Son unos clásicos en Logroño, a pesar de que ya han pasado once años desde que subieron por última vez a las tablas del Bretón. La Cubana regresa ahora al principal teatro de la capital con una apuesta en apariencia temeraria: once funciones de su último artefacto, “Adiós Arturo”; un canto a la vida (otro) en medio de lo que debería ser un funeral. Pues, como sostiene Jordi Milán, director y fundador de la compañía, “el teatro es un arte efímero”. Y así, también, la vida.
– ¿Cómo se mantiene la frescura, la espontaneidad, después de cuarenta años en la profesión?
– Pensando que nada es para siempre. El teatro es un arte efímero. Cada noche es distinta: antes de cada función no hay nada, y solo cuando se representa y termina hay una obra de arte. Por mucho nombre y mucha historia que tengas, cada espectáculo es un volver a empezar. Cada historia te da marcha un tiempo, salga bien o salga mal. Para nosotros siempre ha sido un juego. Empezamos como un grupo de aficionados, unos desgraciadetes, y a partir de 1983 todo el mundo se quedó encandilado con lo que hicimos (“Delicatessen”), nos contrataron en toda España, nos hizo ilusión…, pero pensamos que eso no duraría más de un verano, de un año. Y aquello fue un juego un año, otro año, otro año…
– ¿Qué hay de cierto en esa condición de ‘amateurs’ que parece que aún os acompaña?
– No me gusta la palabra ‘amateur’. Es verdad que al principio lo hacíamos todo nosotros, pero ya no montamos ni desmontamos. En La Cubana todo el mundo es igual, todo el mundo hace de todo, y cada actor se encarga de supervisar todo lo que se refiere a él: pelucas, maquillajes… Pero ahora no cosemos nosotros; como mucho, un botón si se nos cae, aunque la filosofía de vida es la misma: practicamos un teatro artesanal.
– ¿Hasta qué punto una representación es distinta de otra?
– Parece que improvisamos continuamente, porque todo parece un caos. Ha de parecer un caos, ha de parecer improvisado, pero todo está muy medido. Sí es cierto que por nuestra forma de hacer, el público puede improvisar y hacerlo distinto, pero nosotros tenemos que reconducirlo hacia donde nosotros queremos llevarlo; si no, en lugar de teatro sería un ‘happening’.

FOTO: © MAITE CRUZ
– ¿Hay públicos más receptivos que otros?
– Venimos de Bilbao y el público vasco tiene fama de serio, pero, al contrario, responde perfectamente. Creo que son tópicos. Cada público tiene su idiosincrasia, pero si le das verdad, este reacciona; hay que presentarse de una forma simpática, sabértelo ganar. Nosotros hacemos cosas muy simples: contamos una historia y decimos “A esto vamos a jugar”, y después el público, si le tocas la espalda, se levanta; y si no se levanta, le tocas la espalda al espectador que está detrás. Nosotros nos inspiramos en el público, en el teatro cotidiano que hacemos en la vida y que pasa inadvertido: en el metro, en el trabajo, en la familia. Nos gusta el teatro nada sofisticado, hablar como lo hace la gente en la calle, que el público comprenda que él es el guionista y el actor.
– Hace treinta años, revolucionasteis la ciudad con vuestros números de calle (“Campanadas a la carta”): Un novio a la fuga Portales arriba, un pobre hombre encerrado tras la verja de perfumería Torino… Ahora que la gente lo ha visto todo (en YouTube, en Whatsapp…), ¿persiste la capacidad de asombro?
– Sí, aunque tampoco se trata de prefabricar las sorpresas. Yo nunca me dejo de sorprender. Cuando abro los diarios me sorprendo de lo que viene en ellos. Lo que no hacemos es el más difícil todavía. Nuestros montajes son siempre la misma historia, aunque sean espectáculos muy distintos: todos hablan del teatro; del teatro que hay en la calle, el que hay dentro de un teatro, dentro del cine, de la ópera, dentro de una boda, de un funeral…
– En estos tiempos en que siempre hay alguien dispuesto a ofenderse por algo, en que los chistes hay que contarlos con papel de fumar, ¿os pensáis las cosas dos veces antes de plantear una ‘gracia’?
– Nosotros nunca pensamos a quién le tiene que gustar lo que hacemos; lo primero, nos tiene que gustar a nosotros, porque, de lo contrario, seríamos como una máquina de hacer churros. Por ejemplo, “Cegada de amor” la vieron 1.200.000 espectadores durante cinco años seguidos. Si después hubiéramos pensado en hacer algo que superara aquello, nos habríamos vuelto locos.
– No me refiero tanto a gustar a los demás, como a no molestar.
– Nuestra filosofía es muy distinta. Yo hago cosas que no me molesten a mí. Nosotros no nos encontramos con esos problemas, lo hacemos todo de una manera muy plana, muy auténtica, muy legal. Si a alguien le molesta un tema que toca La Cubana, es que le molestan muchas cosas en la vida.

FOTO: © JOAN RIEDWEG
– Diez funciones en el Bretón, ¿no es una apuesta arriesgada?
– No lo sé, a lo mejor lo es. Pero hemos estado un mes en Valencia, llenando a diario, y ahora volvemos quince días. En Pamplona hemos estado dos semanas, en Bilbao hemos llenado durante un mes… Quizá podemos pinchar, pero Logroño es una ciudad importante y además estamos dos fines de semana que coinciden con las fiestas. Por otra parte, sabrás que el protagonista de “Adiós Arturo” nació en Logroño y vivió aquí muchos años; y cuando muere, en lugar de un funeral quiere que se celebre una fiesta en el teatro Bretón.
La Cubana. “Adiós Arturo”. Teatro Bretón. Jueves 13 y viernes 14: 21,00. Sábado 15: 18,00 y 22,00. Domingo 16: 18,00. Viernes 21 y sábado 22: 18,00 y 22,00. Domingo 23: 18,00.