El Rioja

La vendimia seca de invierno siempre tiene premio

A tres días de agujetas se paga este año la fanega de sarmientos. Oscila dependiendo del espíritu de la cuadrilla. El Jefe de Obra, habitualmente, digamos, el más veterano, ha formado un buen equipo -no es un súper equipo, pero es “mi” equipo-, y esta vez sí, días antes se acercó para ver que todo estaba en su sitio. Es decir, en el suelo. Que no pasara como la vez anterior, que el madrugón bajo cero del año pasado acabó en un desayuno fuerte porque no había ni un palito que recoger, cuestión celebrada por una parte del equipo que en esta ocasión se ha caído de la convocatoria. Al final va a ser cierto que son los jugadores los que se ganan la titularidad.

El Jefe de Obra respira con alivio al ver que la mañana va a ser, está vez sí, provechosa. Luego está El Ingeniero, que en este tema es el que sabe atar las gavillas. Ya lo tiene todo preparado: el cunacho donde ha metido las cuerdas de saco con media lazada, los guantes, algunos buzos “por si acaso”, y un nuevo producto surgido de la I+D+i del pueblo que facilita la labor y te quita de un catarro. Es el truco definitivo contra el deshielo, sacos cortados por la mitad que hacen las veces de delantales impermeables, sufridos, sostenibles y funcionales. Todo se ata, evidentemente, a la cintura con una de las cuerdas de saco. Nuevo éxito de El Ingeniero.

A coger palitos se ha dicho. A recoger sarmientos, hablando con propiedad. En una cuadrilla que se desempeña con cierto virtuosismo por los renques de esta finca que “no llegará a las dos fanegas”, indica el Jefe de Obra, todo esto, obvio, a ojo de buen cubero. Todo está preparado para comenzar la labor. Porque el Chófer también ha hecho su parte. Es el negociado más importante de la semana, más allá de que la viña esté podada y los sarmientos por los suelos. Hay que hacerse con una furgoneta para que la cosecha viaje en las condiciones de seguridad que marca el sentido común. Hay que trabajar con comodidad. El Chofer lo ha vuelto a bordar. La furgoneta aguarda en la cuneta del viñedo. Listos y preparados. “De abajo hacia arriba, cada uno por su lado y vamos dejando los montones; cada uno lo que le alcance su brazada. Luego ya los juntaremos”, informa El Ingeniero.

Es la brazada. La unidad de medida de las mañanas de invierno. En enero y febrero, cada fin de semana, la brazada es el paso previo al montón, germen de la famosa gavilla, que ya atada, irá a la furgoneta, a la bodega, donde guardará el descanso de los justos, a la espera de que se seque lo justo y necesario para que prenda bien. Porque el verano a la riojana está a la vuelta de la esquina. Y no hay chuletillas sin sarmientos. Y resulta que los sarmientos, queridos lectores, no se cogen solos. Por eso hay familias que han hecho de una mañana fría de invierno una tradición que les reúne cuando el Jefe de Obra barrunta una mañana fría pero soleada. Junta a “mi mejor cuadrilla” al toque de un par de Whatsapp. Se reúnen, primero, al frío de la viña; y más tarde, en el sitio más importante, alrededor de una buena mesa para comer, beber, hablar y abrazarse tras las brazadas de los sarmientos ya recogidos.

Toca agachar el lomo. Apenas se levanta la cabeza. Lo justo, quizás, para recolocarse el saco a la altura de la cintura, o para coger un poco de aire. ¡Cómo bregan los veteranos! Los más jóvenes, menos acostumbrados, con muchos bríos de inicio pero sin el ritmo sostenido adecuado, se retuercen hacia arriba para que la sangre circule de nuevo hacia las piernas. El Jefe de Obra y El Ingeniero trabajan como si fueran a destajo. No paran… ni para almorzar. En la asignación de tareas no ha habido tiempo para incluir en el equipo Al Cocinas. ¡Sin almuerzo! Impropio por estos lares. Motivo de destierro. Derrota moral de los jóvenes. Triunfo de los veteranos, que siguen apretando de lo lindo por la parte somera de la finca. “Están hechos de otra pasta”, se lamenta la cuadrillita de cuarentones que ya han subido un par de fotos al Instagram. “Para un día que trabajan”, seguro que andan pensando eso desde el otro lado El Ingeniero y el Jefe de Obra. Y llevan razón.

El renque, por delante, se muestra desordenado; a la espalda va quedando como un pincel, como si se pusiera el traje de los domingos. Queda limpio y planchado. Es el ciclo de su vid(a). La viña ha dado lo mejor de sí durante el pasado otoño. Se toma un descanso. Tiempo para limpiarla. Durante los próximos meses seguirán los cuidados que sean necesarios. La poda, el parón de la viña, el invierno… La vid(a) da oportunidad a las familias de reunirse para echar una buena mañana recogiendo cuatro sarmientos, aunque esta vez no hubiera almuerzo. El Cocinas lo compensará más adelante.

De cuatro sarmientos nada. “Salen algo más de sesenta”. Es La Contable, sarmentera de cuna, de raza y pundonor, que hace brazadas de envergadura y suma por lo visto gavillas a toda velocidad. Talentos riojanos ocultos. “Son algo más de sesenta”, remarca. Y los clava. “Lo que pasa que esta vez ha hecho gavillas muy grandes”, indica. “La última vez cogimos 102 gavillas”, lamenta. Aunque El Cocinas sabe que alguna todavía no se ha quemado. Que no cunda el desánimo. Tiempo habrá. El Ingeniero recorre los renques juntando montones, creando gavillas, atando con cuerdas de saco esta reunión de sarmientos. A la furgoneta.

El resto de la historia es muy reconocida por todos. Con algo más de sesenta gavillas recogidas en menos de cuatro horas da para sesenta reuniones de cierta envergadura, en familia, con los amigos. Porque la vendimia seca de invierno siempre tiene premio.

 

Subir