Firmas

Gol en Las Gaunas: ‘Amor de madre’

Hasta que llegue Van La Parra, ni un Porsche en el parking de las instalaciones del Mundial 82. Ni un futbolista tatuado hasta ‘arribita’: desde los tobillos a la coronilla. Nada. Ni un exceso de gomina en cabelleras trabajadas durante horas. Ni un solo pendiente de brillantes. Ni una barba perfectamente cuidada para parecer descuidada. Nada. El fútbol profesional no es como nos lo habíamos imaginado. Al menos en este Logroñés.

Tenemos a un polaco que solo sabe decir “hola” con una sonrisa plena de lado a lado, al que le llaman por su diminutivo (Mati) pese a sus enormes manos, y que tiene pinta, por rubio, de haberse caído del mismísimo cielo. Fichamos a un colombiano de voz dulce, amable, cercano y que dice “amén” en lugar de “sí”. Andy habla tan suave que solo te sale pedirle que te arrope todos los días antes de dormirte. A Pablo Bobadilla le comerías toda la cara de lo majo que es. Está Iago López, barbilampiño, que no emite ruido alguno, como ese adolescente educado fuera de su espacio de confort. Un joven gallego prudente tiene que ser el silencio absoluto. A Enrique Clemente te lo llevarías a cualquier parte porque sabe estar en todos los sitios. Es el alumno aventajado, el perfecto delegado de clase.

Quien viaja en caravana no puede ser mala persona, como Miño. Gorka es ‘movember’ con su bigotito solidario, que cubre su sonrisa pícara. Ander Vitoria tiene cara de despistado. A tu hija le presentarías a Olaetxea. A Iñaki lo quieres de yerno. Y con Errasti, que es el único que parece tener cara de la mala hostia, compartirías con él largas conversaciones para conocer el verdadero significado de la vida. Si hasta el entrenador del Logroñés no levanta nunca la voz: ni una sola queja por el mal estado del césped, jamás habla mal de los árbitros, respeta al rival por encima de todo, hasta le presta un capote a los políticos locales cuando peor lo están pasando por su habitual incapacidad para no tomar nunca decisiones.

El Logroñés es un equipo formado por tipos majetes, hasta que saltan al césped. Entonces les sale el barrio que todos llevamos dentro. Porque el barrio siempre sale. Sale el fútbol callejero, el fútbol de obra, ése que se construye con paleta y cemento, a golpes secos, firmes, precisos y muy esforzados. Sale el ‘amor de madre’ tatuado en sus brazos por el que cada uno defiende sus orígenes modestos para llevar un plato caliente de habichuelas a sus casas. El polaco solo piensa maldades ante las defensas rivales, con su carita de ángel. Menudo camuflaje.

Al colombiano se le olvida el santoral para meter cuchilladas a diestro y siniestro. Andy se transforma en un ladrón de guante blanco: embauca a defensas contrarias que acaban tan enamoradas del (d)Andy de Almuñécar, que, confundidas, no saben si Andy está ahí para defender o para atacar. Sale el de Nájera con la intensidad que solo mantiene vigente aquel que defiende este club como si fuera suyo, porque así lo siente Bobadilla desde que era un juvenil. Iago López, en silencio, sin barba ni nada que le haga parecer un fornido defensor, soporta cualquier embestida a la espera de su oportunidad en ataque. Olaetxea, Sierra, Rubén, Zelu, Roni… forman parte de la ‘Banda de la Navaja’.

Son una cuadrilla peligrosa, porque no parecen lo que son. Uno de sus líderes se encuentra entre los más buscados y casi nunca detectado en el área contraria. Iñaki suma doscientas trifulcas con la blanquirroja y representa con exactitud los valores de una plantilla comprometida con la recuperación y el establecimiento definitivo del fútbol profesional en una región abandonada a su suerte durante veinte años.

El otro líder no acaricia gatos sentado en un sofá de terciopelo morado. Va en chándal, se moja hasta los huesos, y suele acertar tanto dentro como fuera del terreno de juego. El día de partido, Sergio Rodríguez busca la versatilidad. Durante la semana de entrenamientos, la humildad, el compromiso y el trabajo. Y fuera del terreno de juego, Sergio Rodríguez apuesta por la paciencia, la adaptación ante los problemas y carencias, y la integración de cuanta más gente mejor para que nuestro fútbol siga mirando hacia adelante y así ganarle tiempo al futuro. La constante lucha contra entropía futbolística en blanco y rojo.

Humildad, trabajo y compromiso es el pacto de sangre que ha hecho esta gente para formar su banda. Es el Santo y Seña de una plantilla alejada de los suyos por una pandemia y que está dando la cara por todos, para que “cuando todo esto pase podamos vernos de nuevo en el estadio, pero lo sigamos haciendo en el fútbol profesional”, se ha prometido el capitán Iñaki como se prometió ascender “con el equipo de mi tierra a Segunda división”. Palabra de capitán.

Es un equipo que no se molesta ni se irrita en exceso ante el descrédito de los expertos en la materia. “No juegan una castaña”, dicen los que acumulan muchas temporadas en LaLiga SmartBank. El compromiso de esta plantilla y de este club no está sellado con el fútbol. Su compromiso está ligado a unos aficionados que tras aquel corteo en República Argentina no pudieron repetir por una epidemia. Sigue vigente ese sentimiento de pertenencia a una idea en construcción. Un club nuevo sin identidad propia va tejiendo sus valores en su escudo: humildad, trabajo y compromiso.

Y así juega este equipo. Juega como siente, algo incompresible para un fútbol, el profesional, que no sabe lo que se sufre en el barro de la Segunda B, a donde no quiere volver ninguno de estos futbolistas. Si algo hemos observado en estas doce primeras jornadas en el fútbol profesional es que los clubes, ante la necesidad de renovarse temporada tras temporada, pierden esa más que necesaria pátina de autenticidad, un barniz que este Logroñés necesita aumentar y fijar curso tras curso para adquirir una identidad que le permita reconocerse como lo está haciendo, tanto en La Rioja como fuera de ella.

Y el Logroñés parte con una ventaja esencial por la que ahora mismo es indetectable dentro y fuera del fútbol profesional. Pocos conocen bien a este club, que se conforma con que lo mencionen. Poco más. Hace pocos menos eran muchos menos los que no sabían ni de su existencia. Que nos vuelvan a llamar ya es un éxito por sí solo. Pero al mismo tiempo, nadie o casi nadie parece realmente interesado o preocupado en conocer un poco mejor a este nuevo Logroñés. Y eso le beneficia. La idea está preconcebida: un recién ascendido que está de paso. Un recién ascendido que propone poco y que está en todas las quinielas para volver a Segunda B. Un recién ascendido con 17 futbolistas de Segunda B, un polaco, un colombiano y algún veterano… Un recién ascendido que no hace ruido ni molesta en exceso.

Hasta que sobre el terreno de juego te clava tres puñaladas y te gana cuatro partidos. Entonces la cátedra se empieza a preocupar y los entrenadores rivales tratan de entender cómo con tan poco en todos los aspectos este equipo puede hacer tanto. Es la firma de la ‘Banda de la Navaja’, que te mata lentamente, casi en silencio. Humildad, trabajo y compromiso.

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