Crisis del Coronavirus

El jaleo siempre está controlado

NueveCuatroUno se adentra una tarde cualquiera en la UCI del Hospital San Pedro

El Hospital San Pedro es un lugar que ningún riojano quiere visitar salvo que vaya a producirse un nacimiento. Cuanto más lejos, mejor. Encajado entre el barrio de La Estrella y Villamediana, junto al colegio San Pío X, luce imperial y reluciente para guardar la salud de toda una región que ha sido duramente golpeada en las tres olas de COVID-19. La pandemia ha contado con especial virulencia en La Rioja, pero su sistema sanitario ha resistido estoico cada envite.

Cuando uno piensa cómo será su día a día, imagina sus pasillos como los del hospital de Pearl Harbor durante el ataque de Japón en el que las enfermeras marcaban la frente de los soldados heridos con el pintalabios y las donaciones de sangre se hacían en botellas de Coca-Cola. NueveCuatroUno se adentra una tarde cualquiera de esta semana en el centro sanitario para comprobar cómo se vive la lucha contra el COVID-19 en la primera línea de fuego.

Hospital San Pedro | Foto: Leire Díez

Lo que más impacta al llegar es la tranquilidad. Silencio. No hay bullicio ni prisas. Una fila de coches junto al aparcamiento del CIBIR amenaza con nuevas cifras desorbitadas de contagios en los próximos días. Una treintena de vehículos aguardan con la radio como compañía su turno para realizarse una prueba PCR. Bajita para no molestar. Pese a ser una tarde de enero, la temperatura es agradable y permite tener las ventanillas bajadas.

Unos mirando el móvil, otros pensando en el confinamiento estricto que se les avecina, van avanzando hasta el puesto en el que les atienden tres enfermeras. “¿Su nombre y apellidos? ¿A qué hora tenía la cita? Pase por aquí”. Y en un santiamén, sin bajarse del turismo, a esperar el resultado. En los momentos de mayor incidencia del virus, hasta 2.000 test ha analizado el Servicio Riojano de Salud (Seris). No hay descanso en ningún área y todas están volcadas en la misma lucha, pese a lo que supone para el resto del sistema sanitario.

Riojanos a la espera de realizarse un test PCR en el CIBIR | Foto: Leire Díez

Y si el silencio impera en la calle, más aún lo hace en los pasillos del hospital. El fuerte de batalla contra la pandemia lucha sin levantar la voz. En el vestíbulo nos espera el gerente del SERIS, Alberto Lafuente. Un teniente general llegado de Navarra al Ejército de Concha Andreu y Sara Alba, bregado tanto en guerras sanitarias (Haití, Pakistán, Indonesia…) como en guerras de las de verdad (Afganistán y Libia). “Seguimos adaptándonos para que a nadie le falte una cama”, cuenta.

Con la tranquilidad que da la rutina, el doctor Lafuente se adentra en la Unidad Polivalente de Críticos. Calzas, bata, redecilla y mascarilla quirúrgica sobre la mascarilla FFP3. La zona ha sido adaptada para los enfermos críticos de COVID-19 y cuenta con quince camas. “En el futuro será una unidad intermedia entre pacientes leves y muy graves”.

Unidad Polivalente de Críticos para enfermos de COVID-19 en el Hospital San Pedro | Foto: Leire Díez

Aquí el ajetreo ya es mayor, aunque las tardes son más tranquilas. En el control de enfermería, entre cuatro y seis personas no quitan ojo a las constantes, la saturación de oxígeno y demás datos de los pacientes. 97. 67. 87. 141. 65. 84. Cada uno libra su particular pelea contra el virus. “Se controla la presión del respirador y se van viendo los parámetros. Si tiene buena saturación, se puede hasta quitar el respirador y se mantiene así hasta que mejora”.

Los pacientes que llegan a esta unidad están, por lo menos, dos semanas. Y de ahí, para arriba. Lo relata Unai, quien sonríe al contarle a Lafuente que el día anterior habían extubado a la paciente de la habitación número cuatro. Por suerte, esas noticias son cada vez más frecuentes al haber aprendido a combatir el maldito bicho. En la primera ola fue una masacre. “Ahora son algo más jóvenes, pero salen mejor”.

Unai en el control de Enfermería | Foto: Leire Díez

“Los que peor están se ponen boca abajo”, explica Unai. Y señala una pantalla en la que monitorizan a todos los ingresados como si controlaran las cámaras de seguridad del Banco de España. “Por la tarde les damos medicación a las cuatro, a las seis y a las ocho. Por las mañanas hacemos el aseo, que es la parte más difícil”. No es un trabajo sencillo, ya que toca mover unos pacientes cuya vida depende de los cables y tubos a los que están conectados.

“Para dar la vuelta a un paciente hacen falta seis personas, además del médico, fundamentalmente porque hay sobrepeso”. Labor titánica para salvar vidas. “Un ingreso, por ejemplo, son dos horas. Y eso si no hay altercados”. No es fácil ni sencillo. Una vez en la cama, se le colocan tres almohadas. “Una en el pecho, otra en la cintura y otra en las piernas”. A partir de ahí, “se les gira cada dos horas”. Y a esperar. Coma inducido y ventilación mecánica.

Control de Enfermería en la UCI del Hospital San Pedro | Foto: Leire Díez

“Les damos medicamentos para dormir, analgésicos y relajantes musculares”. El cuerpo lucha sin luchar. El caos bajo control. Si estuvieran despiertos, todo lo que les mantiene con vida les acabaría matando. “Es un proceso muy lento. Además, salen atrofias, úlceras… un paciente, por ejemplo, tiene una ulcera como dos puños. Seguramente necesitará cirugía cuando salga de aquí”.

Las secuelas del COVID-19 no son pocas. La más común es perder un poco el olfato, pero hay otras más graves que sufren aquellos que han pasado por la zona de críticos. Los profesionales sanitarios lo cuentan con naturalidad. Están habituados, pero también cansados psicológicamente. Físicamente no tanto. “La UCI engancha”, reconoce Lafuente. Salvar vidas como trabajo. “Esto es un no parar”, detalla Unai antes de despedirse para seguir con su tarea.

Control de Enfermería en la UCI del Hospital San Pedro | Foto: Leire Díez

Fuera de la zona de críticos, despojados de esos equipos de protección individual (EPI) que imponen ese respeto que siempre deberíamos tener ante el virus, también visitamos una de las plantas donde descansan los pacientes menos graves. Allí vuelve a reinar el silencio. Interminables pasillos lucen resplandecientes. ‘Precaución. Zona infecciosos. COVID-19’. Alerta. Peligro. No pasar. El doctor Lafuente abre la puerta para comprobar de primera mano el caos bajo control.

Allí está Begoña desinfectando las camas, quien reconoce al gerente del SERIS no por su cargo sino por haber sido entrevistado en La Sexta el día anterior. “Ayer te oí en la tele y muy bien. Muy bien. Pase lo que pase, podremos con ello”. Empieza entonces a hacer memoria al preguntarle cómo lo está llevando. “Los momentos de más angustia son cuando hay muchas altas y muchos ingresos. “El viernes tuvimos veintitrés, el jueves veintiuno, el lunes dieciocho… puedes con todo aunque haya que correr el doble. Lo peor es si tenemos poco trabajo porque eso es que hay menos altas”.

Begoña, en la séptima planta del Hospital San Pedro | Foto: Leire Díez

Reina el caos, pero todo está bajo control. Es asombroso. En esa séptima planta, cada puerta tiene sus dos botellas de agua, su basura, sus guantes, sus toallas… todo perfectamente colocado con una precisión que podría rozar el TOC (trastorno obsesivo-compulsivo). Nada escapa al sistema sanitario, que confía en resistir. Lo piensa Lafuente y lo dice Begoña. “Cuando llegué, me quedé asombrada del orden porque todos saben lo que tienen que hacer. La gente se piensa que esto es como la guerra, que todo está manga por hombro y tenemos a la gente tirada por los suelos… pero el jaleo siempre está controlado”.

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