El Rioja

Los cinco de Labastida que hablan de parajes, historia y territorio

Jorge Gil, Luis Salazar, Alberto Martínez, Íñigo Perea y Alain Quintana lanzan el proyecto Cosecheros de Labastida

De izquierda a derecha, Alain Quintana, Íñigo Perea, Alberto Martínez, Jorge Gil y Luis Salazar. | Fotos: Leire Díez

La historia vitivinícola de Labastida tiene desde este martes cinco nuevos integrantes que pretenden, precisamente, retornar con sus vinos a los orígenes de esta villa. Una villa que allá por 1685 contaba con 243 cosecheros (30 de ellos mujeres) que guardaban el vino en 918 cubas. Una villa que también fue la primera en Rioja Alavesa en fundar una cooperativa, Vinícola-Bastidense, en 1902. Lo que da cuenta de lo que el vino supuso para el crecimiento económico de este pueblo. Ahora, cinco viticultores que miman con esmero sus viñas de Labastida han dado el paso también a vinificar su pasión y afán por mantener en pie antiguos parajes vitícolas de sus familias.

Jorge Gil, Luis Salazar, Alberto Martínez, Íñigo Perea y Alain Quintana. Ellos son Cosecheros de Labastida, el nuevo proyecto fermentado al abrigo de Remelluri, y guiado por Telmo Rodríguez, creado por y para el territorio y que se dio a conocer este martes en una antigua casona de piedra restaurada y construida hace ya casi tres siglos. Desde aquí, en el número 15 de la calle Mayor de Labastida, se volvió a vivir parte de esa historia del municipio gracias a las palabras que regaló el historiador Salvador Velilla durante la presentación. «Casas y casonas que, en definitiva, se construyeron gracias al vino que descansa en el mundo oculto de sus bodegas (…). Nada extraño, según leemos en un documento, que se califique al vino como el ‘verdadero y único nervio de la villa'», relató.

Fue en 2020 cuando este grupo de cinco entusiastas de la viña y el vino comenzaron a reunirse en las instalaciones de la Granja Nuestra Señora de Remelluri para dar forma a un sueño después de un año de conversaciones previas con Telmo Rodríguez. Así que la del 2020 es la primera cosecha que entró en la bodega y la que sale ahora a la luz por primera vez para presentarse en sociedad ante amigos y familiares en un pequeño encuentro donde descorchar cinco viñas especiales con mucha historia entre sus cepas.

Saigoba, de Jorge Gil; Los Herreros, de Luis Salazar; Larrazuri, de Alberto Martínez; Espino Bendito, de Íñigo Perea, y Espirbel, de Alain Quintana. Cinco elaboraciones muy diferentes que reflejan la variedad que puede haber incluso dentro de un mismo municipio. Porque aquí no se habla de pueblo, sino de parajes, y cada uno es completamente diferente. Así que no podían resultar otra cosa que no fueran cinco estilos de vino muy distintos. Uno más fresco, otro más suave, otro más denso y oscuro, otro con más fruta,… Cinco vinos que sí comparten la estética y diseño de sus etiquetas para reflejar así la unión de un pueblo por una tradición. Proyectos independendientes pero al amparo de un mismo sueño. Y también hay algo más en común: la satisfacción que comparten los cinco viticultores porque su nombre se vea plasmado en esas etiquetas y cerrar el círculo del vino como hicieron sus antepasados.

Será en las próximas semanas cuando el resto del público pueda recorrer con su paladar esta historia vitivinícola de Labastida. El lanzamiento al mercado de estas nuevas elaboraciones (de la que hay unas 2.000 botellas de cada marca) se hará principalmente en restauración y serán Telmo Rodríguez y Pablo Eguzkiza los encargados de dar ese soporte comercial a los pequeños productores, quienes aseguran que se sienten «más cómodos en la viña que vendiendo». Pero esto también forma parte del recorrido por devolver el valor que un día esta villa, allá por los siglos XVII y XVIII, consolidó. Porque la historia de Labastida, como bien dictó Salvador Velilla, está por escribir.

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