Se convirtió en un ritual más previo al inicio del partido. Hasta llegar incluso a pensar que si no le saludaba no solo la derrota de la UD Logroñés estaba garantizada, sino que incluso la retransmisión del encuentro no saldría bien, y la gente se quedaría sin saber cómo iba el partido de su equipo. Le tenía que dar la mano en Mieres, le tenía que dar la mano en Ferrol, le tenía que saludar en Cartagena, en Alicante, en Somozas, en León, y por supuesto en Sevilla, en aquel infame secarral. Tras darle la mano, el partido podía empezar. Como contra el Villarreal B. Quiero pensar que Fernando pensaba lo mismo.
Porque Fernando, al frente del equipo, era el primero en llegar. Casi dos horas antes del inicio del choque. Este redactor gustaba de llegar a los estadios hora y media antes, aunque en muchos de ellos no se permitiera la entrada hasta una hora antes del inicio del duelo. Media hora para no hacer nada, salvo revisar que no faltara cable alguno entre mi material, y saludar a Fernando, por supuesto. Abría la puerta del autobús, bajaba a mitad de las escaleras, ofrecía su mano, siempre firme, preguntaba por el viaje, me daba algún truco de profesional del transporte para que tuviera un regreso más cómodo, me ofrecía un café, y regresaba al interior de su vehículo para seguir ordenándolo mientas los muchachos pisaban el césped por primera vez.
Fernando es el chófer de la UD Logroñés. Lo lleva siendo los últimos once años. Y en todo este tiempo me ha rondado una pregunta que jamás le he trasladado, porque a veces no conviene desvelar los grandes misterios de la Humanidad. Y éste, sin duda lo es. Ya podía ser un viaje hasta Nájera, o llevar al equipo hasta Vigo. Ya podía tratarse de una jornada maratoniana al volante o de un mero desplazamiento de pretemporada a cualquier campo de La Rioja. Ya fuera a más de mil kilómetros, o aquí mismo, a la vuelta de la esquina, Fernando, el chófer de la UD Logroñés, nunca iba arrugado.
Me refiero a que ese polo típico de chófer siempre iba perfectamente planchado. Incluso en la zona de la espalda. Ni una arruga. También cuando viajaba uniformado con la habitual camisa blanca de mangas largas. Es más, mientras otros bajaban del bus como guiñapos, arrugados tras tantas horas de viaje, Fernando, incluso con la ropa de paseo de la entidad blanquirroja, parecía que acabara de salir de la plancha. Impecable, con sus gafas Ray-Ban de chófer.
«¿Qué, Fernando, cómo los ves?», era mi pregunta habitual a mitad de la escalerilla de acceso al autobús. «Bien, han venido contentos. A ver cómo se da. Ganar hoy sería importante». Fernando era el padre de la expedición. La toma de tierra entre tanta agitación futbolística. Solo ha existido una certeza en la UD Logroñés durante estos últimos once años, pasara lo que pasara, cayera quien cayera, marcara quien marcara, lo único que estaba claro hasta ahora es que Fernando llevaba y traída de vuelta al equipo hasta dónde hiciera falta.
En la victoria, en el empate, en la derrota, siempre perfectamente planchado, Fernando se ha mantenido estos once años en el lugar que le corresponde -asunto realmente complicado en los clubes de fútbol, repletos de profesionales de la caza y de perdices despistadas-. Imperturbable, prácticamente camuflado con su vehículo, Fernando fue durante unas horas el padre de Zubiri. Corría el año 2014. Fernando, por tanto, llevaba una temporada llevando al equipo de un sitio para otro. La entidad jugaba aquel 20 de diciembre en Villaviciosa ante el Lealtad. Dos aficionados, tras haber pasado por la correspondiente sidrería, aseguraban a este redactor haber visto el encuentro de la UD Logroñés junto al padre de Zubiri. «Oye, no ha chistado en todo el partido», reconocía uno al término del encuentro. Derrota riojana. Estos dos aseguraban que era clavado al central de Lodosa. Pero Fernando no se parece en nada a Zubiri, por muy bien planchado que fuera siempre el ahora central del Calahorra. Aquel día conocimos que un tal Fernando era el chófer de la UD Logroñés y no el padre de Zubiri.
Once años en los que ha cubierto más de 150.000 kilómetros al frente del autobús de la UD Logroñés. Se ha recorrido el mapa de España para acercar al equipo a los estadios. Los ha llevado para jugarse unos cuántos ascensos, festejó el éxito en La Rosaleda, y los ha traído de vuelta con un par de descensos. “Me llevo la amistad de los jugadores que han pasado por el Logroñés, así como de los cuerpos técnicos. Todos me trataron fenomenal y sólo puedo darles las gracias a la entidad y a Logrobus por este tiempo compartido”. Fernando, uno di noi.
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