El Rioja

Cosecheros de antaño en pleno siglo XXI

Pérez de Urrecho, en Galbárruli, mantiene la filosofía de los pequeños elaboradores de vinos de maceración carbónica

Jesús Pérez y Ana Ijalba, fundadores de la bodega Pérez de Urrecho en Galbárruli. | Foto: Leire Díez

Remontado va, remontado viene. Depósito arriba, depósito abajo. Y el vino que de ahí resulta, como un fiel recuerdo a esas botellas que bebían los abuelos día sí, día también. Aquí, sin embargo, la uva no se mete a grandes lagos de hormigón, sino a depósitos de acero inoxidable. Pérez de Urrecho es de las pocas bodegas de Rioja que mantiene viva la esencia de un cosechero de los de antes, ensalzando la labor de los pequeños productores que hacen malabarismos para cumplir en el campo, en la bodega y también con los clientes. Que se lo digan a Jesús Pérez y Ana Ijalba, mano a mano con este proyecto desde 2011 al amparo de los Montes Obarenes, en Galbárruli. Para entonces Jesús ya llevaba más de 20 años de viticultor (y reconoce que donde más cómodo se siente sigue siendo en el campo), así que no tardó en contagiarle a su mujer ese afán, quien en poco tiempo aprendió a podar, a espergurar, a desnietar y a todo lo que se terciara.

Aunque ya antes Jesús había hecho vino para los de casa, no se planteó dar el paso a profesionalizarlo hasta que la bodega que habitualmente le compraba la cosecha le ofreció 50 céntimos por el kilo de uva. Aquella campaña de 2010 fue el punto de partida: «Vendí la mitad de la producción y la otra decidí elaborarla por probar, por ver qué salía de todo aquello y cómo éramos capaces de venderlo». Y fue muy bien. Al año siguiente ya no vendió ni un racimo de uva y hasta hoy. Atiende al panorama de precios actual y se alegra de haber tomado la decisión de crear su propia marca pese a que no todos a su alrededor estaban convencidos (especialmente la bodega). «Si ahora se pagase la uva a un euro sería más rentable tener viñas que hacer tu propio vino porque esto da mucho trabajo y no es solo estar en el campo, también hay que estar en la bodega y luego salir a vender el vino». Jesús y Ana son cosecheros de ayer y de hoy que intentan elaborar «como se hacía antes, haciendo vino de todo lo que te dan tus viñas». Todo pasa por sus manos -menos las muestras de laboratorio que las lleva para analizar a la Estación Enológica de Haro- y procuran que sea lo más artesanal posible, como esa etiquetadora de madera hecha a medida por un carpintero que están usando estos días.

Etiquetadora en la Bodega Pérez de Urrecho, en Galbárruli. | Foto: Leire Díez

El maceración carbónica ha sido y es su buque insignia, su sello de identidad, su marca personal. Y de ahí no se han movido en los trece años que lleva elaborando esta bodega hasta convertirse en un referente del vino joven en los establecimientos de La Rioja y de las comunidades limítrofes. De hecho su tinto de maceración carbónica supone el 90 por ciento de la producción de la bodega. A su lado está el blanco, también joven, elaborado con viura cien por cien. Y en la pandemia innovaron un poco y salieron de su zona de confort para dar cabida a un ‘hijo’ más, un vino de autor como le llama Jesús que bien podría ser catalogado como un crianza, pero es imposible que lleve esa tirilla de color burdeos porque en la bodega no hay medio centenar de barricas (requisito imprescindible en Rioja para elaborar crianzas y ser considerado criador), sino que apenas llegan a la veintena. «Eso no hay quien lo entienda y en nuestro caso, por ejemplo, nos supone un problema porque en los bares la gente pide un vino joven, un crianza o un reserva y si ven esta botella que lleva otra contraetiqueta piensan que no es lo que han pedido y el camarero no se va a poner a explicar qué es un vino de autor. Esta referencia sí que nos cuesta más venderla precisamente por ese motivo, por lo que tampoco hacemos mucho volumen y la mayor parte va a parar a restaurantes y particulares», apunta.

Jesús Pérez realiza un remontado en su bodega, en Galbárruli. | Foto: Leire Díez

Pérez de Urrecho despidió la cosecha 2024 hace una semana con una viña de viura a 750 metros, mientras que el tempranillo le cogió la delantera en esta carrera de fondo que es la vendimia. «No es muy habitual que pase esto aunque las blancas están a bastante altitud, pero es que los depósitos de tempranillo los tenemos con 14,8 o 14,9 de grado alcohólico mientras que la blanca se ha quedado con 12,2 o 12,3 de grado», apunta. Esta vez no se han alejado tanto de la fecha de ‘cierre’ de campaña normal fijada por el Consejo Regulador (el pasado 7 de octubre) debido a la escasa cantidad de uva que ha caracterizado a esta cosecha. «El año pasado recuerdo que aún nos quedaban unos 40.000 o 50.000 kilos de uva por cortar cuando dijeron que cerraban».

Y claro, las trece hectáreas que cultiva esta bodega se recogen todas a mano, por lo que la falta de temporeros también ha llegado a Galbárruli. «Nos ha costado mucho encontrar gente y al final nos ha tocado trabajar con dos cuadrillas porque también estaban con otro agricultor y había que organizarse. Hay días incluso que hemos tenido que ir solo los tres de casa a vendimiar porque no conseguíamos que viniera nadie, algo que otros años no nos había pasado. Pero claro, es normal que ocurra esto cuando en Aldeanueva empezaron a vendimiar el tinto ocho días antes que en esta zona, cuando lo habitual es que haya un mes de diferencia».

Jesús Pérez y Ana Ijalba, en la Bodegas Pérez de Urrecho. | Fotos: Leire Díez

En lo que sí ha habido diferencia entre esta zona límite de Rioja y la gran mayoría de municipios de la denominación es en el estado sanitario que ha alcanzado la uva a lo largo del mes de septiembre. En Galbárruli, remarca Pérez, no ha habido ni rastro de botrytis en los racimos: «Partimos de que esta zona es muy fresca y siempre está aireada por la altitud, así que no se ha visto nada de uva tocada. Nosotros no tratamos ni para la podredumbre, además de que este año ha llovido mucho menos que en otras zonas de la denominación. Lo que sí hacemos siempre es deshojar y desnietar mucho y otros años también hemos tirado uva al suelo. El año pasado, por ejemplo, nos tiramos todo el mes de agosto aclareando las viñas, e igual en ese tiempo quitamos 20.000 o 25.000 kilos entre Ana y yo. Pero este año es diferente porque no había apenas uva, así que este mes de agosto lo hemos pasado embotellando y poniendo a punto la bodega de cara a vendimias».

Calcula que han recogido en torno a un diez por ciento menos de cosecha que otros años, cuando una campaña normal suele rondar los 90.000 kilos. Dejan atrás una mermada vendimia pero con buenas sensaciones desde una zona privilegiada. «Aquí la clave de todo es el buen trabajo en la viña y yo para eso soy muy exigente porque además me gusta hacer yo las cosas. Sí que querría coger a alguien durante unos meses cuando hay más trabajo en el campo, pero es que también está imposible porque cada vez menos gente quiere trabajar de esto. Estoy seguro de que en estos años muchos se van a ir del sector, especialmente viticultores, aunque también alguna bodega que esté muy mal. Ya se ven anuncios de venta de explotaciones de varias hectáreas de viñedo y ni aún al precio que está ahora la viña se vende fácilmente; solo compran algunas bodegas. Antes la viña valía dinero, si incluso se llegaban a pagar tres millones de pesetas por la fanega (unos 90.000 euros la hectárea), pero ahora ha cambiado mucho el panorama».

Jesús Pérez muestra las palmas de sus manos sobre un depósito. | Foto: Leire Díez

Sin desviarse del tema precios, Jesús reflexiona sobre las tendencias de consumo. Es consciente de que cada vez ese consumidor es más exigente y que los vinos de mayor valor se están vendiendo cada vez mejor con un rango de precios en los que Pérez de Urrecho no compite. «Es cierto que vendemos el vino más barato que otras bodegas, pero también pienso que lo importante es venderlo y no tener que destilarlo. Aumentar el precio de las botellas tampoco es cosa sencilla porque luego hay que ser capaz de venderlas y cada vez hay más competencia. Pese a que el consumidor de chiquiteo está desapareciendo porque principalmente es gente mayor, la gente joven también apuesta por nuestro estilo de vinos, y es que no podríamos vivir solo con el cliente de más de 70 años. De hecho, estamos aumentando y ahora cubrimos muchos establecimientos en Miranda de Ebro, además de Logroño y Haro. Hay algunos que han bajado el pedido, pero los que funcionan bien han incrementado la cantidad que compran. Tengo bares que me gastan diez cajas de doce botellas a la semana y otros que se apañan con una caja cada quince días. Luego también vendemos mucho a cliente particular, en torno al 25 por ciento del total de la producción, y hacemos envíos a toda España. Esos ya son clientes de los que no fallan. Hemos construido una marca y hemos fidelizado a nuestro público con un vino que nos gusta a nosotros y gusta fuera también», sentencia.

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