CARTA AL DIRECTOR

‘Logroño, mon amour’

Logroño, qué sencillo eres, qué campechano, qué poco ahogas, qué poca prisa nos metes. Sin laberintos, ni sombríos atajos, ni madriguera de salteadores… qué niño no se soltaría de la mano. Logroño no te asedia en el trabajo. Invisible holgazán mientras espera a que guardes los papeles de la oficina; a que suene tu sirena para mirar cómo empieza tu gozo dudando entre esa miriada de bares que jalonan las calles porque cada uno despacha una joya culinaria distinta: esa tapa de oro en la barra que te persigue su olor hasta cuando, simplemente, pasas por debajo del imán de su loco molinete en la puerta. Nos vemos en los bares porque Logroño es un lagar lleno de racimos de uva púrpura, que vendimiamos, pisamos, bebemos juntos, que de niños, con un sarmiento de alfanje atado a la cintura, fuimos capitanes de esa infinita almazuela de viñedos: nuestro pequeño océano de pámpanos para volver y volver la mirada siempre por vez primera.

Logroño es una estrecha calle fugaz, para, de vez en cuando, darse un homenaje: Senda de los elefantes la llaman, creyendo que todos vamos a salir con una trompa y a cuatro patas, cómico, si no fuera porque esa vieja ‘calle del Laurel’, la del antiguo oficio del amor, ya sólo es una colmena de tabernas con su desfile de tentempiés de filigrana sobrevolando ese brindis coral en una misma copa de vino de vida… Y todo en esa enjaezada callejuela, tan breve o tan larga, como sacarle una sonrisa a la tristeza… Pero eso sería poco, si Logroño no fuera un andén del viejo camino de Santiago hacia uno mismo. Una fuente para aliviar los magullados pies de toda esa romería de peregrinos que cada día atraviesan la ciudad, sellándola en la credencial de su alma. Y qué menos que cruzar con ellos una sonrisa. Qué menos que decirles al pasar y bien alto: ¡Buen camino! Pero eso sería poco, sin ese brazo del río Ebro que ya nos toma de la cintura, que invita a asomarte por sus puentes a la belleza de esa nueva acuarela de agua de cada mañana, que hasta hace bien poco, tan sólo era el aburrido espejo o de una historia de nubes o del desdén nuestro de vivir, tantos años, dándole la espalda… Pero, bien poco, sin ese enjambre de mercaderes, sin ese glamour luciendo en las mil y una lunas de los escaparates, que te obliga a caminar por las calles, de perfil, créeme, como un egipcio en un friso de la antigua Tebas… Pero Logroño, también es una muchacha con su carpeta apretada sobre el pecho, esperando bajo los viejos soportales, amaine la lluvia, o es un joven, en un bar, dando vueltas y vueltas a su primera copa de amargo vino de olvido, esperando al desamor…

Y para verle tendido con una brizna de yerba paseándose por entre los labios, sube al monte Cantabria. Desde ahí, Logroño tiene melena rizada de río: la tilde de su eñe es un meandro del Ebro con caladero de peces en una cesta mágica para el orgullo de resistir cualquier largo asedio gabacho. Desde aquí, las dos espigadas torres de la Redonda, como dos enredaderas de piedra, aunque algo encogidas por el progreso, aún pugnan, de puntillas, por su trocito de cielo temeroso de Dios, aún toman primero la corona de laurel de toda ciudad… Desde aquí, viendo los cipreses junto a la ribera, fosforecen los huesos amados, sube el vaho del amor o del dolor, del recuerdo siempre. Y si cierras los párpados con los ojos abiertos, sientes que eres lo último, lo reciente, lo tierno: esa sucesión de luz, de un cuerpo alumbrado por otro, que salió de otro, en otro ser y de otro…de un primero, que, aún hoy, punza su vieja memoria en tu espalda… Desde aquí, sabes, que hay algo que te empuja a seguir, llámalo Dios, o Naturaleza, o misteriosa conjunción del azar… Desde aquí, comprendes que, a cierta edad, la vida, eso que aún uno no sabe del todo de qué va, por encima de cualquier cosa, es ver crecer lo que amas.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

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