Toros

Patricia Sacristán y el milagro del toreo en ‘La Rioja vaciada’

Es jueves y la borrasca ‘Juliette’ anda por Tricio. Que, a decir verdad, es la única que pasea sus calles. El frío es intenso y la humedad consigue abrirse camino hasta los huesos. Las rachas de viento parecen haber sido cargadas por el diablo muy lejos del infierno. Todo invita a no salir de casa, pero, en realidad, hace tiempo que durante los inviernos en Tricio casi nadie sale de casa. Ni entra. Tricio es un rotundo ejemplo de eso que llaman ‘La Rioja vaciada’.

Falta poco para que den las seis de la tarde y trato de mitigar sin congelarme no más de diez minutos. Merodeo el frontón, la plaza y la iglesia, que en Tricio son todo uno, mientras espero a Patricia Sacristán. Allá donde mueren las carambolas, una placa de mármol sigue hoy recordando a los más de veinte pelotaris de Tricio que alcanzaron el campo profesional. ‘Sacristanes’, ‘naldas’, ‘marines’, ‘ibáñez’ y algún que otro ‘solozábal’ dan fe de que los primeros cuadros del frontón vivieron tiempos más alegres. Una persona aparece a lo lejos, que, para colmo, acelera el paso al verme. ‘Hola’. ‘Hola’. Será por el frío, quiero pensar.

Patricia y su tío Juanjo llegan al frontón arrastrando un carretón. Es nuevo y tiene un prominente morrillo sobre el que descansan ahora un estoque, un capote, una muleta y una ayuda. Ninguno de los tres nos sabemos inmersos en un milagro. Un milagro que da cobijo a otros muchos milagros: el de una joven atraída por la tauromaquia; el de una adolescente que, por voluntad propia, decide luchar por una ilusión; el de una chica de 16 años que habla de esfuerzos, de responsabilidad y de sacrificios; o el de una muchacha que, simulando la muerte en aquel carretón nuevo, devuelve la vida a un pueblo que solo parece saber languidecer. Muchos milagros en uno solo: el milagro del toreo.

La tauromaquia llamó la atención de Patricia cuando, “con cuatro o cinco años, iba a casa de mi abuela los domingos y allí estaba mi tío Juanjo viendo los toros”. Juanjo Serrano es su tío, su confidente, su amigo y su preparador. Su segundo padre, en definitiva. Pese al apego entre ellos, Patricia aleja a su tío de la entrevista. “Vete, vete; que me da mucha vergüenza escuches lo que digo”. Con Juanjo cerca del rebote, Patricia me habla de sus inicios, siempre tan agradecidos a la familia Lumbreras: “Toreé mi primera vaca en ‘Río Bravo’ con doce años y, desde entonces, no he salido de esa casa, ya sea participando en tentaderos, en fiestas camperas o como ‘tapia’”. Como siempre en estos casos, todo empezó como un juego hasta que dejó de serlo: “Al principio, en casa, pensaron que sería algo pasajero, pero, poco a poco, se ha ido convirtiendo en mi vida. El toro deja de ser un juego cuando notas que tienes que entrenarte física y mentalmente a diario”.

“Mira, de eso quería que me hablaras, de cómo una chica tan joven se prepara psicológicamente para enfrentarse al riesgo, a la soledad, al triunfo o a que las cosas no salgan del todo bien…”. “Es verdad que pueden salir las cosas mal y le das muchas vueltas a la cabeza durante los viajes y los entrenamientos, pero no por eso te puedes venir abajo. Además, ahí está la responsabilidad, que es saber dónde estoy y gracias a quiénes he llegado hasta aquí; tengo un compromiso moral con todos ellos y se lo quiero agradecer con mi esfuerzo y mi constancia. Y tampoco me puedo fallar a mí misma, ni a mi trabajo y dedicación”. Casi que concluimos que la base de una buena salud mental es el esfuerzo. “Sin esfuerzo no hay ilusión y sin ilusión no llegan los triunfos y los éxitos, que es lo más bonito de todo. Y para triunfar hay que trabajar”.

“Mucha suerte, Patricia, cariño, te mereces lo mejor”. Son los ánimos que llegan de dos señoras que transitan la contracancha del frontón cogidas del brazo. Nadie más se ha hecho (ni se hará) presente por el frontón durante la hora escasa que dura nuestro encuentro. “Patricia, ¿y tus amigos qué te dicen?” Porque esa es otra, que unos chavales animen hoy a una novillera no es muy habitual… “Tengo amigos a favor de los toros y también en contra. Como los profesores. Pero siento el respeto de todos. Igual que yo les respeto a ellos. Pero sí que, cuando toreo, se interesan mucho por cómo he estado, ven los videos que subo a las redes, se preocupan, me preguntan… Que ojalá hubiera mucha más afición, pero, de momento, es lo que hay y no me puedo quejar”.

Patricia Sacristán. | FOTO: Escuela Taurina de Palencia.

De sentir algún tipo de discriminación, ésta llega desde quienes intransigen su afición a la tauromaquia. “Entre novilleros, ganaderos y aficionados a los toros jamás he notado que se me trate mejor o peor por ser mujer. Nunca. Siempre soy una más”.

La joven becerrista se siente preparada para debutar de luces. “Tengo la edad, me veo capaz y hasta ya me he hecho el vestido. Me gustaría que fuera en mi otro pueblo, Cenicero, pero allí ya no dan novilladas sin picadores… Que sea donde Dios quiera”. Patricia persigue la pureza con su toreo y Diego Urdiales, por personalidad y concepto, es su referente.

Patricia vuelve a coger la espada para atravesar una y otra vez la paca de paja que hace las veces de morrillo en el carretón nuevo. Torea el domingo en Francia y sabe que sin espada no hay triunfo. La estampa de un jovencísimo Titín III, allá sobre la raya de la pasa, es testigo de los miedos, las preocupaciones, la evolución y los anhelos de Patricia Sacristán, y hasta parece entender más ahora de naturales y trincherillas que de ganchos y dejadas. Cosas de la vida. Cosas del toreo y sus milagros.

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