El Rioja

El “abuelo garnachero”, emblema de los parcelarios de Betolaza

Clara y Fran Ibaibarriaga, en su Viñedo Singular de Briones. | Fotos: Leire Díez

Briones huele a vino, pero también a zurracapote, este fin de semana. Los banderines de fachada a fachada decoran un pueblo que venerará al Santísimo Cristo de los Remedios durante los próximos días en sus fiestas patronales, así que muy probable que algún que otro feligrés, y agricultor, pida por sus viñas y por una buena cosecha libre de desastres. Y si acaso llegan, que pronto traigan algún remedio. Como bien podría ser algo de cierzo, que le ha arrebatado el primer puesto a la lluvia en la lista de los deseos más pedidos por los viticultores este año.

La vendimia en esta localidad riojalteña aún duerme a la espera de un despertar intenso. En Bodegas Betolaza calculan que para la semana del 2 de octubre podrán comenzar a portar cajas de uva y a partir de entonces se abrirá la puerta a unos quince días de trabajo entre idas y venidas. Por lo que aún tienen jornadas por delante para que la cosa se complique en campo si regresan las tormentas. Por esta zona se acumularon unos 65 litros desde las lluvias del pasado fin de semana, creando desniveles en caminos y empapando las cepas, pero también ayudando en el último empujón de la uva. El bochorno de estos días, sin embargo, es lo que no está ayudando para nada. “A ver si no tenemos que salir corriendo a vendimiar”, teme Fran Ibaibarriaga.

Él y su hermana Clara han tomado las riendas de la bodega familiar que un día amarró su abuelo Carlos y que después relevó en el cargo su padre, también Carlos. “Aquí somos viticultores, eso para empezar, aunque vino se ha hecho toda la vida porque estamos en pueblo de vinateros, aunque antes una parte se dejaba en casa y la otra se vendía a granel para hacer hueco de cara al año que viene”, explica Carlos, quien, aunque ya está jubilado, aún se pasea por los almacenes y va a las viñas con el tractor. Fue él quien se lanzó a etiquetar en el 2000 y lo hizo con su apellido materno por eso de que el primero “era más complejo de pronunciar en el extranjero” y sin salir del calado familiar, ubicado en la propia casa del abuelo, así que tocaba hacer todo vino joven porque en esa cueva no había cabida para métodos de crianza alguna. Fueron años, unos seis aproximadamente hasta que se construyó la nueva bodega en el centro del pueblo, los que Betolaza estuvo embotellando en las instalaciones de Miguel Merino, hasta que la familia dio el salto con todo, nuevas infraestructuras y nuevo método: adiós al maceración carbónica y bienvenido despalillado. “Pero siempre cuidando el producto para que entre lo más entero posible”.

Y eso también pasa por cuidarlo desde la viña, algo que se consigue mejor si esta es propia. En las once hectáreas con las que cuenta la familia, entre cepas de tempranillo, garnacha, mazuelo y viura, hay cabida para lo tradicional y lo innovador, siempre y cuando se preserve el origen porque es ese terruño el principal componente que marcará la diferencia. Y el origen en Betolaza va desde los 3 o 4 años de edad hasta los 103, por lo que hay margen de trabajo. Tanto que Fran y Clara no podían dejar pasar la oportunidad de crear algo único de esa viña centenaria a orillas del Ebro y ubicada en el paraje Resaco que llega también hasta San Vicente de la Sonsierra. “Aquí, cuando el río sube de nivel se retrotrae y se desborda, es decir, las parcelas se inundan de atrás hacia adelante por la inclinación que existe”, explica Carlos. Y es entonces cuando sus recuerdos le devuelven a su juventud: “Esta viña la labraba yo de chaval cuando estuve trabajando para su propietario y luego fue pasando por las manos de varios renteros del municipio hasta que llegó a las de mi padre y, por tanto, regresó a las mías también”.

Ahora son sus hijos quienes trabajan en exclusiva la que es la viña más familiar de Betolaza y que desde hace cuatro años ya es suya propia. Unos 2.700 metros cuadrados, suelos trabajados con mula mecánica y desbrozadora, tratamientos de sulfato de azufre y mucho, mucho mimo. Resaco se ha convertido ya en la niña mimada de la familia y en uno de los referentes de la gama de parcelarios con la que los hermanos abanderan la nueva era de la bodega y que se inauguró de la mano de Calitrancos, un cien por cien tempranillo que salió al mercado en 2015 y cuya viña solo da para unas 3.300 botellas. Está claro que la irrupción de nuevas generaciones siempre trae aires frescos, renovados, aventureros y ambiciosos, justo la evolución que han liderado Fran y Clara para ampliar miras y mostrarle al mundo el potencial de su patrimonio familiar. Como Magadí, un blanco de viura construido en 2016 desde el término El Cantillo y criado en barrica de roble americano.

Pero Resaco juega en otra liga y es que ostenta la máxima categoría en Rioja: Viñedo Singular, aunque el vino aún debe pasar las catas del Consejo Regulador para poder llevarlo en su etiqueta. Esta garnacha que ‘bebe’ del Ebro desde 1920 apenas llega a las 800 botellas aunque de esta pequeña parcela se podrían sacar algo más de 2.000 si se quisiera. Pero el cuidado y control de la producción es máximo. Fran y Clara han ido a visitarla para ver cómo avanzan esos granos tras las tormentas, algunos todavía a medio enverar. La vendimia del año pasado se hizo unos quince días después de que Rioja cerrase oficialmente la campaña, con frontales y con cajas desde las cinco de la madrugada para después ir a la bodega a desgranar a mano los racimos, incluida la abuela que no pierde oportunidad de colaborar en campaña. “Luego llegó la recompensa con un buen almuerzo”, ríe Fran. Y de ahí, a fermentar en depósito de inoxidable y seguido, al bocoy. “Este año veremos qué pasa y cuándo se vendimia”.

Caminar entre las cepas de este paraje es como pasear por una alfombra verde esponjosa sobre la que siguen creciendo, o al menos manteniéndose vivas, estas valientes vides. “Y eso que llevaban meses sin ver una gota de agua, pero la tierra no está para nada compacta ni dura. Todo lo contrario, es increíble la oxigenación que tiene”. Es como pasear por un jardín perfectamente cuidado, con sus plantas perfectamente dispuesta en un marco real (de 1,6 por 1,6 metros) y su césped perfectamente segado. “Resaco es diversión y alegría, es nuestro abuelo garnachero”, describen.

Los parcelarios en Betolaza son sinónimo de “muchísimo trabajo” durante nueve años, desde que fundaron la bodega hasta que la nueva generación tomó el mando para innovar, porque en todo ese tiempo ha habido que recorrer cada viña, estudiarla y ver su potencial para decidir su destino final. “Y no es sencillo, especialmente a la hora de colocarte en el mercado porque nadie te conoce, pero la ilusión nos mueve hacia adelante”.

Tanto es el afán por explorar nuevas vertientes que hace unos tres años cogieron sarmientos de la viña de Resaco para plantar dos parcelas más y así tener “dos garnachas jóvenes, pero con sangre centenaria”. Proyecto que se suma al de Las Robadas, que todavía no se ha presentado en sociedad porque descansa aún en las barricas. Su nombre es una evidente declaración de intenciones y es que las uvas con las que se ha elaborado proceden de numerosas parcelas que se recorrieron durante el año de la pandemia. “Veíamos que había uvas muy buenas en determinadas zonas de algunas viñas, así que fuimos recogiéndolas para hacer algo único con ellas”, explica Fran. Este ya no podrá ser un nuevo parcelario en la familia, pero si formará parte de la gama aventurera de Betolaza. “Al final teníamos claro que si cogíamos las riendas de la bodega no nos íbamos a quedar con los simples crianzas, reserva y gran reserva porque aún haciéndolos muy bien es complicado vender. Así que había que probar cosas nuevas para diferenciarnos”.

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