El Rioja

Un día con Abel Mendoza: “No hay secretos, está todo en la viña”

Abel Mendoza tiene claro que la viticultura es su forma de vida y conseguir cada año los vinos que quiere, su reto

Son las ocho de la mañana y con las primeras luces Abel Mendoza comienza a organizar una partida cuando menos curiosa. Somos una cuadrilla de amigos que hoy estamos a las órdenes del maestro, inflexible en días como éste en el que vamos a cosechar uno de sus viñedos elegidos para el Grano a Grano. Estamos en Labastida, en la viña Mondiate, que las uvas no conocen fronteras. Nos espera un día largo por delante, ‘faena’ que dicen en mi pueblo…

Abel Mendoza y Maite Fernández, Maite y Abel, porque la simbiosis resulta perfecta. Pero ahora estamos en ‘territorio Abel’, la viña, donde su experiencia marca los tiempos y dicta las normas. “Quizás parezca un poco pronto para vendimiar en la Sonsierra”, me cuenta Abel, “pero está en su punto perfecto entre maduración y sanidad para darnos lo que queremos, porque tampoco buscamos unos vinos excesivamente alcohólicos”.

La técnica, porque ese es el cometido de Maite en la bodega, espera el momento que llegará cuando las uvas reposen en los depósitos de fermentación y comience “el baile”.

Pero eso vendrá después, volvamos al campo. Habla Abel: “Solo los racimos que estén perfectos, los que no veáis bien se quedan en la viña”. En tiempos de impostura, cualquier asomo de verdad se ve como revolucionario. Y este rebelde habla con la verdad en la boca, porque antes de darnos cuenta ya está llenando el canasto con uva de la buena. En la viña se hace la primera selección de racimos, la segunda llegará con la selección de los granos; porque esto funciona así. “Y no le lleves la contraria con el tema de la calidad…”, me dice Maite en un susurro.

A eso de las nueve y media el primer envío sale para San Vicente. Los privilegiados como yo, que hemos sido rebajados del ‘servicio vendimiador’, ya estamos en la bodega esperando los canastos. Canastos que vamos depositando en el centro, las sillas que los rodean esperan a los desgranadores que irán llegando según acaben sus quehaceres.

Advierto a un par de británicos que quieren sumarse a un tolosarra y dos gallegos que, viendo la familiaridad con la que tratan a Abel, no son nuevos en casa. Son ellos los que más hablan. Los hombres de Abel, con Malik a la cabeza -un guineano que lleva años viniendo a vendimiar a la bodega de San Vicente-, callan y laboran en silencio.

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De vez en cuando algún foráneo levanta temeroso la vista y pregunta: “Esto… ¿esto vale?”. Respuesta inmediata del ‘jefe’: “Lo que dudéis no vale, si no está perfectamente maduro o le veis alguna falta, fuera”. El Grano a Grano, los grandes vinos, llevan mucho trabajo y mucha selección detrás, que lo sepa todo el mundo. Hoy estamos con el primer tempranillo de la cosecha 2018, luego llegarán la garnacha y el graciano.

Abel Mendoza es un hombre sin pelos en la lengua y que ve las cosas desde la óptica del pequeño viticultor que fue y que, en cierta manera, sigue siendo; que lucha por vivir de su trabajo haciendo las cosas como él las entiende: “Soy viticultor, es lo que me gusta y por lo que siempre he luchado. Nosotros estamos ya asentados, pero veo una realidad alrededor que no me convence. El futuro es complicado para los chavales que empiezan; como su familia no les deje alguna viña no creo que puedan lanzarse a la aventura de intentar vivir del vino y volver a los pueblos”.

Los viñedos viejos de los agricultores que se jubilan salen prácticamente a subasta y a las grandes bodegas no les tiembla el pulso, “es imposible que enólogos jóvenes, muy formados, entren en esa puja; podemos desperdiciar una generación inquieta y de gran valor”, apunta con un deje de desánimo. Son los tiempos que corren…

Pero nosotros a lo nuestro, a desgranar racimos, que tenemos labor por delante con los 1.300 kilos recogidos en Mondiate. Me cuenta Maite que las primeras botellas de este vino ‘top’ salieron al mercado en 2003: “Hacemos el Grano a Grano por preservar la fruta de la uva. Lo que se consigue con la maceración carbónica es hacer una microfermentación dentro de cada grano y, al desgranarlo manualmente, casi no rompemos la baya y se origina primero una fermentación interior y luego la alcohólica hace que consigamos la fermentación global”.

“Hoy hemos vendimiado en una zona de Labastida, pero quedan varias parcelas en Ábalos y San Vicente para este vino, pero ésta la hemos seleccionado a primeras de vendimias porque estaba en su momento óptimo de recogida por equilibrio entre acidez, grado alcohólico y estado sanitario, las tres patas sobre las que asentamos esta familia de vinos”.

Va pasando la mañana y, gracias a Dios, vamos sumando efectivos al llegar la cuadrilla que ha terminado de vendimiar. “Con el Grano a Grano conseguimos una superselección porque aquí nuestros desgranadores desechan todos los granos que no lleguen con una sanidad y una maduración sobresaliente. Vienen de unas parcelas muy viejas, tenemos unas 50 viñas diseminadas por la zona de la Sonsierra de media hectárea e incluso más pequeñas, que dan una extraordinaria calidad y posteriormente elegimos los racimos mejores, los más sueltos, para traerlos a casa; al desgranar vemos visualmente cuál es el correcto y cuál no”, recalca Maite.

La vendimia de este año va así, escalón a escalón. Hoy este, mañana aquel. Este 2018 ha sido un año muy complicado. Del Grano a Grano hacen unas 2.000 botellas dependiendo de la añada y de las uvas. Normalmente son un Tempranillo y un Graciano, pero también ha salido al mercado un ensamblaje de Garnacha y Graciano. En el total de la bodega, no más de 70.000.

Recuperando variedades casi desaparecidas

Hasta 15 vinos distintos han llegado a elaborar los Mendoza, vinos que intentan recuperar la existencia de algunas variedades casi desaparecidas y que forman una familia desigual y variopinta. “En el siglo XVIII había en La Rioja hasta 90 variedades distintas. De algunas etiquetas hacemos 500 botellas, son rarezas pero las elaboramos porque creemos en ese tipo de vinos, que llegan a la botella con un mínimo trabajo en la bodega y que se diferencian por parcelas, elaboración o, simplemente, por los suelos de donde nacen. El verdadero trabajo viene del campo. La viticultura es nuestra forma de vida y conseguir cada año los vinos que queremos, nuestro reto”.

Son, apunto yo, vinos con un carácter franco, tintos y blancos que caminan con paso firme alejándose de la multitud de vinos arrabaleros que campan a sus anchas por el panorama riojano actual. “Nos ayudan como bien has visto amigos, gente como tú, que se han hecho compañeros de viaje a través del vino. Amistades, clientes que con los años son ya algo más… Y luego los trabajadores que cuando vienen del campo están aquí todos a una porque, además, son de otros años y ya saben cómo trabajamos. Todo el mundo es bien recibido”.

Abel es más intuitivo, no es enólogo pero su experiencia tiene un valor incalculable en esta bodega. “Al final de la vida es la experiencia la que marca todo. Él es más dinámico, yo más técnica”, habla Maite. “Abel marca los tiempos, huele la calidad de la uva, el momento perfecto. Nuestra viticultura es manual, siempre respetando el medio ambiente que, en el fondo, es quien nos da de comer, sin utilizar ni pesticidas ni herbicidas. No somos ecológicos por certificado, pero sin ese papel hacemos una viticultura ecológica por sentido común, por convencimiento propio desde hace muchos años”.

La mañana termina con una comida donde cada cual cuenta su historia en la viña. Buen ambiente y caras de satisfacción por la labor hecha. Dejo a Abel y Maite a lo suyo, despidiendo a sus “amigos desgranadores” y ya con la cabeza en la labor que tienen por delante: hacer vino, vino del bueno. Abel Mendoza, el hombre para quien los vinos perfectos son los imperfectos, para quien cuando las añadas dan signos de contradicción se produce esa vibración que lleva al milagro.

En días como este te das cuenta de todo lo que hay detrás del descorche de una botella. Muchos sinsabores y también muchas alegrías. Hoy ha tocado disfrutar, pero convendrá recordar lo andado en la soledad del viticultor. Va por ellos, va por todos ellos.

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