Agricultura

Del agro riojano a la mesa: cómo las tendencias de consumo influyen en los precios

Así influye la cadena de valor en el precio final de los productos ‘agro’

Felipe Benito

Cada producto sigue una cadena de valor diferente desde que se recoge del campo hasta que se vende al consumidor final. Todo depende de la temporada de cada alimento y, a partir de ahí, la existencia de intermediarios como cooperativas o almacenistas es diversa, ya que los gustos del consumidor no entienden de temporadas. Todas las manos por las que pasa el producto no hacen más que incrementar su precio final pero los agricultores, el primer eslabón de esa cadena, aseguran que estas figuras son necesarias.

Sobre todo en el caso de determinadas frutas como las peras, que requieren de un almacenaje continuo porque son productos que duran en el mercado todo el año. “Nosotros no disponemos de instalaciones adecuadas ni cámaras frigoríficas para guardarlas hasta su venta, pero las cooperativas sí. Los almacenistas, además, tienen seguros de manipulación y capacidad de distribución y transporte. Son necesarios, por tanto, porque la gente demanda estos alimentos en cualquier época del año y es esa demanda a la que hay que atender”, señala Ignacio Jadraque, agricultor de Alberite.

Desde la Sociedad Cooperativa de Albelda de Iregua, su gerente Virgilio Ochagavía recalca que “las cooperativas son una figura necesaria para el agricultor a pesar de que solo el diez por ciento de estos esté asociado a una de ellas, porque deben darse cuenta de que uno solo en el mercado no es nadie”. Alega así una “falta de mentalidad” por parte del colectivo: “El agricultor es muy individualista y piensa que su producto es el mejor, pero nosotros estamos aquí para ayudarles en la comercialización como representantes”.

Ignacio Jadraque.

Jadraque vende sus peras registradas con la Denominación de Origen Protegida Peras de Rincón de Soto “al almacenista que dé más” a un coste que varía entre los 45 y los 50 céntimos el kilo en función de la calidad y la temporada. Unos precios “buenos si no bajan de los 40 céntimos”, porque los costes de producción rondan los 35 y 40 por kilo. Luego ese kilo de peras se vende al público “por encima del euro”. “Ningún intermediario pierde, eso está claro, porque ellos ponen los precios y ganan todo lo que pueden, mientras que nosotros estamos en condiciones dispares, siendo el eslabón más insignificante”, incide.

Con cuatro hectáreas de peras, Jadraque asegura que tiene margen para vivir de ello. Una situación bien distinta a la que reflejan sus melocotones, ahora ocupando tan solo una fanega -la quinta parte de una hectárea- y destinada al autoconsumo. “Antes en el pueblo cada uno podía llegar a tener seis o siete hectáreas, incluso montamos una Sociedad Cooperativa, pero los buenos tiempos cesaron y la fruta de hueso se fue a pique, así que hemos tenido que evolucionar”, apunta.

En el caso de Felipe Benito, también agricultor de Alberite, la cadena de valor se puede llegar a reducir cuando ejerce él mismo de productor y comerciante en el mercado. Un ejemplo de comercio con tomates, cebollas, calabacines o judías de kilómetro cero, del agro a la mesa, sin pasar por excesivas manos. Aunque en la mayoría de los casos Benito entabla relación con cooperativas y almacenistas para comprar esos productos que él no cultiva y vende en el mercado: “A las cooperativas no les interesa dejarnos fuera y vender directamente al público porque buscan unas ventas al por mayor, no de kilo en kilo”.

La principal causa de los incrementos de los precios del agro a la mesa depende mayormente de esa clientela que no valora el aumento del coste que supone cultivar unos tomates o unas fresas fuera de temporada. Así lo apunta Emilio, de Viveros Collado, desde su puesto en la Plaza de Abastos. “La responsabilidad la tienen los consumidores que quieren comer de todo durante todo el año sin importarles que el producto pase por veinte manos antes de llegar aquí”, lamenta.

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