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El japonés fan de Aimar que se curte en el Anguiano

Mira a los ojos, con máxima atención; escucha las preguntas, con gran interés; piensa su respuesta, con detenimiento; y a continuación se explica, perfectamente y con exquisita educación, en un español que mejora cada día. “No tengo otro plan”, dice. Porque siente que tiene un gran plan. El de vivir la experiencia del fútbol español. Ese es su plan. Sea donde sea. Donde le lleve la vida y este deporte. Que ahora mismo le ha traído hasta un sofá cama ubicado en un piso de futbolistas de Logroño. Ahí vive, rodeado de buenos compañeros de equipo. Antes ha estado en Andalucía, Valencia y Canarias… “pero hacía demasiado calor”. Se ha adaptado mejor al frío serrano. “Se parece más al frío del norte de Tokio”, dice Yujin Fukuma, que nació hace 24 años en Niigata, la ciudad japonesa más grande de la costa del Mar de Japón.

En un salón de un piso de Logroño reside un joven japonés de 24 años. Algo enjuto pero fibroso, no muy alto como buen mediapunta, de un pelo fino azabache cortado por debajo de sus cejas, y que viste habitualmente con el abrigo del Anguiano. Yujin Fukuma es Fuku para todos sus compañeros, para sus entrenadores; es Fuku para la afición del Anguiano, que “me quiere mucho”. La sonrisa le delata. Pese a su madurez no deja de ser un joven japonés que juega al fútbol de forma no profesional al otro lado del mundo, lejos de un hogar propio, y las muestras de cariño le ayudan a seguir adelante con su sueño. No tiene a nadie a su lado. Toda su familia está en Japón. Está él solo, acompañado, eso sí, por su amor al fútbol. Y es más que suficiente. Está cumpliendo su sueño, el que a buen seguro han tenido muchos niños japoneses, y que tan bien plasmaron Oliver Atom y sus compañeros de equipo. El sueño de jugar a fútbol en Europa sigue vigente en el lejano Oriente.

Sin embargo, Fuku no se dejó llevar por unos simples dibujos animados. Su amor por el fútbol es real. Pablito Aimar fue su inspiración. “Le vi jugar en el Valencia y en ese momento tuve claro que tenía que venir a jugar a España”. Y lo está haciendo en Isla, en Anguiano. En un pueblo de La Rioja. Lejos de Mestalla, de Primera, de cualquier competición europea. A años luz de la élite. Pero juega en España. Compite en la Tercera Federación. No es titular indiscutible. Ha marcado algunos goles, como en La Planilla. Juega poco en casa. Lo hace algo más fuera de la localidad serrana. Todo porque “se adapta mejor a los campos grandes”, explica su entrenador, Javier Adán. “En los campos pequeños le cuesta todavía porque no tiene el instinto del rechace, de la disputa, del contacto”, reconoce su técnico, “aunque lo está pillando”. Fuku tiene mucha calidad.

El payasito Aimar fue la inspiración de un niño japonés que ahora duerme en un sofá cama de Logroño por su amor a este deporte. Sin embargo no vive en una realidad paralela. No llegó engañado por un representante en busca del sueño europeo incumplido. “Sé que por edad ya no voy a ser jugador de fútbol profesional”, explica Fuku. No le importa. El futbolista del Anguiano vive la vida de un jugador de fútbol en Europa. “Se cuida un montón”, reconoce su entrenador. Madruga. A las ocho ya está en pie. “Yo no salgo”. Eso no va con él. La tecnología le permite tener un pequeño trabajo en Japón que desarrolla desde su salón de estar en Logroño. Busca trabajo para japoneses en Japón. A las 13.00 horas deja de teletrabajar. Y comienza su rutina de futbolista.

“Salgo a dar un paseo largo”. A estirar las piernas. Activa su cuerpo. Le encanta el Parque de la Ribera. Después, come. “Me dicen que como mucho arroz”. Y sí, “come mucho arroz”, confirma Adán. Yoga, estiramientos y a esperar la hora del entrenamiento. Siempre puntual. “Entra al vestuario y saluda, uno por uno, a todos sus compañeros. Lo hace todos los días”. Y entrena siempre como el mejor. “Me encanta entrenar”. Es para lo que vino a España. Se exprime al máximo. “Eleva el nivel de todos y cada uno de los entrenamientos”, confirma Javi Adán. Y ha adquirido una costumbre muy española que cultiva todo buen futbolista: “Me gusta la siesta, sí”.

Abismos culturales

Llegó solo a España y en mal momento. El primer día del año 2020 aterrizó en Sevilla. Tres meses después, el mundo se paró; y Fuku tuvo que parar también. Quedó encerrado en un piso sin poder jugar a fútbol, que es para lo que había venido a este país. “Aprendí algo de español”. Porque Fuku salió de su país con 20 años y sin una pizca de español. La pasión por el fútbol puede con todo. “A mí me parece una de las personas más valientes que he visto en mi vida”, reconoce Adán. “Hay que ser muy valiente para dejar tu casa, venirte solo tan joven a un país tan lejano para jugar a fútbol en un equipo como el Tomares”. Javi Adán no daba crédito este pasado verano cuando le comentaron la posibilidad de que un japonés viniera hasta Anguiano para jugar a fútbol. “Estuvo a prueba”. Y la pasó. “No solo por criterios futbolísticos. También la pasó por otros valores importantes en cualquier equipo como la educación, las ganas de mejorar cada día, la disciplina, su carácter, sus ganas de aprender y de mejorar”, en todo esto, por lo que comenta Javi Adán, es el futbolista perfecto. “Jamás le he visto una mala cara, ni cuando se ha quedado fuera de una convocatoria”, remarca su entrenador.

Es un ejemplo para todos sus compañeros. “Fuku hace que todo el equipo sea mejor”. Y Fuku le pregunta en medio de la entrevista a su entrenador la razón. “Porque tu sacrificio por jugar en el Anguiano es increíble, y todos nos damos cuenta del esfuerzo vital que estás realizando. Esto ha calado en el equipo, que lo valora, y al mismo tiempo les impide pararse y quejarse. Porque si no se queja Fuku cómo se van a quejar ellos”. El discurso de Javi Adán no encaja dentro de los parámetros culturales de un japonés del norte de Tokio que lo ha dejado todo para jugar en una categoría no profesional del fútbol español, y que sin su familia al lado duerme en un sofá cama de un salón de estar de un piso de Logroño sin un gran poder adquisitivo que le respalde. Es más, Fuku comienza a verse preparado para tener un trabajo en La Rioja, donde no existe una comunidad japonesa importante. “Creo que soy el único japonés de Logroño”, señala.

La respuesta de Fuku hace saltar por los aires la cultura del esfuerzo de este país. “Para mí esto no es un sacrificio”, reconoce Fuku. No parece comprender que dejar a la familia y venirse desde tan lejos para jugar a fútbol sin un salario es un sacrificio enorme. Advierte Adán que “Fuku no gasta mucho porque no puede gastar mucho”. Y sin embargo sigue sin verlo como un sacrificio excesivo a cambio de una recompensa tan escasa. “No es un sacrifico”, insiste Fuku. “Yo estoy ayudando al equipo”, y mira a su entrenador esperando su aprobación. La recibe. “Entreno con mis compañeros, juego a fútbol, y ayudo a que mi equipo sea cada día un poco mejor”. No hay doblez alguna, no existe en su mirada pizca alguna de heroicidad. “No busca el beneficio propio. No juega para brillar él, lo hace siempre a favor del equipo”, insiste Javi Adán.

Palabras suficientes para Fuku, el Aimar del Anguiano, que juega con “botas negras”, que sabe que no será futbolista profesional, que duerme en un sofá cama, que no puede gastar mucho dinero, que practica yoga, que busca el bien del equipo, que echa la siesta, y que un día se comió dos platos de caparrones de una sentada y “me encantaron”. Que no todo va a ser arroz y fútbol.

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