Firmas

Moncloa, ¿dígame? “Perdone, hay un ministro en mi autobús”

Vaya por delante que esta crónica no nos deja en buen lugar a un puñado de periodistas, pero hemos venido al mundillo informativo a jugar. Todo sea por el espectáculo. Hay tantos ministros y vicepresidentes en el gabinete de Pedro Sánchez que es imposible conocerlos a todos. Más allá de esas caras mediáticas como las de Marlaska, Iglesias, Celaá, Garzón, Ábalos o Pedro Duque… el resto son café para los muy cafeteros. Una cerveza pagada tiene aquel lector que sepa reconocer a Carolina Darias San Sebastián si está en la calle Laurel y la ministra de Política Territorial va sin escolta y una cohorte de periodistas alrededor.

Una foto del Gobierno de Pedro Sánchez recuerda a esa orla de la universidad en la que hay caras que te suenan, pero que no sabes de dónde han salido ni a qué se dedicaban. Son los denominados ‘outsiders’. Sabes que en algún momento formaron parte de tu vida. Estuvieron ahí. Hicieron cosas. Seguramente hasta tus manos llegaron sus apuntes. Y ahora, años después, te cruzas por la calle con ellos y son perfectos desconocidos.

A los presidentes riojanos les ha pasado siempre algo parecido cuando han tocado eventos grandes. En cuanto llegaban a Madrid, otras caras eran más reconocidas que las de nuestros líderes regionales porque se confundían entre la muchedumbre de presidentes de otras comunidades TOP como Esperanza Aguirre, Pujol, Arzalluz, Chaves, Revilla o Fraga. Incluso cuando jugaban en casa y venían periodistas de fuera. Hace unos años, en Haro, cuando nos visitó la entonces princesa Letizia Ortiz y se puso a saludar a la muchedumbre allí congregada, nuestro Pedro Sanz se interpuso en el tiro entre los fotógrafos y la ahora reina. “¿Pero quién es ese señor? ¡Que se quite de ahí”, gritaban sin éxito los foteros.

En la cita de este viernes en La Grajera con Pedro Sánchez, se han congregado casi una veintena de ministros, todo el Gobierno de La Rioja y otras doscientas personas entre periodistas, políticos de segunda línea, jefes de gabinete y personal de seguridad. Entre tanta corbata y vestido arreglado pero informal, era imposible distinguir quién era ministro y quién no. Si te despistabas un segundo, podías acabar allí con tres carteras y una vicepresidencia antes de llegar al almuerzo. Te daban una palmada en la espalda y ya gestionabas 300 millones del presupuesto de la nación.

Antes de que arrancara el autobús de vuelta a Logroño, tras casi seis horas de ‘frenética’ información sobre el reto demográfico y las medidas que va a implantar el Gobierno de España para mejorar nuestro país, un hombre despistado y ensimismado en lo que iba escuchando por sus auriculares ha subido por las escaleritas de la puerta trasera. Ha mirado hacia un lado del pasillo. Después hacia el otro. El señor estaba tan cerca de mí que me podía haber pegado el coronavirus de tenerlo. “Pues aquí no es”, ha dicho en bajito, como cuando te equivocas de baño en estos bares modernos que se empeñan en poner jeroglíficos en la puerta. Y entonces han venido rápidamente un par de hombres de seguridad. “Es por aquí, es por aquí”.

¿Será un periodista de El País? ¿Un jefe de gabinete? ¿Alguien de la Agencia EFE? “¡Ese señor es un ministro!”, ha comenzado a gritar un compañero de la televisión. Y risas del resto. “Venga, hombre, qué dices…”. “Que sí, que sí, que yo le he grabado un par de planos antes”. “Pero cómo va a ser y no lo vamos a reconocer…”. Y sí, sí. Una búsqueda en Google y premio: José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

Para entonces, Escrivá caminaba tranquilamente bodega abajo en busca de su transporte y ya era tarde para saludarle como “señor ministro” y pedirle una exclusiva como el caso Watergate. Esa gente que pasa desapercibida es la que mejor información maneja. ¿Qué hacer entonces? Ya no había solución. Lo único que se me ha ocurrido es avisar al propio Pedro Sánchez para que no le vuelva a pasar: Moncloa, ¿dígame? “Perdone, hay un ministro en mi autobús”.

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