La redacción de un Plan General Municipal es de esas cuestiones que los responsables de un ayuntamiento saben de antemano que conlleva quebraderos de cabeza. Porque el reto no es otro que distribuir de forma racional en el puzzle urbano los usos que podrán tener los edificios que se erijan en la localidad.
Y claro, como los potenciales de cada ciudad son distintos, también lo son las distribuciones del suelo. Y ahí es donde se aprecian con claridad las dos velocidades de España: la que marcan capitales como Madrid o Barcelona, donde se concentra la mayor proporción de oficinas, y la de las ciudades afectadas por la despoblación, en las que el peso de los polígonos industriales sigue siendo notable. Dicho de otro modo, la España de cuello blanco y la España de mono azul.
Y en ese segundo grupo no solo se se encuentra Logroño, sino que además ocupa un lugar destacado: es la tercera capital con mayor concentración de edificios industriales del país: diecisiete de cada cien, según el Catastro Inmobiliario. Solo Cuenca (con 19) y Teruel (con 18), le superan en ese aspecto.
Si el mapa de Logroño estuviera integrado por cien edificios, 74 de ellos estarían dedicados al uso residencial (la media nacional se eleva por encima del 80 por ciento). Le siguen en el ‘reparto’ los edificios de uso público (como el estadio de Las Gaunas, por citar un ejemplo), con 5; mientras que los comercios y hoteles apenas ocupan el 2 por ciento de los inmuebles. Por último, el uso agrícola y las oficinas ocuparían una parcela cada uno de ellos.
