Miguel Ángel Mato y su hijo Miguel sienten un amor incondicional por el campo. Desde San Vicente de la Sonsierra hasta San Esteban de Gormaz, en las alturas sorianas, pasando por La Horra burgalesa y Pesquera de Duero hasta llegar incluso a Ponferrada. Y junto a ellos, ocho mulas bien entrenadas para labrar entre cepas arrastrando un arado romano. Como hacía el abuelo Benito, quien siempre trabajó la viña con animales, como todo agricultor hacía antaño. «Como cuando las mulas dormían en las cuadras justo debajo de la habitación del matrimonio como señal de aprecio porque esos animales eran los que traían el sustento a casa», recuerda Miguel Ángel. Aunque de aquello solo los más veteranos se acuerden, la tracción animal ha regresado a la Sonsierra gracias a Mato.
Echa cuentas de memoria y llevará unas 40 vendimias, diez de ellas guiando el forcate por cada renque, pero también asesorando a bodegas en cuestiones de gestión vitícola. Así constituyó su empresa de servicios agrícolas A la antigua usanza, donde cubre todo el ciclo de la vid desde la preparación del suelo, el injertado, el abonado, la poda, tratamientos, el deshojado, el desniete, la espergura, selección y, finalmente, la vendimia. Todo pasa por sus manos, las de su hijo y las de los 55 trabajadores que están con ellos durante todo el año, aunque en campañas como la vendimia la cifra suele superar el centenar. Porque gestionar unas 300 hectáreas de viñedo más allá de Rioja tiene su intríngulis. Vega Sicilia, Mauro o Carlos Moro son solo algunas de las bodegas con las que trabaja aquí en la región.
Pero la tracción animal no ha sido siempre parte de su modelo de negocio. Su padre Benito aparcó las mulas hace algo más de 30 años y Miguel Ángel no las volvió a recuperar hasta hace una década. Hasta entonces pasó unos años en la cooperativa haciendo un manejo de la viña en convencional, pero luego pasó a vender la uva a otras bodegas y desterró los herbicidas de su explotación, abusando lo menos posible de los tratamientos, labrando mucho y sin soltar la morisca de la mano para ir ‘limpiando’ la hilera de cepas. «Porque a la hierba uno la tiene que dominar y aunque sea más costoso porque hay que estar mucho más tiempo encima de las viñas, el resultado luego se plasma en la uva que resulta. Y claro, para meter tantas horas en el campo luego la uva también se tiene que ver bien retribuida», apunta. Y eso lo ha conseguido en las bodegas que venden el vino a un precio más elevado. «Vimos un tirón en los servicios agrícolas de este tipo porque cada vez más las bodegas de renombre apostaban y reconocían el valor de este tipo de viticultura. Así que como ya teníamos los animales y sabíamos de qué iba lo de labrar con mulas me animé a dar el paso». De hecho, reconoce que aunque el crecimiento de la empresa ha sido progresivo, el mayor punto de inflexión se produjo hace tres años. «Yo siempre he dicho que vamos a acabar viendo dos vendimias en Rioja, la de en cajas y la de con máquinas vendimiadoras. Y creo que cada vez más estamos yendo hacia ese camino».
Tractores tienen, que para ello son agricultores, aunque no en todas las viñas pueden meterlos, mientras que en otras aunque puedan prefieren optar por los animales. «Yo siempre he tenido el afán de recuperar la viticultura de mis padres y mis abuelos, la que he visto siempre en casa, por eso hemos ido recuperando viñas abandonadas y perdidas que se habían dejado de cultivar por eso de su difícil manejo, difícil acceso o poca rentabilidad». Aunque no solo ha recuperado viñas, sino también elementos del paisaje de antaño como esos muros de piedra que marcaban el linde entre las parcelas y las carreteras o caminos. Porque además de viticultor, Mato también se apaña con la cantería.
Su apuesta con las nuevas fincas que ha plantado (de graciano, malvasía, maturana blanca, garnacha blanca) es hacerlo con una mayor densidad de plantación, pero con cepas que traigan menos uvas. «Es decir, que tenemos más cepas que podar y que vendimiar, y luego además sacamos menos uva. ¿Pues dónde está la ganancia entonces? Pues en la calidad de esas uvas y en que te paguen por esa calidad o bien en hacerte el vino y venderlo a un precio razonable. Se trata de que el campo sea más rentable llevando menos tierra, aunque haya que trabajar más», considera. Hace cinco años plantó una garnacha donde no se permite (ni se puede) el paso a tractores, con vistas al Castillo de Davalillo, a su San Vicente natal e incluso Labastida, que se pre aprecia más a lo lejos. Una viña, finca El Bortal, que antes estaba de tempranillo. Mato recuerda cómo hasta allí llegaban los labradores con las mulas y tras la jornada de faena en la viña se reunían para almorzar todos juntos. Y que no faltara el vino. «Antes todas esas terrazas que se ven a lo lejos estaban plantadas de viña. Antes venías al campo y te encontrabas siempre con gente que estaba en sus viñas, trabajando. Ahora no queda nada de eso, así que yo procuro mantener lo que puedo, como aquí que he querido dejar las dos alturas con las que cuenta el viñedo separado por un muro de piedra a pesar de que podía haber metido las máquinas y haber nivelado todo para hacer más cómodo el manejo».
De camino a la granja donde aguardan ansiosas las mulas para salir de sus cuadras y ponerse a trotar estos yugueros se topan con un tractor que viene o va a tratar la viña. «Ahora, después de lo que ha llovido, se han puesto todos a tratar contra la botrytis pero no se dan cuenta que el mejor tratamiento contra esta enfermedad es el deshojado y criar unas uvas sueltas, no racimos que parezcan pelotas. A la uva no hay que adulterarla y si la viña está bien trabajada, tiene lo necesario y no está estresada es muy raro que se pudra. Pero claro, luego yo no cubro el papel mientras que a otros les sobran las uvas», refleja.
Arados de vertedera, collerones de cuero y horcates para las mulas, yugos,… Y de hecho su nave es todo un museo de reliquias de lo que fue la vida en el campo hace ya varias décadas. «¡Y siglos también! Que algún apero de los que hay aquí no sabemos ni los años que tiene. Pero esto es lo que me gusta de verdad, esto es con lo que me criado. Además, tengo la suerte de dedicarme a ello y haber montado una empresa de una actividad que me apasiona. Pero la dedicación que requiere también es mucha, por no hablar de los animales que necesitan que los atiendas a diario», incide Mato padre. Una pasión que era cuestión de tiempo que transmitiera a su hijo, unido siempre al campo con el mismo cariño. Aunque en su caso ha querido apostar por un nuevo reto: la vinificación.
«¿Por qué teniendo tan buenas uvas en donde yo puedo elegir lo que quiero y lo que no me interesa tanto no iba a hacer un vino?». Y así es como hace un año sacó al mercado sus dos primeras elaboraciones, un tinto de tempranillo y un blanco cien por cien viura de San Vicente, ambos de la añada 2021. La tercera generación de yugueros de San Vicente ya tiene sus primeras 1.500 botellas repartidas por los restaurantes de la zona y alrededores. «Para mí es una forma de cerrar el círculo del proyecto aunque sea a pequeña escala, porque ahora sí que lo hacemos todo, desde la viña hasta vender el vino. A mi padre la bodega no le gusta, el es cien por cien del campo, pero yo veía que teníamos potencial para elaborar. Y aunque no soy enólogo sí sé hacer vino y más si es con las uvas que yo mismo cultivo. Por suerte también tengo amigos que están ahí para asesorarme en cualquier cosa si lo necesito», apunta el joven. Su idea es seguir creciendo en número de botellas, pero con cautela ya que la actividad principal es la gestión de la empresa de servicios. «Esto era como una espinita que tenía y que quería probar para ver qué tal. Pero el resultado nos ha gustado mucho».
La vendimia en la familia Mato continúa, y aún no ha llegado el turno de su docena de hectáreas propias repartidas por San Vicente, una zona más fresca y, por tanto, más tardía. Por delante padre e hijo tienen algo más de un mes cortando uva para diferentes propietarios para luego aparcar las tijeras y ponerse a sembrar alguna que otra cubierta vegetal que demanda alguna bodega (aunque son las menos). Seguido tocará enganchar el arado a las mulas y comenzar una nueva campaña de labranza cuando se eche el frío de verdad. La dureza del campo, tan férrea como el arraigo hacia él.
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