La Rioja

Mujer rural de las que quedan pocas

Eusebia Gil posa en la cocina de su casa en La Villa de Ocón. | Foto: Leire Díez

La leña va calcinándose en la chimenea de la cocina mientras suena de fondo la telenovela de La 1. Eusebia no pierde detalle del guion, como es tradición cada tarde, desde su silla dándole la espalda al fuego y al abrigo del fresco que llega de la Sierra de La Hez para abrazar las viviendas de La Villa de Ocón. Estos inviernos no son nada duros para los que ha vivido en sus 89 años de vida, todos ellos sin salir de su pueblo natal, pero reconoce que cada vez lleva peor el frío. “Y cuando el astro no acompaña es mejor quedarse en casa”.

Eusebia Gil es ya una de las veteranas del municipio, aunque le lleva la delantera Josefina con sus 96 años. El paso de los años no han dañado su memoria. Sin moverse del asiento, entrelaza las manos y se remonta a los años 40 cuando tenía once o doce años. “Ahí fue cuando dejé de ir a la escuela para empezar a ir pastora. Cada mañana me colgaba el morral y emprendía la marcha para ayudar a mi padre con el ganado, porque teníamos vacas, pero también ovejas y algunas cabras”, recuerda. Así estuvo unos siete u ocho años, pero una vez se casó, la cosa no cambió mucho y el campo siguió formando parte de su vida.

“Yo estaba en casa y estaba en el campo porque en cuanto hacía todo en casa iba a llevar la comida a los hombres que estaban en el campo pero ya me quedaba con ellos a lo que tocase, ya fuera segar, hacer haces con vencejos, regar,…  Me ha tocado hacer de todo, pero es que antes se trabajaba mucho y se disfrutaba poco. Así que luego con poca cosa nos contentábamos… Ya ves, muy diferente a la vida que llevan ahora las jóvenes. Pero también te digo que no me dan ninguna envidia, eh. ¡Es que ahora no valoran nada! Se van a estudiar y ya, no hay sacrificio como el que había antes”.

Eusebia ha sido y es una mujer de pueblo y rural de las que ya pocas quedan, de esas mujeres rudas que trabajan hasta la saciedad para sacar adelante a la familia. “Porque si yo no lo hacía, nadie lo iba a hacer”, asegura. Aunque este no era el personaje que se repetía en cada hogar porque, mientras “de moza” Eusebia tenía que madrugar para sacar las ovejas, recuerda cómo sus amigas “se iban por ahí a las fiestas de los pueblos de la zona”. Y no rechistaba ni una palabra. Unos años en los que también tuvo que hacerse valer frente a los jóvenes pastores del pueblo. “Ya sabes, era la única chica que iba pastora cada día y tenían que hacerme rabiar, pero yo tenía siempre a mano la vara con la que llevaba al ganado”.

Siempre había mucho trabajo, pero también con la familia. Eusebia se ha encargado de cuidar de los hermanos y más tarde también de los tíos, además de sus tres hijos. Cuidadora, agricultora, pastora, cocinera… Mujeres de las que ya pocas quedan. Pero los años también pasan para ella y ahora ha dejado las labores de la huerta para convertirse en el sereno del pueblo. Guarda a buen recaudo decenas de llaves de las viviendas de sus vecinas “para cuando las necesiten, porque saben que siempre estoy en casa”. Aunque es consciente de que poco a poco las viviendas de La Villa se van cerrando de manera definitiva.

Desde hace cinco años Eusebia continúa el camino de su vida sin la compañía de su marido, casi los mismos años desde que dejó de ir a la huerta. “Ya valgo para poca cosa porque me canso mucho, pero anda que no he metido horas ahí. Toda la vida dedicada a los animales y al campo, pero sin abandonar la casa, porque los hijos también me han quitado muchas horas hasta que se fueron a estudiar fuera y después, como no estaban para ayudar en el campo, me seguía tocando a mí. Cierto es que he aguantado mucho porque he sido un poco burra, tal vez si no hubiera sido así no me habría tocado trabajar tanto”. Mujeres de las que ya pocas quedan.

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