La etiqueta, ese vestido que nos hace fijarnos en un vino, es un elemento esencial para subrayar su singularidad. Es ese guiño, ese gesto que nos dice “ven” y nos dirige hacia uno u otro vino. Y en Viña Lanciano es mucho más; también es su identidad, la constatación de un origen irrenunciable que se mantiene desde su primera añada.
Viña Lanciano es un vino de Rioja que luce con orgullo el nombre del viñedo donde nace. Viña Lanciano es, precisamente, Viña Lanciano. Un vino de finca cuyas uvas proceden de ese viñedo en propiedad, y que, como reza en su etiqueta, está embotellado en la propiedad, destacando su trazabilidad desde la viña.
La decisión de mostrar ese origen en la etiqueta es fruto de la vocación por contar esa historia, la de Viña Lanciano, desde el principio. En un sector donde se cuentan, solo en España, alrededor de 4.000 bodegas y más de 200 000 si hablamos a escala mundial, la diferencia entre un vino y otro puede hacerse cuesta arriba para el consumidor, ya que muchas veces, ese pedazo de papel recoge verdaderas obras creativas, coloridos mensajes, juegos de palabras o elegantes ilustraciones, y siempre con ese objetivo de diferenciarse en un mar de vinos y etiquetas a cuál más original. También existen, claro, otras propuestas que, por demasiado canónicas, pueden resultar aburridas a un winelover que busca autenticidad.
Un puente, un viñedo, una identidad
Por eso, mostrar de forma clara el mensaje de Viña Lanciano y condensarlo en una etiqueta ha sido la clave que ha marcado la imagen gráfica de este vino desde su nacimiento. Un tinto que es bandera de Rioja y de la ciudad de Logroño, de ese barrio del Cortijo donde se encuentra el viñedo, de su paisaje, con acento en el meandro del Ebro, esa frontera líquida entre Álava y La Rioja surcada por un emblemático puente, el de Mantible, que se ha mantenido como testigo silencioso del paso del tiempo, del devenir de los años y de la evolución de la propia historia vinícola de la región.
Se cuenta que por ese puente, el más antiguo de Logroño y hoy en proceso de recuperación de los dos arcos que aún se mantienen en pie, pasó Carlomagno en su ruta hacia la península; de gran importancia comercial, contó con hasta siete arcos de medio punto y unos 170 metros de longitud, cinco metros de ancho y hasta 30 de alto, ya que se construyó salvando el desnivel entre las dos orillas que unía. En la etiqueta de Viña Lanciano se aprecia ese testigo del tiempo que son los dos arcos del puente que aún resisten, y al fondo, el magnífico paisaje vitícola del que es vigía inmóvil.
Historia y paisaje de Rioja se materializan en Viña Lanciano, y contarlo en la etiqueta es el mejor mensaje para un amante del vino que quiera conocer más sobre este tinto clásico y, a la vez, contemporáneo, con un pasado que le honra y un futuro brillante.
Esa etiqueta es la identidad más clara del vino contada sin florituras, como el mensaje líquido que encierra. Viña Lanciano es, también, el gran transmisor de la filosofía de LAN, una bodega que nació con un espíritu pionero y explorador, y que, aunque clásica, mantiene viva la llama de la innovación, de la conservación del patrimonio vitícola y del respeto por el pasado como ingredientes para consolidar el futuro.