Toros

Urdiales levanta un monumento a la verónica en Madrid

A la corrida de toros que ha enviado ‘El Pilar’ esta tarde a Madrid le ha faltado alma, poder, fuerza, empuje, transmisión, celo, acometividad, casta, fondo, bravura, raza y pujanza. Vida, en una palabra. Un encierro cinqueño de actitudes moribundas, más aún después de banderillas. Siempre tan a menos, siempre tan apagándose.

Abrió tal encierro cinqueño un toro que parecía no haber dejado de crecer a lo largo de su (no) vida. Tan alto, tan largo, tan despegado del suelo. Tan enorme. No había fijado sus embestidas Urdiales con el capote, que ya habían hecho presencia los picadores en el ruedo. Pero ¡ay, lo que vino luego con la capa! Lo mejor de la tarde y también de lo que va de feria. Nacía aquel toreo a la verónica tan mecido y tan grácil y se perpetuaba en el tiempo tan recogido, tan asentado y tan roto. Tan sueltos los vuelos. Con tanta naturalidad y con tanto empaque. ¡Qué profundidad! Acariciada siempre la embestida. Intervino Aguado en el quite también a la verónica y también con la misma cadencia, el mismo pulso, el mismo compás y la misma rotundidad con la que lo había hecho Urdiales.

Un delantal vino a hilvanar aquellos monumentos a la verónica y continuó Urdiales por el mismo palo y con las mismas formas. La barbilla tan hundida, el pecho tan henchido, las muñecas y la cintura tan rotas y los talones tan asentados. De idéntica despaciosidad y solemnidad que antes. Los oles roncos de Madrid como fondo. Riojano y sevillano hicieron todo aquello por el pitón derecho y aquellos buenos embroques y acometidas del de ‘El Pilar’ se vinieron abajo como un castillo de naipes. Llegó a la muleta el toro charro siempre sin terminar de pasar. Defendiéndose tanto. Con las formas tan feas.

Se alcanzó el segundo y último cénit de la tarde también con el capote en el siguiente toro. Dejó Aguado tres verónicas y una media que vinieron a ser auténticos monumentos. De total despaciosidad. La media llevó el sello de la eternidad: tan despaciosa, tan suntuosa. Tan soberbia. Duró ahora el toro salmantino una serie más y eso fue lo malo. Que las buenas formas que apuntó Aguado en la apertura con la muleta, con aquella verticalidad exacta y esa naturalidad precisa, apuntaron lo que no terminó de llegar para dar paso a cierta decepción.

Twitter Plaza de Las Ventas

Volvió a nacer Francisco de Manuel, que fue cogido muy feo cuando abría su trasteo de rodillas. Prendido de la ingle, un pitón le acarició el cuello ya en suelo. Volvió a la cara de su enemigo el torero madrileño y sucedió lo de siempre estas veces. Lo del alarde de valor que los tendidos jalean por norma. Aquel sobrero de Mayalde tampoco se comía a nadie. Era como los de ‘El Pilar’, que no terminaba de pasar. De Manuel dejó una estocada en todo lo alto y paseó una vuelta al ruedo.

Empezó a rodar aún más la corrida a partir de ahí cuesta abajo. Frenados siempre los toros, eso sí. Lo poco bueno que hizo el cuarto llegó en el caballo. No peleó, pero echó la cara abajo y tuvo fijeza. Eso debió de ver Urdiales para brindarlo al público. Aquel toro de ‘El Pilar’, siempre tan desentendido, para colmo, estaba vacío de todo.

Lo mismo le ocurrió a Aguado en el quinto. Este, como el sexto, la única viveza que mostró fue la de su mirada. Dos series con cierto son pudo robar De Manuel al sexto, pero aquello quedó muy desdibujado cuando el joven torero se echó la muleta a la mano izquierda y, más aún, cuando optó por unas manoletinas que no venían muy a cuento.

Plaza de toros de Las Ventas (Madrid). Decimosexto festejo de la Feria de San Isidro. Lleno de entrada. Toros de El Pilar y Conde de Mayalde (3º tris), vacíos de todo; la antítesis de una corrida de toros.

• DIEGO URDIALES, saludos y silencio.
• PABLO AGUADO, ovación y silencio.
• FRANCISCO DE MANUEL, vuelta al ruedo tras aviso y silencio tras aviso.

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