El pequeño pueblo de Oteruelo, en el corazón del valle de Ocón, volvió a llenarse de vida después de más de cincuenta años de silencio. Las raíces de este lugar, que una vez fue un hogar vibrante, siguen profundamente arraigadas en el corazón de sus descendientes y vecinos. La celebración de las fiestas de San Lorenzo, que resurgen con fuerza, trajo de vuelta la tradición, el orgullo y la nostalgia, uniendo a todos en un abrazo colectivo de memoria y esperanza.
El día comenzó con el volteo de campanas en las iglesias cercanas, anunciando el regreso de una festividad que muchos temían perdida para siempre. Los vecinos, jóvenes y mayores, caminaron juntos a las eras de Oteruelo, donde la misa campestre y el ambiente festivo evocaron recuerdos de tiempos pasados. Las historias del pueblo se compartieron entre risas, mientras se degustaban los sabores de antaño, acompañados por la música alegre de la charanga.
Esta celebración fue mucho más que un simple evento comunitario; fue un acto de amor y resistencia. A través de la organización de las veredas y el esfuerzo colectivo para limpiar y preparar el lugar, los habitantes del valle demostraron que, aunque Oteruelo haya quedado vacío hace décadas, su espíritu sigue vivo en cada uno de ellos. La fiesta no solo revitalizó el pueblo, sino que también reavivó la conexión emocional que une a todos aquellos que, de una forma u otra, llevan a Oteruelo en su corazón.
Mientras las campanas resonaban y las calles del pueblo volvían a llenarse de pasos, el eco de las antiguas vivencias se mezcló con el presente, creando un momento de profunda comunión. Oteruelo, aunque golpeado por el tiempo y la despoblación, se alzó una vez más como un símbolo de la perseverancia y la importancia de no dejar que las raíces se pierdan. Este sábado, los hijos de Oteruelo no solo celebraron una fiesta; renovaron la promesa de mantener viva la memoria de un pueblo que, aunque herido, sigue siendo el alma de todos aquellos que alguna vez lo llamaron hogar.