El Rioja

El nuevo camino marcado por el tempranillo blanco

La vendimia 2018 comenzó la pasada semana con la recogida en Aldeanueva de los primeros racimos de tempranillo blanco. Una variedad recién llegada ya que apenas cuenta con 30 años de vida y que, desde 2007, está amparada como propia por el Consejo Regulador.

Fue Jesús Galilea, un viticultor de Murillo de Río Leza, quien en 1988 descubrió en su viñedo que un sarmiento de una viña de tempranillo tinto presentaba bayas blancas. Puesto en conocimiento del Consejo, la primera plantación de tempranillo blanco se hincó en el CIDA –Servicio de Investigación y Desarrollo Tecnológico Agroalimentario- en el año 2000.

Cuatro años más tarde se produjo la primera microvinificación mediante estrujado sin despalillado. El vino obtenido resultó toda una promesa de futuro al obtener valores elevados de grado alcohólico, acidez total y polifenoles. El tempranillo blanco, todavía desconocido para muchos aficionados, es una variedad de brotación tardía y madurez precoz, que ofrece racimos medianos, sueltos y bayas pequeñas. Preocupa eso sí su producción, claramente inferior a la de viura.

En cata ofrece aromas afrutados mucho más intensos que los de la viura, con buena estructura en boca, ligeramente grasa y consistente persistencia. Juan Carlos Sancha, firme creyente en esta variedad desde Baños de Río Tobía con su notable Ad Libitum, afirma convencido que “puede ser la gran alternativa de futuro de los blancos de Rioja si se hacen las cosas bien”.

Actualmente ocupa 708 hectáreas –un 11,69% del total del viñedo riojano de blanco-, lejos de las 4.266 hectáreas de la viura, pero ya posicionada como segunda variedad blanca de la DOC. Sin perder de vista las uvas tradicionales de Rioja como viura, malvasía, garnacha blanca, turruntés o maturana, las puertas hacia una singularidad riojana en el blanco se abren de par en par con esta joven variedad. Es, por decirlo de alguna manera, nuestra esperanza blanca.

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