“Los pueblos pueden estar deshabitados, pero no están olvidados”. La frase es de Manuel. Poco tiempo antes de casarse se marchó de Oteruelo. Ya no volvió a vivir allí más. “La vida nos fue llevando a otros lugares y Oteruelo llegó tarde a todo”. Es el ejemplo de uno de los muchos pueblos que quedaron a su (mala) suerte en La Rioja. Más de 3.000 hay deshabitados en toda España pero ésta es una de las regiones con mayor porcentaje de ellos. Oteruelo pero también Turruncún, Reinares, Avellaneda, Valdevigas, Cambones, Buzarra, Los Horcos
“Por sus callejas de polvo y piedra (…) sólo el olvido camina lento bordeando la cañada donde no crece una flor ni trashuma un pastor”. Es un verso de la canción Pueblo Blanco de Serrat que podría servir para describir los últimos días de vida de cada uno de ellos.
Unos por la falta de trabajo y oportunidades para los más jóvenes, otros porque los servicios para tener una vida más cómoda allí nunca llegaron, otros por los embalses, por el aprovechamiento maderero… la realidad es que en los años cuarenta en la región comenzó un largo proceso que llevaría a la mayor parte de los habitantes de esos pueblos a vivir en pueblos más grandes o en ciudades. En la región o fuera de ella.
A Ermua se fueron muchos de los vecinos de Manuel, él aíun recuerda cuando la vida corría por las calles de Oteruelo y como todo se fue apagando. “Recuerdo que se fueron cuatro o cinco jóvenes a trabajar allí y entonces empezó a cambiar todo, al resto de jóvenes la vida nos llevó a otros lugares”. A él cerca, a Aldealobos. “Cuando mis suegros sortearon la casa yo le dije a mi mujer de no entrar en el sorteo porque ya teníamos dos en Oteruelo, pero ella quiso entrar y nos tocó”. La suerte hizo que nunca más volviese a vivir al pueblo donde nació.
“Cuando yo me fui había unas 20 casas habitadas, serían unas 80 o 90 personas, la gente se dedicaba al campo, a criar gallinas, a llevar sus huertos…”. El proceso lo adelantó la falta de la llegada de luz. “El pueblo tenía una instalación allí para tener luz que comenzó a fallar era de una cooperativa, pusieron tantas pegas para poder llevarla de otra forma que el pueblo se quedó sin luz y así era imposible vivir”.
Antes había pasado algo similar con los niños del pueblo. “Cuando se cerró la escuela mandaban a los niños a un colegio y a las niñas a otro. Iban internos y separados, las familias con niños poco a poco decidieron marcharse, unos a Arnedo, otros a Calahorra, otros a Logroño”.
“Luego al resto de pueblos les llevaron la luz y cuando las escuelas empezaron a mantenerse con menos niños de los que había cuando se cerró en Oteruelo, pero para entonces en Oteruelo ya no quedaba nadie”.
Con los vecinos fuera de él, Oteruelo tuvo diferentes usos en los años 70. “Vino una asociación que compró parte de las casas para personas que querían salir de la droga, luego un señor de Zaragoza fue comprando terrenos y casas, ahora ya no sabemos ni de quiénes son”, dice apenado.
Unos como Oteruelo fueron vaciándose poco a poco, otros lo hicieron de forma abrupta, de repente, sin que nadie lo esperase. Es el caso de Turruncún. Sus ruinas rojizas resisten como buenamente pueden el paso del tiempo. Su ubicación era privilegiada. En 1965 se construyó el último edificio de esta población. Fueron las escuelas que se inauguraron ese mismo año. Turruncún tenía niños y futuro pero apenas 15 años después se había quedado con tres vecinos. Nadie sabe muy bien por qué. “Posiblemente por el declive de la industria textil de esa zona”, dicen algunos de los que conocen bien el caso de este municipio en el valle del Cidacos.
En el mismo valle se encuentra San Vicente de Munilla. Vacía desde la década de los 60 especialmente por sus complicados accesos y sus difíciles condiciones de vida, especialmente en invierno. Hasta ese momento San Vicente contaba con 240 vecinos, escuela y vida en sus calles. Hasta que poco a poco y en el transcurso de apenas veinte años el pueblo se fue silenciando hasta quedarse completamente vacío. En la década de los 80 llegaron unos vecinos inesperados, un grupo de okupas se instaló en el pueblo, rehabilitando algunas casas y la fuente del pueblo con agua potable.
Y el agua, o el afán por controlarla, también hizo desaparecer pueblos en La Rioja. La construcción de embalses terminó con Mansilla, Cambones (aldea de Mansilla), Las Ruedas de Enciso, Los Molinos (Ortigosa de Cameros), Pajares y el Barrio de San Andrés (Lumbreras).
“Ahora ya los pueblos se destruyen antes de que el agua los inunde”, cuenta Álvaro González, estudioso de algunos de estos casos. “Es muy doloroso para los vecinos cada vez que las aguas bajan volver a ver el municipio en el que vivieron”.
Otros de los pueblos deshabitados mantienen su vida, al menos, durante el verano. Es el caso de Treguajantes. La iniciativa ciudadana y social ha conseguido en los últimos años la recuperación de la iglesia de San Martín. Una aldea deshabitada perteneciente a Soto en Cameros que en los últimos años un grupo de particulares ha comenzado a recuperar.
Pueblos deshabitados pero no olvidados que se mantienen en la memoria de muchos de los vecinos que vieron como la vida se les escapó de entre las manos.