Firmas

Gol en Las Gaunas: Figura cultural

Resulta que durante unos cuantos años Makoki fue una figura cultural del logroñesismo. Sus ritmos pegadizos y su capacidad para montar la fiesta con un bombo y una trompeta le situaron en un espacio predominante en el escenario cultural riojano. Había que ir porque tocaba Makoki cosas que nos identificaban como riojanos, en un insospechado movimiento de masas provocado por la ausencia de otras referencias riojanas de cierta envergadura que nos permitieran sentirnos orgullosos de lo nuestro. El vino, La Laurel, la huerta, la calidad de nuestros corderos, los paisajes y por supuesto, en fiestas, Makoki. Así era La Rioja sin fútbol.

Sin equipo de fútbol, sin una grada con la que identificarse, sin un club que ondeara la bandera riojana más allá de nuestras fronteras, sin un himno ni goles que celebrar, la esencia riojana la patrimonializó quien estuvo atento para hacerlo. En nuestro caso, Makoki, referente entre esa joven generación de principios de siglo huérfana de referencias culturales propias lo suficientemente importantes como para captar la atención de la habitualmente empanada mente del adolescente medio riojano de inicios de siglo XXI, que invitaba a sus amigos de la universidad a San Mateo para ver a Makoki porque el asunto no daba ni para que resultara medianamente emocionante invitarles a ver a tu equipo de fútbol en Las Gaunas. Sin Youtube ni equipo de fútbol surgió Makoki.

Visto el asunto con cierta perspectiva, ni tan mal nos está yendo como generación dadas las circunstancias de aquellos saraos que concitaban tanto interés juvenil de fiesta y parranda. Joder, si hasta se escribían crónicas periodísticas de los conciertos de Makoki. Si eso no te convierte en referente cultural…

Este artista logroñés tan solo ocupó el espacio vacío existente. E hizo bien. No había fútbol, no había apenas internet y ya no teníamos ni equipo de fútbol. Pero él sí supo mantener los himnos y la parranda futbolera con las canciones de siempre de este peñista del mítico Logroñés que de joven, a buen seguro, tuvo figuras importantes a las que situar como referencias culturales o sociales. Los entrenadores del Logroñés fueron durante muchos años precisamente eso: referentes culturales y sociales de las distintas generaciones.

Las palmadas en el pecho fueron exactamente eso. No hace falta decir ni el nombre de su creador. Esa imagen representa cultural y socialmente a toda una generación. Carlos Aimar fue un referente cultural: esa bufanda roja no es otra cosa que una idea en nuestra cabeza, una representación textil de un todo: una región pequeña podía tener un equipo de fútbol entre los mejores a base de casta, coraje y mucho esfuerzo. También lo fue, por supuesto, Agustín Abadía, cuyo bigote desordenado representó a una generación desde una imagen colectiva que sigue representando a todos aquellos que dicen “odiar el fútbol moderno” porque sencillamente tienen idealizado el fútbol de los ochenta, eran más jóvenes e ingenuos y se niegan a crecer al mismo ritmo que el resto. Envejecer es una mierda, pero peor es no hacerlo, concepto que se puede aplicar, por supuesto, al fútbol.

O David Vidal, que fue exactamente, desde el banquillo de aquel Logroñés, el retrato exacto de cómo a aquel viejo club de todos le comenzaban a trazar a carboncillo el boceto de lo que finalmente se convirtió en una caricatura para no decepcionar a todos aquellos que desde fuera de La Rioja opinaban que la broma de que una ciudad pequeña tuviera un equipo en Primera ya había dejado de tener gracia. Porque el Logroñés, amigos, dejó de tener gracia de un día para otro, y ahí se terminó su papel en aquel viejo fútbol que quería transitar hacia el profesionalismo total. Aquel concierto final de Cañita Brava arrancó precisamente el día que por la tele toda España decidió reírle las gracias al técnico David Vidal cuando dirigía al Logroñés. Cumplimos las expectativas que creamos nosotros solos y que alimentaron desde fuera. Quisimos pensar a la grande, nos dijeron que solo durante un tiempo, que al final tendríamos que volver a ser una ciudad pequeña con un equipo de fútbol pequeño, y como región decidimos darles la razón. Para no decepcionar a nadie, lo mejor que supimos hacer fue darles la razón, caer simpáticos… y por supuesto dejar de intentarlo.

El entrenador del club de referencia de una región se convierte inmediatamente en un producto cultural y social si tiene la fortuna deportiva de mantenerse en su puesto el tiempo suficiente, al menos el necesario para hacer historia y que su trabajo, por tanto, pueda ser considerado como un legado. Es fascinante el poder que tiene el fútbol para convertir a un entrenador en un referente vecinal. El interés, la atención mediática, la pasión sitúan a este deporte y sus protagonistas en un escenario único, del que La Rioja ha estado ausente demasiado tiempo.

Sin embargo, para recuperar el tiempo perdido, La Rioja se ha topado con un premio inesperado en forma de historia perfecta y difícilmente repetible en el complejo mundo del fútbol de élite. Una historia de la que deberíamos estar orgullosos y contar a la mínima oportunidad que surgiera. Todos aquellos riojanos que han querido mirar han visto con sorpresa cómo un joven logroñés del barrio de Lobete que jugaba desde niño al fútbol increíblemente bien, ha recuperado el fútbol profesional para La Rioja. Precisamente él, que, primero, decidió no marcharse fuera porque quiso buscar el éxito deportivo en el equipo de su tierra. Lo intentó hasta que todo saltó por los aires aquel año 2000, y a Sergio Rodríguez, desde el Promesas, en el penúltimo escalón, se le cerraron todas las puertas del debut cuando estaba listo para dar el salto definitivo al fútbol profesional. Veinte años han pasado de este momento.

Estamos siento testigos de cómo se configura un referente cultural, que no surge por generación espontánea ni por azar. Salvo los reyes, nadie es ungido al nacer como tal. Hay que ganárselo. Sergio Rodríguez es una figura cultural riojana porque sencillamente al pasajero éxito deportivo le ha añadido un estilo y una forma de ser, a las que como sociedad deberíamos prestar atención. Una historia de caída y recuperación del fútbol profesional para una región a la que hay que sumarle valores esenciales para que un entrenador se convierta en patrimonio cultural. Valores determinantes para una sociedad como el compromiso, el esfuerzo, el talento, el trabajo, la humildad y el éxito, claro.

Las derrotas llegarán. Y Sergio caerá. Es el destino de todo entrenador. De los malos, de los buenos, de los peores y también de los mejores. Las relaciones de confianza se acaban erosionando tarde o temprano en esto del fútbol donde solo vale ganar. Además, el desgaste de estar siempre bajo los focos mediáticos puede con cualquiera. Pero a esta historia de éxito deportivo riojano nadie podrá ponerle un ‘pero’. Porque es una historia de éxito que ha surgido desde la honestidad de un niño que nació con el fútbol en las venas, y que ya de mayor demuestra un compromiso con su pasión al margen de toda duda, lo que le convierte en una figura cultural de la que todos los riojanos deberíamos sentirnos sinceramente orgullosos.

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