El Rioja

La crisis de Rioja, en cifras: cinco años para la tormenta perfecta

La crisis de Rioja, en cifras: cinco años para la tormenta perfecta

Sala de depósitos de una cooperativa de Rioja.

Las malas cifras continúan acompañando a la DOCa Rioja en sus vaivenes de crisis. Como se veía venir, el 2022 no iba a terminar bien para la denominación y los pronósticos se han cumplido. Las ventas de vino han bajado un 1,2 por ciento alejándose más si cabe de las perspectivas de crecimiento para este último ejercicio (en torno al cuatro por ciento de crecimiento), porque de las previsiones fijadas en el Plan Estratégico de Rioja (un crecimiento del 7,2 por ciento) mejor ni hablar. Aunando el mercado internacional y el doméstico, las ventas totales de 2022 ascienden a 251.264.486 litros de los 285,95 millones de litros elaborados. 35 millones de litros más que se acumulan en la saca de Rioja.

¿Y cómo ha llegado Rioja hasta este punto? Las causas tienen fechas y cifras. Aunque el enredo se ha ido fraguando a lo largo de este siglo, la tormenta perfecta se ha producido en el último lustro con una serie de condicionantes externos que no han hecho sino acelerar el tsunami de vino excedentario que ha arrasado la región ahora. La ratio (diferencia entre las existencias y las salidas de vino totales) se ha disparado hasta el 3,64 por ciento actual derivados de esos 937,67 millones de litros acumulados en las bodegas y que desde 2017 no ha hecho más crecer. Una subida que ha ido pareja a la bajada en las ventas desde ese mismo 2017, destacando ese pico producido en el año del COVID-19 con una ratio que alcanzó el 3,7 por ciento y unas ventas que cayeron hasta los 234 millones de litros.

Previamente, durante cuatro campañas hasta 2017 se habían logrado alcanzar, y superar, los 280 millones de litros vendidos, pero aquella helada de abril marcó el detonante y a partir de ahí vinieron las que el presidente del Consejo Regulador de la DOCa Rioja, Fernando Ezquerro, calificó como las siete plagas: el Bréxit, los aranceles, la pandemia, la guerra en Ucrania, la subida de costes, la inflación y la crisis de consumo. Porque desde entonces las ventas no han vuelto a esas cifras de los 280 millones de litros y el último dato se encuentra en esos 251 millones de litros comercializados, lo que se traduce en unas 343 millones de botellas en el mercado.

Y es que el problema no recae tanto en el número de hectáreas plantadas en estos últimos años, aunque en la última década la denominación ha incorporado 3.500 nuevas hectáreas a sus registros. El crecimiento en masa vegetal ha sido continuado en el tiempo, dibujando una denominación con el doble de hectáreas más a día de hoy que las que había a principios de los 80, cuando comenzaron los registros. En 1991 se notificaron un total de 47.175 hectáreas, de las cuales 42.898 eran productivas. Mientras que a fecha de 2022 la cifra asciende hasta las 66.797 (66.054 productivas). Prácticamente, 20.000 hectáreas más de superficie plantada en tres décadas, pero la lectura en profundidad indica cómo ese incremento más notorio se hizo antes de los 2000.

En 1983 la superficie de viñedo total ascendía a 36.833 hectáreas y veinte años después la cantidad creció casi un 70 por ciento llegando a esas 62.147 hectáreas en 2003. A partir de esa fecha y hasta la actualidad, sin embargo, apenas se ha crecido en un 7,5 por ciento (4.650 hectáreas más), de las cuales cerca de la mitad corresponden a variedades blancas.

Más irregular ha sido la evolución de los litros de vino amparados en la denominación con varios picos registrados a lo largo de las tres últimas décadas. El primero fue la helada en abril de 1999 y que mermó en un 25 por ciento la cosecha, afectando sobre todo a las viñas de menor altitud. Afortunadamente, después hubo una segunda brotación que permitió finalmente recoger unos 305 millones de kilos. Muchos recordarán también aquel año como el de las uvas a 425 pesetas el kilo, como se pagó en algunas partidas.

Al poco tiempo, en 2002 las aguas de Rioja también se revolvieron por las bajas temperaturas y las sequías que protagonizaron una campaña muy irregular en la región, de ahí que la cantidad de litros amparados cayera a niveles récord. De los 310 millones de litros calificados en el 2000 y los 242 en 2001 se bajó hasta los 196 millones al año siguiente. Aquella vendimia se cosecharon 284,2 millones de kilos de uva (con un rendimiento medio de 5.118 kilos por hectárea), un 22,6 por ciento menos que la campaña anterior.

Con altibajos más leves transcurrió la denominación hasta 2017, con otra histórica helada. Fue ese año en el que Rioja se echó, de nuevo, las manos a la cabeza con esos 350 millones de kilos recogidos (113 menos que la campaña anterior) y que permitió elaborar 250 millones de litros (en 2016 fueron 317 millones). Pero al año siguiente las aguas volvieron a su cauce y, para equilibrar ese valle en los gráficos y recuperar los niveles previos, el Consejo Regulador amparó el 110 por ciento de la producción más un ocho por ciento de stock. El resultado: 336 millones de litros elaborados en 2018. Muchas voces del sector opinan que aquel 2017 era el año perfecto para mantener esa reducción en los rendimientos, regular el almacenamiento en las bodegas y evitar el desajuste actual, pero entonces las crisis posteriores no se vieron venir.

A lo largo de estas tres últimas décadas en Rioja la diferencia entre la cantidad de vino que han elaborado las bodegas y la cantidad que han sido capaces de vender ha ido dejando amplios espacios en blanco que indica cómo el comportamiento del mercado no cumplía con las expectativas del sector. Las heladas de 1999 y 2002, año en el que la sequía también fue determinante en la cosecha final, marcaron un desarreglo en los años posteriores que se repitió también en el 2009 tras la crisis económica cuando se redujo el afán del público por consumir.

Tan solo en cuatro momentos puntuales repartidos a lo largo de este periodo de tiempo la curva de las ventas de vino ha superado a la de los litros amparados por la denominación debido, principalmente, a fenómenos meteorológicos que han propiciado una menor producción. Sucedió en 2004, en 2002 y 2017, pero también se dio este escenario entre 2013 y 2013.

Así es como el desajuste entre las ventas y las existencias de vino se ha hecho cada vez más palpable. A partir de 2018 la ratio que marca ese equilibrio para conseguir unos precios justos de la uva se colocó en 3,14 y después ha subido hasta los 3,64 el año pasado (y su cerca de un millón de litros de existencias) con el pico de los 3,70 en 2020 a raíz del COVID-19. Un escenario que también ha obligado a ejecutar una reducción en los rendimientos comenzaron a darse con el COVID-19 (90, 95 y 95 por ciento para las uvas tintas en los últimos tres años).

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