Antaño, se colocaba entre los colchones y el jergón una tela que hacía de protector y que estaba hecha con telas de saco sobre las que se cosían trozos de tela ya inservibles, como pantalones, vestidos o camisas para ir cerrando esos agujeros que aparecían con el paso del tiempo.
Aquellas manos aguja en mano, sin ser conscientes de ello, estaban dando forma a la retacería o conocida también como la práctica del ‘patchwork’ que hoy se practica, aunque con la diferencia de que aquel reciclaje de telas se hacía por necesidad y ahora existe la posibilidad de comprarlas.
Una tradición que décadas y siglos después perdura y se celebra con orgullo desde la localidad camerana de Pradillo con la Fiesta de Almazuelas Colgadas. María Antonia Narro es una de las tejedoras de almas, «porque la almazuela lleva un alma por dentro que es la base sobre la que se trabaja», que participa en esta fiesta que este sábado celebra su undécimo cumpleaños y le reconforta saber que se sigue valorando lo que un día comenzaron a impulsar un grupo de mujeres.
Ella lleva unos siete u ocho años exponiendo sus creaciones en esta muestra anual, pero desde que tenía 25 años cose trozos de tela entre sí para diseñar con creatividad una ilusión. «Es algo que acaba enganchándote y te gusta. Además, es algo que se comparte al mismo tiempo que una es partícipe de la preservación de una tradición que se remonta tanto tiempo atrás, porque hay indicios incluso de que en el 3.000 a.C. ya aparecieron las primeras creaciones de almazuelas», señala la artesana natural de Manzanares de Rioja.
Pero lo que elaboran ahora son auténticas composiciones bien estudiadas en cuanto a diseño y materiales empleados, teniendo un objetivo definido que parte de esa base premarcada sobre la que se van colocando después las telas. «Y se entiende por almazuela la obra ya terminada. Antes no tenían medios y las hacían colocando simplemente telas por encima, pero creando unas composiciones preciosas. Luego, con el tiempo, comenzaron a colocar un relleno para el calor y otra tela para proteger», explica sobre esta práctica universal tuvo gran desarrollo en la sierra de los cameros.
Las que se verán colgadas durante este fin de semana entre las calles empedradas serán de una infinidad de estilos diferentes. «Las ha que siguen la cabaña de troncos, que se trabajan con una mitad en claro y otra en oscuro con un centro en tonos rojos que simulan el fuego del hogar que separa, por ejemplo, al padre y a la madre o a la noche y el día, así como otras que se hace por el método de aplicación, pata del oso, con hexágonos… La diferencia que existe entre las almazuelas de aquí y las que se elaboran en otros países es que aquí las trabajamos por la parte derecha, no por el revés».
Narro, modista, profesora y todavía también alumna que continúa guardando nuevas técnicas de costura para la almazuela, confía en que esta fiesta perdure por muchos años más y «atraiga la atención de gente joven que quiera conocer desde dentro esta pasión siendo partícipe de ella, porque esto es algo que se hace con mucho amor y que acaba forjando un compromiso». Una pasión que cada mes de agosto se puede sentir en primera persona recorriendo las calles de Pradillo para entender el esfuerzo que implican esas obras y, sobre todo, apreciar la destreza de una treintena de artesanas que expondrán la herencia de quienes lograron hacer verdaderas obras con pocos medios.
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