El presidente Pedro Sanz se ha despedido este fin de semana de los riojanos en su pueblo, Igea, rodeado de los suyos, que le quisieron homenajear dándole su nombre a una plaza de la localidad.
“Aquí vuelve el Pedro Mari, el hijo de Jesús y Alejandrina”, les dijo a sus paisanos con los ojos vidriosos por el homenaje recibido.
La mejor cualidad del Sanz presidente ha sido precisamente esa: ser el Pedro Mari cuando visitaba cualquier rincón de La Rioja. El Pedro Mari que se interesaba por las madres, los hijos o los maridos de sus interlocutores, quienesquiera que éstos fueran; el Pedro Mari que estaba increíblemente al tanto de cualquier novedad familiar, laboral o anecdótica; el Pedro Mari que aparentemente improvisaba un panegírico certero, apenas se le conocen deslices, de cualquier persona o empresa en cada uno de los actos a los que asistía. El Pedro Mari que recolectaba votos cada día.
El Pedro Mari tenía un contrapeso: el presidente. El presidente que hacía parar el coche oficial en las cunetas para no llegar antes de tiempo a ningún sitio. El presidente que no permitía que nadie hablara después de él en los actos públicos. El presidente que hablaba de sí mismo en tercera persona. El presidente y su cohorte.
En una comunidad autónoma como La Rioja, un Pedro Mari vale mucho más que un presidente. En un tiempo de renovación como el que se le pide ahora a los políticos, cercanía, transparencia y naturalidad van a ser valores fundamentales.
Y ya si hacen política, va a ser la monda.