De la euforia a la decepción en solo un fin de semana. Tratándose de un asunto relacionado con el vino podría parecer que esta es una historia de excesos con los efluvios del alcohol, pero lo peor es que la frustración llega sin resaca de por medio.
El viernes todo era del color de rosas en el futuro de las plantaciones de viñedo, cuando la eurodiputada Esther Herranz avanzaba que el Parlamento Europeo ha aceptado una propuesta suya para pedir que el régimen de autorizaciones de plantación de viñedo se prorrogue hasta 2050 y no caduque en 2030, como está previsto en la normativa actual.
No se desató la euforia, pero poco faltó para ello. Y el bajón ha llegado este lunes, al matizar el comisario de Agricultura, Phil Hogan, que para que esa prórroga llegue a buen término faltan dos de las tres piezas que componen el pastel. Así lo exige la burocracia comunitaria, por la que es necesaria la unanimidad entre los organismos que deciden por Europa para poder modificar la normativa de la Organización Común de Mercados (OMC).
Dicho de otro modo, el legislativo europeo (el Parlamento) ya ha dado el visto bueno a que las autorizaciones caduquen en 2050, pero queda por posicionarse aún el ejecutivo (la Comisión Europea y el Consejo de Europa, integrado por los 27 ministros de Agricultura de los países miembro) y eso es harina de otro costal.
Así que, lo que parecía significar que los viticultores habían alcanzado la cima de la montaña representa en realidad que tan solo han escalado al campamento base y que la cumbre queda mucho más arriba. Porque el comisario ha sido lo suficientemente hábil como para avanzar la dosis de arena verbalizando la de cal.
“Negociaremos, que hablando se entiende la gente, pero no estamos por la labor de liberalizar las plantaciones en 2050”, ha venido a decir el señor Hogan, desviando la responsabilidad hacia los gobiernos de los países miembros. Estamos en manos de la diplomacia. Que el Rioja nos pille confesados.
