La historia monástica que acompaña a Albelda de Iregua se remonta al siglo X. Fue en el 924 cuando el rey Sancho fundó el Monasterio de San Martín y allí se trasladaron dos centenares de monjes escribanos que habitaban hasta entonces en las cuevas de las peñas que rodean este pueblo para continuar con su labor de copistas. Mil años después, otra comunidad se asentó en el municipio, aunque con un propósito bien diferente. La orden religiosa de los PP Escolapios aterrizó en el conocido como convento de los frailes, un edificio construido en 1929 y que se empleó como seminario donde impartir la formación religiosa para los jóvenes escolapios de todo el país. Hasta 150 seminaristas pasaron por esta universidad teológica ubicada a la entrada de Albelda, a orillas del río Iregua y en un paraje de unas 20 hectáreas denominado Las Viñuelas. Aunque aquí nunca se cultivó viña, sino más bien huerta y choperas, sí que la vista alcanza a ver brotes de la vitis vinífera enredados y trepando por los árboles de alrededor de la parcela.
Este imponente edificio que un día el arquitecto Fermín Álamo diseño inspirándose en el monasterio de San Lorenzo del Escorial luce ahora en ruinas, con su estructura todavía en pie para dar cuenta de lo que un día fue. En los años 60 fue abandonado por los Padres Escolapios y pasó a manos del Ministerio de Defensa. Luego lo adquirió una constructora que planeaba levantar una residencia de ancianos, pero llegó entonces la crisis de la construcción y todo plan se esfumó. Pese a ser una tierra tradicionalmente dedicada a cultivar verduras, Miguel Ángel Rodríguez ha demostrado que la vid también tiene grandes posibilidades de desarrollo primando la calidad frente a la cantidad. El propietario de la bodega Vinícola Real 200 Monges de Albelda adquirió la finca de Las Viñuelas en 2016, con el convento de los frailes y una ermita aledaña a este incluidos, y plantó doce hectáreas de variedades blancas y tres de tinta para estudiar su desarrollo en esta parcela.
Comenzó hace una década con el chardonnay, y luego fue incorporando poco a poco el sauvignon blanc, la malvasía, la garnacha blanca y la garnacha tinta, esta última plantada hace seis años. Un amplio repertorio de variedades que va en sintonía con la diversidad que existe también de suelos. «Por la zona del fondo abunda más el canto rodado y en este caso, pese a estar al lado del río, la cepa sufre mucho en verano porque baja la capa freática del agua y al no haber suficiente tierra las raíces se quedan como al descubierto. Por eso trabajamos con cubierta vegetal, aunque variando la técnica en función de los suelos. Por ejemplo, en la parte más alta de la parcela trabajamos con cubierta en el centro del renque pero entre las hileras de cepas pasamos el intercepas para que el agua penetre. Y siempre abonamos todo con estiércol».
Hay otras zonas de la finca que son más profundas, pero por lo general la riqueza del suelo está en los primeros 30 centímetros, lo que le da esa idoneidad para el cultivo de la huerta, siendo además una zona tan fresca y húmeda. Por eso Rodríguez está trabajando en hacer más profundos y ricos estos suelos porque lo que necesitan las raíces de la vid es ir hacia abajo. «Nos está costando mucho trabajo cultivar la finca porque es un suelo de huerta, pero es cierto que en función de cómo lo trabajes te pueda dar un resultado u otro».
Vinícola Real 200 Monges ha sido desde sus inicios (la primera añada fue la de 1994, que salió cinco años después) una bodega volcada al máximo con la elaboración de vinos blancos. Blancos, además, con alma de tintos y es que tienen en el mercado reservas y grandes reservas que parten de la añada 2008. «Siempre he querido hacer blancos de guarda que demostraran su potencial al cabo de los años, pero al principio era imposible. Estaban buenos uno o dos años y luego se nos caían, se oxidaban, se ajerezaban. No tenían una connotación de calidad para hacer vinos con una apuesta de longevidad. Tenían frescura, pero a corto plazo. Así que fuimos buscando parcelas en las que las variedades blancas se desarrollaran mejor, elaborando todos los años hasta dar con esos vinos capaces de ganar y engrandecerse con el paso del tiempo. Tardamos ocho años más en conseguirlo, siendo la de 2002 la primera añada de blanco en salir al mercado».
Los blancos han sido el gran reto y aprendizaje de la bodega y en las viñas de los frailes lo siguen siendo. Aunque es en la zona del Alto Najerilla, concretamente entre Badarán, Cañas y Canillas de Río Tuerto, donde tienen más variedades blancas cultivadas, esta zona del Iregua esconde un gran potencial por ser una zona con frescura. «Estamos justo en el límite entre Rioja Oriental y Rioja Oriental
El chardonnay que se vendimió hace un par de semanas está ahora terminando de fermentar mientras que la garnacha tinta es la que va a poner el punto y final a la vendimia 2024 en La Viñuelas, y también en el conjunto de la bodega, en esta segunda semana de octubre. «Esta viña podría aguantar algo más porque está perfecta, pero hay previsión de más lluvias y no nos la queremos jugar. Pese a estar al lado del río y estar en conducción ecológica, se ha comportado muy bien y eso es gracias al trabajo previo que ha habido en campo. El 90 por ciento del cuidado de las uvas se hace en la viña. Aquí hemos espergurado, hemos deshojado un par de veces y hemos desnietado. El año en sí ha sido bueno, pero se ha torcido durante las vendimias, por eso ha sido clave tener la planta bien oxigenada para evitar así los focos de botrytis y asegurarse la sanidad de la uva. Además, todo este viñedo se vendimia en cajas, por lo que gran parte de la selección se hace ya en campo y luego también en bodega en la mesa de selección», apunta Rodríguez mientras sostiene un racimo y a lo lejos la cuadrilla continúa con la labor, renque a renque, cajas en mano.
Aunque la tónica general entre los productores de Rioja está siendo la de una merma considerable en la producción, esta bodega asegura que va a completar el papel con el 90 por ciento de rendimientos fijado por el Consejo Regulador. «Con esta parcela estamos en continuo aprendizaje, pero tenemos comprobado que en los años que vienen más complicados al final resultan ser en los que sacamos las mejores añadas, como lo fue la de 2013. Es más, aquí la producción viene influenciada no por el terreno y su ubicación próxima al río, sino porque la viña tiene una mayor densidad de plantación, rondando las 4.500 cepas por hectárea. Está plantada con un marco más estrecho, de 2,35 y 2,50 metros por 0,90 metros. Así conseguimos que la cepa no tenga que traer tanta carga para sacar los kilos y a su vez generamos mayor competencia entre las plantas», explica.
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