caso que nos ocupa esta semana en ‘Tinta y tinto’, tras una breve introducción de setecientas palabras, el “saber marcharse” de José Luis Rubio. Dimitió en agosto del año pasado por “motivos personales” del cargo de consejero de Sostenibilidad y ahora vuelve al Gobierno, suponemos que también por “motivos personales”, como director general de Biodiversidad. Relegado del primer escalón al segundo, acepta un nuevo cargo en el Ejecutivo pese a salir de él un año antes. Sin consultar a los citados en este artículo por aquello de dejar volar la imaginación, evitar la mentira y hablar de política-ficción, se confirma así un trato no escrito entre Concha Andreu y José Luis Rubio para asegurar al segundo su regreso al calor de la presidenta.

Andreu sigue montando su puzzle de apoyos socialistas desde el Palacio del Elíseo de cara al congreso del año que viene. El poder del cargo para dar cargos y sumar apoyos. José Ángel Lacalzada sustituye a José Ignacio Castresana como consejero y sigue aumentando la presencia del viejo puño y la vieja rosa junto a la presidenta. Tras la salida del aparato del PSOE (Francisco Ocón, Ana Santos, Nuria del Río…) del Gobierno en verano de 2020, los fichajes de la jefa del Ejecutivo se entienden en clave congreso para contar con una alfombra roja en los comicios internos: Pablo Rubio, Beatriz Arráiz, Sergio Martínez, Francisco Javier Ibáñez, Carmen Arana, Ramiro Gil… veremos el próximo miércoles si no se avecinan nuevos cambios. A este paso, incluso tú puedes ser nombrado como director general. Lleva siempre el móvil con batería por si acaso, hay que seguir gobernando.

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