La cortina de lluvia que se ve a lo lejos probablemente está regando los pueblos del Najerilla, una vez más. Y también hay nubes sobre la Sonsierra. El tiempo sigue sin dar tregua a la vendimia. Al menos, y por el momento, a Cuzcurrita de Río Tirón no han llegado las gotas. A 600 metros de altitud Laura Manzanos, enóloga de Bodegas Tarón, cruza los dedos para que las precipitaciones no agüen la fiesta en el paraje El Monte, donde una cuadrilla recoge los racimos tintos de esta viña centenaria que es la más vieja de las que controla esta cooperativa asentada en Tirgo. La propiedad es del agricultor José Miguel, aunque antes lo fue de su padre, el socio número 43 de la cooperativa y uno de los primeros en formar parte de ella. «Aquí hay seis viñas juntas, algunas con 98 años y otras que superan los 100. Yo he visto incluso en alguna de ellas echar sulfato con la escoba, salpicando a las cepas, así que en esa época no había ni siquiera mochilas. Luego cuando llegó la concentración parcelaria unificaron todo y lo convirtieron en una única parcela. Y aquí en medio decidieron poner este camino hace unos 30 años, atravesando toda la viña, así que hubo que arrancar varias cepas», recuerda mientras recorre los renques, sorteando cepas de blanco con otras de tinto. Macabeo blanco, malvasía, calagraño, viura, garnacha blanca, garnacha tinta, tempranillo, mazuelo, macabeo tinto, algunas cepas incluso de garnacha roja y otras que ya se escapan de su conocimiento. Esta viña es un baño de variedades. «Pero así es como se plantaba antes, todo mezclado porque se elaboraba todo junto para hacer el clarete».
Para esta campaña se esperaba algo más de uva de la que finalmente está resultando en esta parcela, que suele traer unos 3.000 kilos por hectárea. Un sentimiento, sin embargo, que está siendo bastante generalizado en la mayoría de zonas de la denominación. «Este año ha ligado todo, tanto blanco como tinto, muy mal, así que en muchos casos se han quedado racimos muy pequeños y con menos peso en las bayas. Es más, en la cooperativa creo que no recordábamos una cosecha tan corta en kilos. Por contra, estamos viendo que en cuanto a calidad va a ser una buena añada», apunta Manzanos. Y es que Bodegas Tarón vive una situación bastante distinta a la que padecen otras cooperativas de Rioja en donde la acumulación de excedentes les ha llevado a estar en una situación comprometida. «En nuestro caso, esta merma de producción va a ser un problema porque necesitamos uvas para seguir cumpliendo nuestros contratos con otras bodegas que nos la compran, así como con los clientes que compran nuestro vino».
El gerente de esta cooperativa, Gonzalo Salazar de Burendes, asegura que la clave para estar en esta circunstancia en la que se vende todo es «tener una salida al mercado garantizada». Algo que se consigue, incide, «con contratos a largo plazo tanto de uva como de vino, que en nuestro caso se mantienen por el esfuerzo que hemos hecho de apostar por la calidad, o bien con referencias de vino reorientadas a generar un mayor valor con embotellados de calidad». En 2007, Tarón fue pionera en prohibir la entrada de uva excedentaria a la bodega, por lo que todo lo que entra de más no se paga. «Esto es un mensaje al viticultor para que entienda que hay que producir lo justo. Es cierto que en nuestro caso la reducción de rendimientos no nos favorece porque a nosotros no nos sobra uva y al final tienes que dividir los mismos gastos entre menos kilos. De hecho, estas dos últimas campañas no nos hemos acogido a las ayudas a la destilación voluntaria porque no teníamos nada de vino acumulado».
El gerente reconoce que la situación es mala para todos los operadores, y aunque esta cooperativa esté en una mejor situación que otras, «bien bien no creo que esté nadie ahora mismo». Tarón, con sus 220 socios repartidos entre los municipios de Tirgo, Cuzcurrita de Río Tirón, Sajazarra y Villaseca, vende gran parte de su producción embotellada, pero también vende graneles. «Es complicado que una cooperativa venda todo embotellado porque este tipo de sociedades suele trabajar con grandes volúmenes, por eso lo principal, repito, es asegurarse la venta. Nuestros viticultores tienen claro que para conseguir eso hay que trabajar de una manera determinada, pero son ellos quienes toman las decisiones. Por suerte, llevamos muchos años en los que hay mucha sintonía entre los cuatro pueblos, lo cual también es consecuencia de unos precios acordes. Todo ello favorece el desarrollo de la cooperativa», destaca.
El astro ha dado tregua y la uva de esta viña de José Miguel ya está entrando a bodega en las barcas usadas cada campaña para transportar una cosecha especial seleccionada tanto en campo como en bodega antes de pasar al despalillado. «Yo quiero que cuando pruebe este vino me dé lo mismo que me da la uva cuando la pruebo en la viña, que se note esa frutosidad. La madera está presente también, porque al final pasa dos años en barrica de roble francés, más luego casi otros dos años en botella antes de salir al mercado, pero lo que buscamos y también conseguimos es que lo característico de esta viña, que es esa mezcla de variedades, se plasme también en el vino. Además, está en una zona bien aireada, con suelos arcillo-calcáreos, por lo que la sanidad también está asegurada», explica la enóloga.
Esta es la decimoctava vendimia que pasa al frente de la dirección técnica de la bodega y será la decimocuarta que este viñedo se vinifica por separado para dar lugar al Cepas Centenarias. «Cuando llegué a Tarón vi que teníamos un volumen importante de viñedo viejo y eso había que ponerlo en valor porque a medida que pasaban las vendimias cada vez iban desapareciendo más viñas de este tipo. Cepas Centenarias fue la primera elaboración que lanzamos con este enfoque de viña vieja y vino parcelario».
Pero no es el único vino de parcela. Este año se ha ampliado el portfolio de Bodegas Tarón con Finca Zabaleta, otro cien por cien tempranillo que ha salido con la añada 2019 y que en este caso procede de una viña de poco más de dos hectáreas ubicada en Castilseco, una población perteneciente al municipio de Galbárruli. Sus cepas no son tan viejas como las de El Monte, ya que fueron plantadas en 1988, pero gracias a que está a 560 metros de altitud y a la orientación del viñedo se consigue una muy buena acidez que luego se traduce en una buena capacidad de guarda. «Los rendimientos que sacamos de aquí son algo superiores, rondando los 5.000 kilos por hectárea, y nuestro propósito es convertirlo en un Viñedo Singular porque tiene las cualidades para ello. Con este tipo de elaboraciones nos damos cuenta que tenemos que seguir trabajando sobre los vinos parcelarios porque tienen una gran aceptación entre el público y además reflejan la tierra de la que proceden».
Y es en esta búsqueda de marcar la identidad de cada viña en la que la cooperativa también incorpora otra reciente creación: Territorio Tarón. Este vino, si bien no procede de un único viñedo, sí aúna las uvas de algunas de las mejores viñas que se reparten por los cuatro términos que cubre la bodega. Un auténtico vino de territorio, como lo es también Patiens, un blanco de viuras sacas de viñas viejas como los racimos blancos de El Monte, que se vendimian por separado a los tintos para destinarlos a este vino. Aunque si se quiere hablar de una capacidad de guarda extrema en Tarón hay que hablar de Pantocrator. Diez años avalan sus atributos de envejecimiento, que es el tiempo que este vino pasa criándose hasta que sale al mercado. Es el vino que más reconocimientos se ha llevado de la bodega y solo se elabora en las añadas extraordinarias, siendo la primera la de 2005 y actualmente comercializando la de 2011 (la tercera).
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