Con parte de los racimos de La Rioja enverados y otros en camino de completar el proceso, los temores se fijan ahora en las olas de calor que pueden darse en esta época del año. Unas temperaturas excesivas podrían derivar en una pérdida de azúcares y, dado el momento en el que se encuentra la vid, esto provocaría problemas en la maduración. Es por ello que desde hace unos tres años las mallas de sombreo cubren las caras de las hileras de cepas plantadas en espaldera para proteger los racimos durante el verano.
Esta iniciativa se está desarrollando en el marco del proyecto VITISAD desarrollado entre 2021 y 2022, un consorcio franco-español en el que participan investigadores de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Mundo Rural y Medio Ambiente del Gobierno de la Rioja adscritos al Instituto de Ciencias de la Vid y del Vino. Sergio Ibáñez es uno de ellos y trabaja ahora en la segunda parte de este estudio en la que se mantienen ciertas líneas de estudio, pero con la incorporación de novedades.
“En su día probamos con varios niveles de sombreado al 25, el 50 y el 70 por ciento y, aunque las diferencias no eran muy notables, sí que vimos que la del 50 por ciento funciona mejor. Otro aspecto nuevo que se ha estrenado en VITISAD 2 es el uso de mallas blancas. Tal y como nos han informado los socios franceses, observan que las mallas negras absorben más calor pero a su vez este se queda en la malla y no pasa al racimo, así que hemos colocado redes de ambos colores para estudiar los diferentes comportamientos”, explica Ibáñez.
Este es el ensayo que están realizando durante esta campaña en un viñedo de Cenicero de graciano propiedad de la bodega La Rioja Alta S.A. “La elección de la variedad también está premeditada y es que el graciano, junto a otras uvas como el moscatel de grano menudo o godello, son variedades muy sensibles a las altas temperaturas. En la campaña de 2022 hubo cuatro olas de calor fuertes a lo largo del verano y nos encontramos con racimos sin cubrir por la malla prácticamente achicharrados”, recuerda.
“El racimo en condiciones de estrés severo puede alcanzar unas temperaturas de hasta 15 grados más que la temperatura del aire, así que imagina los días que se superan los 35 grados. A nivel de compuestos polifenólicos es un auténtico desastre. Sin embargo, hemos comprobado con ayuda de las cámaras térmicas que con estas redes se puede disminuir la temperatura de la uva en hasta 17 grados por debajo de la temperatura ambiente”, apunta.
Los resultados obtenidos en esta parcela de orientación norte sur en la que se ha colocado la red de sombreo en la cara oeste (donde golpea el sol de la tarde y que, en principio, es el que más afecta a los racimos) son bastante buenos en cuanto que se ha conseguido reducir la temperatura del racimo. A su vez, también han apreciado una tendencia en la mejora de la acidez, especialmente en el ácido málico, que luego se aprecia en análisis en cata, dando “vinos mejor valorados”.
Con este proyecto VITISAD 2 los investigadores quieren afinar un poco más a nivel polifenólico: “No conseguimos ver exactamente qué es lo que pasa en el racimo, por eso queremos estudiar de una forma más concreta los diferentes componentes fenólicos para ver de manera más detalla cuáles se ven más afectados por este incremento de temperatura. Algo que luego en cata sí se aprecia”.
Además, este año han implantado el sistema de redes de manera permanente, por lo que se gana en funcionalidad y comodidad para el agricultor, que evita tener que estar cada año colocando las mallas. De esta manera se instalan por un periodo de unos cinco o seis años, que es lo que dura el material en perfectas condiciones. Con unos paliques colocados en los postes de la espaldera se puede recoger la malla en la parte alta o en la parte baja en función de las operaciones que se vayan a realizar, como puede ser una prepoda o el deshojado. “Esto no deja de ser un ensayo, pero también queremos que se consiga aplicar a nivel comercial para facilitar el trabajo a viticultores y bodegas”, remarca Ibáñez.
Haciendo una aproximación, cifra en unos 2.000 euros el precio por la instalación de estas mallas en una hectárea de viñedo. “La red en sí no es muy costosa, pero hay que sumarle los apliques, hacer la instalación,… Eso sí, este precio es para los cinco o seis años que dura la malla, por lo que al final se amortiza aunque haya campañas en las que sea más útil que en otras. Además, es un sistema de protección también frente a las tormentas de granizo que, a diferencia de las olas de calor, estas a veces sí llegan de forma inesperada. Por otro lado, y ante las dudas de algunos agricultores, las mallas son totalmente compatibles con la aplicación de tratamientos porque dejan pasar la pulverización pese a ser redes de polietileno de alta densidad”.