Los primeros años de nuestra vida son importantísimos. Cruciales. Allí habitan la mayoría de traumas y costumbres que marcan nuestro día a día del presente. Por “los primeros años de nuestra vida” podemos entender aquellos que transcurren desde que nacemos hasta que pasamos a la madurez. Una horquilla que va desde los veinte años hasta los cincuenta, dependiendo de cada persona. En esa etapa, nuestro cuerpo se acostumbra a una serie de rutinas y referencias temporales que dan sentido a todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
¿Ir a misa? Los domingos y fiestas de guardar. ¿Juegos Olímpicos y Mundial de Fútbol? Cada cuatro años, alternándose tan importantes eventos cada dos años sin coincidir. ¿Las vacaciones en el pueblo? Una vez al año. Siempre en verano. Siempre en agosto. Siempre “por la Virgen”. ¿Presentar la declaración de la renta? ¿Navidad? ¿Nochevieja? ¿Ponerse a dieta? ¿Salir a correr? ¿Enamorarse? ¿Mantener relaciones sexuales? Todo tiene su momento. Incluso lo último. Está prácticamente fijado en el calendario y sabemos “cuando toca”. Por eso nuestra rutina tiene cierto orden y sentido. El ciclo de la vida. Hasta que la política se interpone.
No seguimos hablando de los asuntos sexuales sino del tema que nos ocupa esta semana electoral: ir a votar. Salvo que quieras independizarte de España, hasta hace cuatro días sabías cuándo tenías una cita con las urnas. Unas veces un poco antes, unas veces un poco después, cada cuatro años acudías al colegio más cercano a tu casa para que ganaran los tuyos o ganaran los otros. El bipartidismo y tal. Ahora no. Desde hace un tiempo que ya ni recordamos, esto es un sindiós en el que un día estás tranquilamente tumbado en una hamaca pensando que eres el rey del mambo y al día siguiente te toca ir de presidente a una mesa electoral. Y esto no hay quien lo aguante.
Por eso, el hartazgo en la ciudadanía crece día tras día con su clase política y esta tiene menos argumentos que ofrecer. El bloqueo es consecuencia de su incapacidad para gestionar la situación porque los argumentos son ahora los mismos que en el mes de abril. Y España, también. Basta con pegarle una escuchada al debate que este martes han mantenido los candidatos al Congreso por La Rioja en la Cadena SER. María Marrodán (PSOE), Cuca Gamarra (PP), María Luisa Alonso (Ciudadanos), Luis Illoro (Unidas Podemos) y Jorge Cutillas (Vox) han repetido durante una hora lo mismo que ya dijeron hace seis meses, salvo por el comienzo de las obras de la Ronda Sur en Logroño.
No hay novedad ni frescura en el discurso. Los propios políticos están cansados de la situación y se encomiendan a una repetición electoral como solución a sus males. Sólo de esta forma se entiende que se normalice la presencia de Vox en los debates y en las instituciones sin una posición radicalmente frontal a sus planteamientos. Se empieza normalizando el fascismo y se acaba normalizando que acudamos a las urnas cuando a nuestros dirigentes se les antoje por su inutilidad. Y así, casi sin enterarnos, nuestro orden se convierte en caos. Dulce introducción al caos.
“Cómo quieres que escriba una canción si a tu lado no hay reivindicación. La canción de que el tiempo no pasara donde nunca pasa nada”.