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Gol en Las Gaunas: ‘La inconsistencia del individuo’

La competición requiere de una evolución. Ningún equipo se parece a lo que era cuando se vieron las caras por primera vez en verano. Aquel primer día se presentaron, se conocieron, se saludaron y comenzaron a trabajar en la conquista de los objetivos. No se establece una conjura temprana, no es necesaria. Pero sí se prometen, durante esa primera reunión en el vestuario, trabajo, profesionalidad y dar el máximo para estar a la altura de la ficha firmada anteriormente. Un grupo de individuos se saluda por primera vez para ser cuanto antes un equipo.

No hay nada más extraordinario en esto del fútbol que contemplar desde la distancia cómo un grupo de jugadores poco a poco se va convirtiendo en un equipo de fútbol. No se trata de alcanzar la perfección o la belleza en el juego, es la tercera categoría del fútbol español. Un equipo se establece a cualquier nivel cuando todos sufren y celebran por igual. El éxito del compañero es el de todos, y su error se comparte. Un equipo unido e integrado es solvente, con sus debilidades, consistente y competitivo. Es el objetivo que se marcan todas las plantillas durante ese primer día en el vestuario.

Cada jornada laboral los futbolistas acuden al entrenamiento para conocerse un poco mejor, para definir movimientos, para integrar conductas, para manejarse con éxito en diversas situaciones porque el rival compite y hay que darle soluciones y respuestas. La plantilla comparte muchas cosas dentro y fuera del vestuario. Se va conociendo. Son muchas horas en autobús, muchos minutos de espera antes de comenzar el entrenamiento del día, hoteles, comidas, cenas… Y un equipo forma su ecosistema, una familia de muy diversas personalidades, alguna variopinta, en donde todos sus miembros tienden a encontrar su espacio de confort, siempre -para eso están los entrenadores- desde la mejora continua y la competitividad sana para ganarse un puesto en el once titular.

Y con el paso de las jornadas, casi como por arte de magia, surge el equipo. Y lo expresa sobre el césped. Es sencillo reconocer a un equipo sobre un terreno de juego: cada uno correr por el que está al lado, para ayudar al que tiene más cerca. Un equipo de fútbol se nutre de continuos gestos de generosidad individuales para empujar al compañero cuando se cae, para cubrirle las espaldas para que alcance su mejor nivel y ayude cuanto antes al resto. Contra el fallo, el poder del grupo. Ante la derrota, la fuerza del colectivo. Y la victoria, entonces, estará algo más cerca. Porque a estos niveles todos los futbolistas son buenos.

Sin embargo, la Unión Deportiva Logroñés de la temporada 2022/2023 ha fracasado en el principal objetivo que se marca una plantilla para toda una temporada. Porque ser un equipo no es nada sencillo. No lo fue el curso pasado, no lo está siendo éste. Y la Primera Federación, que tiene su nivel de exigencia, requiere de plantillas que trabajen como un equipo, de lo contrario, los objetivos se irán alejando. Al contrario que la vieja Segunda B de ochenta equipos, esta nueva una competición que te pone en problemas, que requieren de todos y en todas partes para solventarlos con cierto éxito. Y la Unión Deportiva Logroñés se ha metido en este problema porque no ha alcanzado a ser un equipo de fútbol.

Lo contaba el pasado mes de diciembre un ex futbolista de la UD Logroñés, preguntado por cómo veía la situación de su ex equipo: “Tengo la sensación, y ahí puede estar el problema, que no es un equipo. Y cuando no eres un equipo no encuentras soluciones para resolver los problemas”. Y así está la UD Logroñés de esta temporada, sin capacidad para resolver sus problemas. Y lo de ser un equipo compete en primer lugar a todos los que conforman esa plantilla, es una entrega individual constante en favor del colectivo. O se corre o no. O se empuja o no. O se decide meter el pie o no. O se da el máximo o poco a poco cada uno irá dando un poco menos porque el de al lado se está tocando la breva.

La cohesión de la actual plantilla de la UD Logroñés es escasa, lo constata el lenguaje no verbal, el rendimiento de los futbolistas, y por supuesto los resultados domingo tras domingo. Y así le están saliendo las cosas. El equipo menos goleador del campeonato se ha mostrado en las tres últimas citas como un paño de lágrimas en defensa. A la carestía ofensiva se le suma ahora los problemas defensivos para no dejar rematar a los rivales en el área pequeña libres de marca. Así es la inconsistencia, la que llevará a un grupo heterogéneo de individualidades a la Segunda Federación si no logran resolver al menos desde el acierto individual -como el gol de Zourdine Thior en La Nucía- su incapacidad para ser un equipo tras diez meses compartiendo vestuario.

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