¿Los guantes? ¿la bufanda (del equipo, por supuesto)? ¿el gorro? Nada de eso. Si hay un elemento que uno no puede dejarse en casa bajo ningún concepto cuando acude a un partido de Copa del Rey, ese es el rey de la gastronomía popular, la mágica simbiosis del pan con lo más selecto del frigorífico: el bocata.
No hay ningún artículo de la Constitución dedicado a su composición y, en principio, el género admite prácticamente cualquier propuesta. Pero aun así, existen códigos de honor, como que si el partido es un Logroñés-Valencia en Las Gaunas no puede faltar el clásico bocadillo de tortilla de patatas con chorizo. No traten de entenderlo; limítense a sentirlo.
Cuando los equipos y el trío arbitral se han retirado a vestuarios tras los primeros 45 minutos de encuentro (0-1), las gradas de Las Gaunas han comenzado a centellear con los reflejos del papel de aluminio abriéndose al alumbramiento del verdadero rey de la Copa: el bocata.
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