La Rioja

Pisos tutelados: “Nuestro objetivo es que los jóvenes sientan que tienen un hogar”

La Rioja ha experimentado en estos últimos años un cambio total en el sistema de atención residencial para menores tutelados. Quizás, lo más llamativo haya sido el cierre de la Residencia Iregua, convirtiendo las 32 plazas que había en el centro en cuatro pisos de ocho plazas cada uno. Un paso que, tal y como confirma el director de Servicios Sociales, Pablo González, “ha supuesto un incremento presupuestario importante por el aumento de profesionales tanto de atención directa como personal de atención psicológica y trabajadores sociales”.

González destaca que lo fundamental es que los chavales estén “lo mejor atendidos posible y, sobre todo, que tengan atención psicológica porque hay que tener en cuenta que muchas veces llegan a estos pisos de situaciones muy complicadas, incluso traumatizantes”. Por todo ello, el director subraya que la atención tiene que ser de muy alta calidad para que se sientan en un entorno agradable que puedan considerar su hogar y salir adelante.

Actualmente La Rioja cuenta con 108 plazas de atención residencial. De ellas, dieciocho son para niños hasta 6 años que se encuentran en el Centro Infantil La Cometa. Un espacio que nunca está lleno porque “es una prioridad absoluta que dentro del sistema de protección los menores de 6 años vayan a una familia de acogida”. Así, el centro suele rondar un 50 por ciento de ocupación. El resto de plazas son para niños de 7 a 14 años y de 14 a 18.

La atención residencial siempre es la última opción, ya que se pretende evitar con todos los recursos previos. “En el Servicio de Protección de Menores se trabaja primero la situaciones de riego donde el menor sigue en su domicilio familiar y se apoya con diferentes medidas, pero hay casos donde la salida del domicilio tiene que ser de manera inminente por el bien del menor. Cuando llegan a los pisos, muchos llegan desconcertados porque, por mal que hayan podido estar en su domicilio, les resulta difícil entender que hayan tenido que salir de casa”.

La ayuda en estos pisos es individualizada y el objetivo principal es que se sientan en un espacio seguro en el que pueden desarrollar su vida sin dificultades y, por supuesto, se integren en los recursos comunitarios habituales. “Les ayudamos a crecer y desarrollar su vida de una manera, lo más normalizada posible”.

Desde dentro

“Nosotros nos encargamos de cubrir todas las necesidades, ya sean alimenticias, sanitarias, escolares…”, explica Begoña Rodríguez, directora de los pisos de acogimiento residencial. También destaca que el paso de Iregua a los pisos “ha sido una diferencia muy grande. Aquí tienen la sensación de hogar y viven el día a día de la misma forma que en una casa”.

Begoña explica que la rutina no dista en absoluto de lo que puede vivirse en cada hogar diariamente: se levantan, hacen su cama, desayunan, se preparan, van al cole (a los pequeños les llevamos nosotros), vuelven para comer y hacer sus deberes, sus clases extraescolares dependiendo de sus aficiones, los mayores pueden disfrutar de un rato con los amigos hasta la hora de cenar si han acabado sus tareas, cena, ducha y a la cama”.

Todo, más que con la supervisión de los educadores, con su acompañamiento y ayuda. Y es que “programamos actividades dentro de los pisos para hacer entre todos; organizamos asambleas para tratar temas de convivencia y solucionar problemas que puedan surgir; ponemos en común viajes o excursiones que quieren hacer y las planeamos juntos… Lo importante es que cada día que se vayan a la cama tengan esa sensación de estar en casa”.

Los jóvenes suelen estar distribuidos por edades y los pisos son mixtos. Están acompañados las 24 horas por los educadores y auxiliares educativos. Además, trabajadores sociales y psicólogos llevan a cabo una intervención mucho más individualizada que en Iregua. “La convivencia es mucho más tranquila y hay menos roces. No es lo mismo vivir 32 personas en un centro que vivir ocho. Todo está mucho más controlado porque al final tienen una ratio de profesionales mayor y el seguimiento es mucho más individualizado”.

Aún con todo, la convivencia nunca es fácil, en ningún hogar, y menos con adolescentes. “Todos llevamos nuestra mochila y tenemos nuestra vida, y claro que surgen roces, por ello hacemos las asambleas donde el psicólogo y el educador intentan mediar. Además, los jóvenes van teniendo tutorías con su educador de referencia donde se marcan objetivos a trabajar, cosas a mejorar, dificultades que puedan existir… “.

Una profesión vocacional

El orgullo se siente en cada palabra que Begoña pronuncia cuando habla de ‘sus’ jóvenes. “Pasas más horas allí que en tu propia casa, o sea, al final generas una vinculación y esa es la base del trabajo”. Y es que ese vínculo es el que permite a los profesionales educarles y guiarles por esta etapa tan difícil como la adolescencia.

Pero esta es una profesión que no acaba con la convivencia diaria en los pisos. Cuando los tutelados llegan a la mayoría de edad salen del piso, aunque, en la mayoría de los casos solo de forma física porque el contacto y el cariño permanecen. “Forman parte de tu vida y tú de la suya”, señala Begoña. “Ellos saben dónde estamos y, de hecho, una vez independizados seguimos hablando y nos siguen contando cómo les va”.

Una labor que para Begoña y sus compañeros no acaba cuando llegan a sus casas, “porque la cabeza no para y continuas pensando cómo puedes solucionar un problema o qué actividades vas a hacer esa semana. Aunque también es importante desconectar y aprender, porque si no lo haces el trabajo te come. Es una profesión muy vocacional. Tienes que sentir que cada día estás dando pasitos, por muy mínimos que sean. Estás aportando un granito de arena en la vida de esa persona. Va a haber días en los que te vayas con la sensación de que no has conseguido nada, pero luego poquito a poco, estás picando piedra y al final se van viendo los resultados”.

Begoña reconoce que la importancia de este tipo de recursos pasa por darle a los tutelados el poder de tener una vida lo más normalizada posible, que no les falte de nada y que tengan los mismo derechos que el resto de menores. “Aquí somos una familia y necesitan tener ese sentimiento de pertenencia”.

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